Wednesday, November 5, 2008

El triunfo histórico de Obama


Por Carlos Rivera Lugo / Educador puertorriqueño

El giro a la izquierda que ha caracterizado al nuevo siglo en la América nuestra parece haberse asomado también, de un modo particular, en esa otra América, la del norte. De la misma manera en que Venezuela eligió presidente a un bolivariano hijo del pueblo, Brasil a un obrero metalúrgico, Bolivia a un indígena, Ecuador a un economista forajido, Paraguay a un obispo, Nicaragua a un Sandinista y Chile a una ex presa política, Estados Unidos ha elegido al afronorteamericano Barack Hussein Obama como su 44 presidente con el 53 por ciento del voto popular y 349 votos electorales, 79 más del mínimo necesario. Cosechó el 96 por ciento del voto afronorteamericano y el 68 por ciento del voto hispano, así como el 66 por ciento del voto joven. Su barrida electoral también contribuyó a la configuración de un nuevo balance de poder en el Congreso, con una mayoría de 56 senadores y 252 representantes, lo que facilita la gobernabilidad para Obama.

El anuncio por los medios de comunicación estadounidenses fue recibido con un júbilo exuberante en el Parque Grant de Chicago donde esperaban cientos de miles de seguidores de Obama para festejar lo que ya muy pocos dudaban sería un triunfo electoral histórico que presumiblemente constituiría un nuevo referente político de centro-izquierda en ese país. Ese mismo lugar, en 1968, fue escenario de una batalla campal entre las fuerzas opositoras al orden establecido y la policía con motivo de la celebración de la convención de un impugnado Partido Demócrata, que en ese momento anidaba crecientemente a la derecha del centro. También en 1968 cayó abatido a tiros por un racista blanco el histórico líder afronorteamericano Martín Luther King por atreverse a reclamar la igualdad de derechos para todos con independencia del color de la piel.

Entre el público presente en el Parque Grant estaba uno de los testigos de esos criminales hechos, el reverendo Jesse Jackson, quien recibió el anuncio de la victoria de Obama con lágrimas. Por fin llegaban a la tierra prometida, tal y como lo sentenció el reverendo King poco antes de morir. Luego de la larga noche neoliberal y la restauración del poder salvaje de la clase capitalista, parecía asomar nuevamente la esperanza en los rostros de los que desde el Parque Grant hasta las calles de Kenya daban testimonio de sentirse viviendo un verdadero cambio de época y no un cambio cualquiera. En un mundo en que, según el filósofo político italiano Antonio Negri, la ciudadanía asume ribetes globales, Obama es el primer presidente genuinamente global, opinaba un joven desde Tailandia. Obama constituye una figura transformacional en un mundo en que se va refundando el sentido de lo político como hasta ahora se ha conocido.

Conciente del enorme reto que tiene por delante, Obama reivindicó el poder de la democracia en su mensaje a los congregados en el Parque Grant. Advirtió que su victoria no es el cambio por el que han luchado sino que es tan sólo la oportunidad para emprender el cambio. Asumiendo humildemente el mandato recibido, aclaró que en ese sentido la victoria le pertenece al pueblo y que sólo como pueblo unido va a poder asumir con éxito los retos por delante. Repetía así un tema que ya había abordado con anterioridad en su campaña: para que el cambio llegue a Wáshington y a todos los rincones del país, lo tendrá que seguir potenciando el amplio y vital movimiento político, de tendencia centro-izquierda, que se organizó en torno a él.

«Ustedes tienen que crear un viento político suficientemente fuerte para hacer volar la oposición al cambio y empujar a sus líderes electos a la izquierda», había dicho. En ese sentido, el movimiento no puede ahora desmovilizarse y limitarse a ser representado por su gobierno: tiene que también, y sobre todo, representarse a sí mismo. Sólo en ello radica la posibilidad de hacer el cambio prometido. Sólo así se constituye el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo que constituye la esencia misma de la democracia verdadera. En fin, la historia nos enseña que los grandes avances de la humanidad siempre han sido el resultado de las luchas populares, la fuente determinante del poder constituyente de lo nuevo, y no de concesiones desde arriba.

Ante la debacle económica y social dejada por George W. Bush, al movimiento que impulsó exitosamente la candidatura de Obama le anima mayoritariamente el deseo de un cambio profundo. Para ello tendrá que revertir los perversos designios de un modelo económico, el neoliberal, que ha dejado al país prácticamente al borde de la quiebra financiera y que, dentro de sus más recientes aleteos, pretende que el pueblo siga pagando el oneroso costo social por su mantenimiento.

Precisamente, si hubo algo que distinguió a Obama en su campaña fue su insistencia de reencaminar al país hacia una agenda pública centrada en la promoción del bien común y no en el bien de unos pocos. Para ello habrá que pasar del actual modelo de acumulación por desposesión de los más a un modelo de acumulación que distribuya más equitativamente la riqueza entre todos. Ello le costó el epíteto de socialista por parte de sus adversarios quienes, más allá de los preciosismos teóricos, intuyeron el trasfondo profundamente progresista que en potencia representa los objetivos programáticos de Obama.

Cada día que pasa da testimonio del hecho de que vivimos en una era profundamente revolucionaria, aunque sus contornos específicos eludan nuestros esquemas ideológicos previos, así como esa pretensión majadera de definir a priori el sentido de todo proceso histórico, olvidándonos que por su propia naturaleza dicho proceso es abierto y está en permanente devenir. Es “el movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual”, del que nos hablaron Marx y Engels. Ese mismo movimiento real se nos ha expresado con toda una rica diversidad en la América nuestra durante este nuevo siglo, desde Chávez a Lula, Evo Morales y Rafael Correa, cada cual desde su particular trinchera y enfoque contribuyendo a forjar otro porvenir para los pueblos nuestros. Si Obama, a partir de sus virtudes y a pesar de sus defectos o contradicciones, estará a la altura de la potencialidad y los retos de ese movimiento real en que le corresponde actuar, sólo lo dirá el tiempo.

En ese sentido, al igual que el mandatario venezolano Hugo Chávez Frías, yo me conformo con aquilatar la diferencia refrescante que de hecho representa Obama frente a lo existente. «No le pedimos que sea revolucionario, no le pedimos que sea socialista, sólo que se coloque... a la altura de la historia», puntualizó sabiamente el líder bolivariano.

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