Tuesday, July 7, 2009

Honduras y la seguridad hemisférica


“En primer lugar, se ha puesto sobre el tapete si EEUU podrá continuar usando sus fuerzas armadas para promocionar intervencionismos de grupos militares en los asuntos políticos latinoamericanos o si reconocerá a las naciones del continente una zona estratégica propia de seguridad”


Por Jesús Dávila /

La interceptación –probablemente en Caracas con equipo militar- de una señal difundida por satélite desde las Naciones Unidas en Nueva York pone de manifiesto el nivel de la amenaza a la seguridad de todo el hemisferio que ya representa la crisis desatada con el golpe de estado en Honduras.

El tema resulta todavía más grave al tomarse en cuenta que se desoyeron informes de peritaje del propio gobierno de Estados Unidos en los que se advirtió hace más de diez años que la cadena de bases denominadas “puestos avanzados” estaban obsoletas en un continente en el que la prioridad sería el mejoramiento de la economía y la democracia, asuntos a ser atendidos por agencias civiles.

Así las cosas, aún de lograr la comunidad internacional la rendición incondicional o negociada de los golpistas hondureños en los próximos días, la tensión centroamericana ha inaugurado una situación con repercusiones a largo plazo.

En primer lugar, se ha puesto sobre el tapete si EEUU podrá continuar usando sus fuerzas armadas para promocionar intervencionismos de grupos militares en los asuntos políticos latinoamericanos o si reconocerá a las naciones del continente una zona estratégica propia de seguridad. El caso de la base de Palmerola es que a la hora de la verdad no sirvió para garantizar la seguridad democrática de Honduras ni del resto de los países de Centroamérica.

Ese desastre en la doctrina de seguridad militar-civil lo que ha hecho es sumarse a la cadena de vergüenzas que ha sufrido Washington en el Caribe, como haber usado la Estación Naval de Roosevelt Roads para maniobras obsoletas de bombardeo en la isla de Vieques, con el resultado de que tuvo que ponerle fin ante las protestas populares. Otro similar es el de la Estación Naval de Guantánamo, escenario del oprobio de un campo de concentración y torturas que hace recordar los horrores de la Segunda Guerra Mundial.

En segundo lugar, la utilización de la tecnología de las comunicaciones para lo que el analista venezolano Walter Martínez ha denunciado como la “guerra satelital”, ha puesto al periodismo en la primera línea de fuego en un conflicto desproporcionado.

La censura a la libertad de prensa no es nada novedoso en la historia de los golpes de estado, pero lo ocurrido esta semana en Caracas con la intervención directa contra Telesur marcó un nuevo nivel. La interceptación afectó la transmisión internacional y en la división de televisión de las Naciones Unidas se le confirmó a NCM Noticias que la señal salió bien del edificio de la organización mundial, lo cual tiende a remitir la pesquisa a Venezuela.

Dos peritos en ingeniería militar consultados dijeron que en el caso de la interceptación del discurso del Presidente José Manuel Zelaya ante la Asamblea General de la ONU el martes pasado, los pasos evidenciados en los cambios de la señal corresponden a una operación realizada con un equipo móvil colocado en la misma ciudad de Caracas. Uno de ellos, que trabajó en operaciones similares en la guerra de Kosovo, explicó que debió tratarse de equipo de alta tecnología sólo disponible para militares y que además los que la llevaron a cabo necesitaron información de inteligencia específica para poder realizarla.

Ambos, sin embargo, advirtieron que si se evidenciase otros puntos de interrupción no servidos por Telesur, se trataría de equipos más potentes que intervinieron la señal en los propios EE.UU. o con acceso directo al satélite.

De una forma o de otra, más grave que la operación misma ha sido que el tema ha pasado desapercibido en la mayoría de los informes de prensa que circulan internacionalmente. Eso apunta a una interceptación más profunda, la de las señales de la consciencia sobre las cosas que están pasando.

Se trata de un ambiente muy cargado entre los propios profesionales de la información, como se evidenció durante una convención que sostuvo en Puerto Rico la Asociación Nacional de Periodistas Hispanos de EEUU apenas días antes del golpe en Honduras. En la reunión se llevó a cabo un foro para alegar ataques a la libertad de prensa en Venezuela que fue percibido como algo tan parcializado que la mayoría de los cientos de periodistas que estaban en el salón lo abandonaron y uno de ellos, un prominente reportero de Nueva York, dijo que le había ofendido que se usase la entidad para un acto de propaganda anti Chávez.

Nada demasiado raro en tiempos de guerra, según hasta dónde se pretenda llegar.

En el informe marcado GAO / NSIAD-95-39, del 2 de agosto de 1995, ya se advertía que la base de Soto Cano en Palmerola, Honduras, había dejado de ser “crítica” para los objetivos de EEUU en la región “ahora orientados hacia el desarrollo económico y la reforma democrática. Los oficiales militares y funcionarios diplomáticos de EEUU coinciden en que la aportación militar a estos nuevos objetivos es incidental y no es razón suficiente para mantener su presencia”, para lo cual se calculaba que eran más apropiadas agencias civiles.

Los desarrollos de las economías latinoamericanas, así como el de proyectos de integración económica, política y militar de la propia región –desde UNASUR hasta el ALBA- demostraron que los analistas de la Oficina de Contabilidad General (GAO) no estaban muy lejos de la verdad. De igual forma, las reformas y los experimentos de democracia participativa inauguraron una nueva era en Latinoamérica en la que vibra un mosaico de colores y tendencias, si bien algunas contradictorias con otras, en las que se destacan las tendencias de Chile, Uruguay y Argentina en el cono sur, el poderío de Brasil y los cambios radicales de Venezuela, Ecuador y Bolivia, todo lo cual impactó la empobrecida Centroamérica.

A contrapelo de ese proceso, sin embargo, la cadena de bases estadounidenses ha continuado desarrollando programas de activación de los sectores militares. Poco tiempo antes del golpe de Honduras varios barcos de la IV Flota se encontraban en las inmediaciones de Centroamérica mientras se animaba a los militares de la región sobre la cooperación que tenían de EE.UU. para proteger la seguridad de la zona.

La contradicción estalló en Tegucigalpa y es prematuro pronosticar hasta dónde llegará.

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