Candidato presidencial Barack Obama; a la derecha, la pareja Bill y Hilary Clinton
Por Arturo Cardona Mattei / escritor puertorriqueño
La Convención Demócrata Nacional de 2008, ya es historia reciente. Por ella desfilaron sus más grandes exponentes y sus oradores más brillantes. A la hora de escoger los más sobresalientes, sin lugar a dudas, tenemos que decidirnos por los Clinton. Si político alguno quiere conocer el arte de la oratoria, entonces tiene que acudir a esa escuela que dominan a la perfección Bill y Hillary Clinton. Su estilo, su vocabulario y su poder para transmitir sueños y esperanzas no tienen parangón. Ahora bien, una nueva estrella surge en el firmamento político dentro del Partido Demócrata: Barack Obama va tras esas credenciales.
Todo imperio cae, toda dinastía desaparece, todo poder se esfuma. Así acaba de ocurrir con la gran dinastía política de los Clinton. En una contienda larga, costosa y cerradamente reñida los Clinton han pasado a un segundo nivel dentro del Partido Demócrata. De ninguna manera quiero esto decir que los Clinton hayan sido arrinconados y que no van a tener una participación de envergadura en la campaña nacional que está a punto de ser lanzada. Dolorosamente, ellos han reconocido su nuevo puesto y su nueva misión. Pero siguen siendo imprescindibles. Así lo ha expresado su nuevo líder, Barack Obama.
Creo que las circunstancias y realidades que vive la sociedad norteamericana favorecen al Partido Demócrata. Esos puntos fueron muy bien tocados y explicados por el binomio Bill y Hillary Clinton en sus respectivos discursos ante la Convención. Los delegados, y un público de más de ochenta mil personas fueron conmovidos por el arte oratorio que tienen los Clinton para llegar a mentes y corazones de quienes los oyen.
Una sangrienta guerra, una economía que está acabando con el sueño americano y una política de garrote internacional están poniendo a la nación norteamericana en un bajo nivel de aceptación por parte de otras muchas naciones importantes en el mundo. Los roces diplomáticos son interminables. Las suspicacias contra Estados Unidos se pasean por todas las latitudes y geografías del planeta. Este va a ser el flanco ofensivo de los demócratas por los próximos dos meses de campaña. Burros y elefantes pronto se enfrascarán en una batalla política ardua y costosa tratando de obtener el favor del pueblo norteamericano. La Casa Blanca es la meta.
Lo que leemos, oímos y vemos a diario nos dicen claramente que hay un profundo disgusto del pueblo norteamericano con la forma y manera con que se están tratando los asuntos domésticos e internacionales. El despilfarro de dinero en una guerra tan sin sentido está acabando con la paciencia de sus ciudadanos. Son miles de millones de dólares que se explotan diariamente. Dinero este que no produce absolutamente nada positivo para ese pueblo aflijido. Claro, los ricos siguen en sus riquezas y los pobres trotan en sus flaquezas. La industria de armas, como las petroleras, continúan amasando ganancias nunca antes vistas. Es una vergüenza nacional que unos 45 millones de ciudadanos norteamericanos no tengan una cubierta médica. La raíz de ese mal estriba en una filosofía económica ultraliberal de maximizar las ganancias en el tiempo más corto posible. Toda ganancia la quieren hoy. Mañana es tarde.
El senador Barack Obama ha sido atacado por la ponzoña venenosa de unos individuos y grupos radicales de derecha que olfatean socialismo en toda idea que se quiera desarrollar a favor de la clase media y pobre de la nación norteamericana. Sin embargo, esas son las ideas que tienen a Europa en la vanguardia en el campo de la medicina, la educación y el trabajo. Por lo menos, unas doce naciones europeas tienen un nivel de vida más alto que el de los Estados Unidos. Pagan muchos impuestos, pero viven más felices. Y se ríen del sueño americano.
Hay un informe de la Casa Blanca que levantó un gran revuelo en Puerto Rico, pues en el mismo se esboza la teoría de que el Congreso, con su poder omnipotente, puede disponer de la isla cuando quiera y como quiera. O sea, que puede vendernos, regalarnos, intercambiarnos y hasta despojarnos de la ciudadanía. Por lo tanto, propongo que se cuaje un plebiscito para que ese poder sea ejercido, para que seamos inmediatamente vendidos, regalados y/o intercambiados a una de esas doce naciones europeas. Tal vez así se cumpla con aquellos sueños invasores que tuvieron algunas potencias europeas tratando de arrebatarle a España este gran terruño.
Caguas, Puerto Rico
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