El cibersexo triunfa por ser accesible, anónimo y asequible - La mayoría de los usuarios son hombres - Ofrece todas las variantes imaginables, en un espacio sin culpa ni vergüenza
Por M. ANTONIA SÁNCHEZ-VALLEJO / Periodista
Teclear la palabra sexo en cualquier motor de búsqueda de Internet arroja un resultado de 93 millones de páginas. Hacerlo en inglés multiplica la cifra casi por siete: +hay 645 millones de páginas en la Red. Pero el sexo, en Internet, no es necesario buscarlo. Simplemente, se encuentra: basta con abrir la bandeja de entrada del correo electrónico, con toda probabilidad llena de spams masivos con ofertas de viagra a granel, contactos con chicas -Internet sigue teniendo un sesgo fundamentalmente heterosexual- o fraudulentas recetas para alargar el pene o motivar a los inapetentes.
Sexo es la palabra más buscada en Internet, que, como en otros muchos aspectos de la vida cotidiana, del trabajo al ocio, está modificando los modos de relación social y personal. El denominado cibersexo, que no está catalogado como conducta patológica en ninguna clasificación internacional -sólo tienen esa consideración las adicciones químicas y la ludopatía-, consiste en experimentar estimulación sexual mientras se mantiene contacto online con otra persona o, por extensión, en el consumo de material sexual virtual para obtener estimulación o excitación sexual.
De la curiosidad de tapadillo a la satisfacción total, a veces compulsiva, de una necesidad física, en la Red hay páginas para todos los gustos y, lo que es peor, muchas de ellas tan explícitas como accesibles, lo que provoca un serio problema cuando se trata del acceso de menores. Según el informe Durex de 2003, alrededor del 25% de los españoles ya recurría hace un lustro a Internet con fines sexuales. Aunque no hay estadísticas al respecto -en parte, por tratarse de un fenómeno relativamente reciente-, el denominado motor de la triple A (accesibilidad, anonimato y asequibilidad) gana cada vez más adeptos, si se dan por buenas las cifras de que, sólo en EE UU, se agregan diariamente a la Red más de 200 nuevos sitios con contenido sexual.
La Red ofrece, en especial a las personas más tímidas o con menos habilidades sociales, un espacio dominado por la privacidad, y donde la asepsia se confunde fácilmente con la inocuidad, lo que provoca que mucha gente que en la vida real no se atrevería a dar un paso más -hacia una infidelidad, por ejemplo-, establezca relaciones paralelas virtuales que, en un entorno sin culpa ni vergüenza -la Red, al contrario que el mundo real, no conoce tabúes ni rémoras-, pueden inducir a confusión. Lo dicen todos los especialistas consultados: «Un marido ejemplar, absolutamente fiel y que en la vida real no se atrevería a engañar a su mujer jamás, puede traicionar su compromiso virtualmente a través de chats u otros contactos online. Lo hace porque cree que, como no hay contacto físico, no hay engaño».
Motivos para practicar sexo online los hay a millones, coinciden los especialistas. «No hay un perfil del usuario, es algo tan masivo que sería como establecer el perfil de los nombres que hay en las páginas amarillas», explica el psicólogo Esteban Cañamares, especialista en sexología. Recurren al sexo en Internet «tanto hombres como mujeres, si acaso hay una mayoría por la mínima de varones. Recientemente me contaba el responsable de una página de contenidos para adultos, es decir, una página porno, que el 40% de las reclamaciones que recibe proceden de mujeres. Son consumidores de cibersexo los jóvenes, los adultos, las personas cultas, las que no tienen formación... Este perfil tan amplio se debe a la propia infinitud de la Red, que es inagotable».
Lejos de demonizar una práctica en aumento, los expertos coinciden al señalar las ventajas del cibersexo. «Destruye tabúes y mitos, como que la masturbación es nociva, y amplía el repertorio, es decir, informa y enseña, por ejemplo, nuevas posturas», asegura Cañamares. Pilar Ortega, del Instituto de Sexología de Barcelona, cree que la principal contribución del cibersexo es «fomentar la fantasía y procurar nuevas formas de ocio, además de suponer una inyección contra la rutina en el caso de parejas instaladas en ella».
Para Enrique García Huete, director del gabinete Quality Psicólogos, el cibersexo es también una vía de escape para los más tímidos y contribuye a normalizar tendencias hasta ahora marginalizadas: «Hasta hace nada, algunas tendencias o prácticas, como los distintos tipos de sadomasoquismo o el intercambio de parejas, estaban confinadas a cines porno, clubes secretos o peep shows; ahora, todo lo que te puedas imaginar está en la Red. Internet reúne todas las posibilidades y todas las fantasías, desde los comportamientos más normales a las desviaciones».
Sexo seguro y sin compromiso; anónimo y sin consecuencias (como sí las tiene con frecuencia una infidelidad real, o un contacto físico sin protección), un mundo lleno de posibilidades sin necesidad de ofrecer blanco donde, además, se puede dar la imagen más favorable de uno mismo, sea o no real. Éstas podrían ser algunas otras ventajas del cibersexo, aunque reposen a menudo sobre mentiras o medias verdades que a veces no son otra cosa que autoengaños.
La lista de inconvenientes del cibersexo es grosso modo tan amplia como la de las ventajas. «Trivializa mucho el sexo, puede hacer olvidar que una relación sexual es una relación interpersonal. Y también crea muchos complejos, por ejemplo en los jóvenes, que se miden, literalmente, con los actores porno y el tamaño de sus penes, o en las mujeres, que se preguntan por qué no alcanzan el orgasmo tan rápida y eficazmente como las actrices porno», cuenta Esteban Cañamares.
Considerar normal lo que se ve en las páginas web -«Una teatralización del sexo», según este experto- puede ser el primer paso hacia la frustración o el complejo. Para la sexóloga Pilar Ortega, el cibersexo puede provocar, «además de un abuso de Internet, no recurrir a otras alternativas e incluso sustituir el contacto real por uno virtual», aunque, recuerda, por falta de tiempo o por comodidad, cuesta menos trabajo conectarse a Internet que salir por ahí a ligar, la mayor parte de las veces con resultado incierto. El psicólogo clínico Enrique García Huete asegura que el cibersexo, aunque no fomenta el voyeurismo, sí es de una explicitud palmaria: «Hay miles de páginas explícitas de sexo duro, hardcore, y al alcance de cualquiera».
Pero en Internet, como en la vida real, no todo es blanco o negro. Si por un lado el cibersexo ha homologado comportamientos antes vergonzantes, una de sus principales características, el anonimato, puede convertirse en una coartada para el engaño. Por ejemplo, «en los chats por escrito, muchos varones se hacen pasar por mujeres para meterse en conversaciones de lesbianas, porque les excita». La suplantación adquiere categoría de delito cuando el que se hace pasar por quien no es -habitualmente, un adulto por adolescente, un hombre por una chica- se introduce en conversaciones de menores. Es éste un terreno de nadie, zona pantanosa donde las haya, que marca la diferencia entre el entretenimiento y el delito.
En este universo de relaciones tan posibles como ficticias -siempre que no se llegue al encuentro físico-, la webcam se configura como el espejo que muchos, algunos adolescentes también, no dudan en traspasar. "En el cibersexo hay que distinguir entre comportamiento pasivo, de la gente que mira sin más, por ejemplo páginas o vídeos porno, y el activo, de gente que interviene e intercambia. Es el sexo interactivo. Es el caso de los chats en cualquiera de sus modalidades [por escrito o con imágenes en tiempo real», recuerda García Huete.
El presidente de la asociación de defensa de los menores Protégeles, Guillermo Cánovas, subraya la peligrosa potencialidad de las cámaras web. «Es increíble lo que la gente llega a hacer delante de una webcam, incluidos los más jóvenes. Hay menores que ven la webcam con confianza, con seguridad, pero es fácil engañar, porque hay numerosos programas que permiten captar imágenes y editarlas posteriormente, así que resulta fácil hacer montajes en los que sale una imagen que no se corresponde con la realidad».
Pero que no cunda el pánico. Los comportamientos sexuales desviados o las patologías relativas al sexo representan sólo un porcentaje ínfimo de los casos. El resto es normalidad. En un estudio que se considera referencia en la materia, Cybersex: The dark side of the force (Cibersexo: el lado oscuro de la fuerza), el investigador estadounidense Al Cooper y sus colaboradores establecieron en 2000 las distintas variantes de uso de Internet con fines sexuales y el grado de dependencia según la dedicación. Sobre una muestra que abarcaba a 9.000 individuos, el 46.6% dedicaba menos de una hora a la semana a actividades sexuales online, los denominados usuarios recreacionales. El 8.3% se constituía en usuarios de riesgo: dedicaba 11 o más horas a la semana a estos menesteres. Y sólo el 1% vivía como una interferencia grave su afición, es decir, su adicción.
De adicciones sabe mucho el psiquiatra José María Vázquez-Roel, fundador y director de la clínica Capistrano de Palma de Mallorca, pionera en el tratamiento de adicciones. «Ya hay bastantes casos de adictos al cibersexo, aunque también muchos casos ocultos. Muchas veces están asociados a otras adicciones químicas, en concreto a la cocaína». Pero, ¿de qué hablamos cuando nos referimos a un cibersexoadicto? ¿De dependencia de Internet o del sexo? «La adicción fundamental es al sexo. Como en el caso del alcohol, donde los hombres beben en los bares y las mujeres encerradas en casa, lo importante no es el marco, sino la finalidad, la meta, y en este caso la meta es el sexo».
El perfil del adicto al cibersexo no distingue edades, pero sí «hay más varones, con una progresión reciente de mujeres». El desarrollo de la dependencia sigue unos pasos similares a los de otras adicciones: «Como en el caso del alcohol, hay una línea invisible que el sujeto no se da cuenta de haber traspasado. El cibersexo va llenando cada vez más la vida del individuo, que gasta un tiempo enorme y aparca progresivamente sus tareas hasta el punto de llevar una doble vida, también con su familia», explica Vázquez-Roel. La adicción se diagnostica siempre a posteriori, una vez traspasada esa línea invisible. «Hay bastantes casos de adictos entre los usuarios de páginas de encuentros hardcore para contactos sexuales ocasionales», recuerda José María Vázquez-Roel.
«El sexo que no tiene connotaciones afectivas, el que no implica relación personal, tiene un potencial adictivo muy grande. Y el sexo por Internet es más peligroso porque es infinito. Cuanto más accesible resulte algo, más gente se enganchará», sentencia el director de la clínica Capistrano. Pero no hay que alarmarse: entre satisfacer una fantasía recurrente -«¿Quién no ha soñado alguna vez con la vecinita del 5º? Pues en Internet hay muchas», bromea García Huete- y la adicción que requiere tratamiento, hay un amplio trecho de posibilidades, de fantasías. O tal vez la mayor fantasía de todas, la Red vista como el espejo del cuento de Alicia: la atracción insondable del otro lado del espejo.
Trampa para menores
La Brigada de Investigación Tecnológica de la Policía Nacional ha arrestado en los últimos años a unas 500 personas por delitos de pederastia y pedofilia en Internet. El uso demasiado confiado de las nuevas tecnologías, especialmente las de comunicación, convierte en ocasiones a los menores en protagonistas de material sexual online y, esporádicamente, en objetivo de gente sin escrúpulos, tanto coetáneos como adultos. Las consecuencias de colgar o intercambiar imágenes sexuales más o menos explícitas en las redes sociales (Facebook, Twitter, etcétera) revierten a veces sobre ellos como un bumerán: no son extraños los casos de venganzas de novios despechados o chantajes por rechazo que acaban volviéndose contra sus protagonistas, que ingenua o lúdicamente habían posado en actitud explícita ante la cámara de un móvil o una webcam. El 38% de los ingleses menores de 18 años ha recibido una imagen sexual por telefonía o Internet, según un estudio hecho público en Reino Unido a principios de agosto. Es lo que se conoce como sexting, del inglés texting, o envío de mensajes de texto.
Pero proteger a los menores de las amenazas de la Red es como ponerle puertas al campo. «El ocio digital es la primera opción de entretenimiento de los jóvenes», recuerda Guillermo Cánovas, presidente de Protégeles. «Las páginas de sexo muchas veces ni siquiera advierten de su contenido; es la propia Red la que impide que la seguridad sea total». Para el responsable de la ONG, dos factores hacen que la desprotección de los menores sea aún general: la ausencia de una iniciativa pública para enseñarles a navegar por Internet con criterio y seguridad, y la brecha tecnológica con respecto a sus padres, sin formación suficiente al respecto. «Garantizar un uso correcto y seguro de la Red es posible, por lo que debería hacerse en horario lectivo. Es fundamental incluir el uso de las nuevas tecnologías en los planes de estudio. Y también habría que formar a los padres, para remediar la brecha tecnológica que los separa de sus hijos».
Cánovas recuerda la existencia de sistemas de filtrado «con un 97-98% de efectividad a la hora de impedir acceder a determinados contenidos», y la colaboración de la industria de Internet, «que está respondiendo muy bien», a la hora de cerrar ese agujero negro por el que, a veces, se cuelan, como en un mal telefilme de serie X, algunos jóvenes.
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