Por CARLOS LOPEZ DZUR / Historiador
He leído un interesante libro The Birth of Modern Politics: Andrew Jackson, John Quincy Adams and the Election of 1828 [Oxford University Press, 2009, 272 ps.], talentosamente escrito e investigado por Lynn Hudson Parsons. Para la gente que vomita loas a la democracia estadounidense en abstracto y a su sistema político, la historiadora Parsons reúne y examina información poderosamente sugestiva sobre cómo fue la elección presidencial de 1828 y cómo ésta originó importantes cambios modernizadores en la práctica de la política de la nación, esto es, el reemplazo de la república patricialista creada por los Padres Fundadores con el sistema de dos partidos o democracia de masas bipartidista.
La modernidad eleccionaria que surge del 1828 tiene como elemento jacksoniano la mácula del encubrimiento a través de la imagen, acicalada y pulida. Lo que nace, en cierto modo, es el maquillaje para las agendas y la ocultación de los defectos del candidato. «The Jacksonians skillfully burnished their candidate's image, while the followers of Adams emphasized their program for nationwide economic development», nos dice la historiadora, lo que me recuerda que la derecha consevadora y los partidos de élite, por lo general anti-progresitas y anti-étnicos, en Norteamérica como en cualquier parte del mundo, también se maquillan al postular las agendas llamadas «Valores Tradicionales» / «Carácter» y «Patriotismo», utilizándolas como velo que evita la discusión y debate de las condiciones económicas.
En las tácticas de campaña también incidirá la innovación en los partidos políticos organizados nacionalmente. Por primera vez, realmente se buscará un acceso de poder en cada Estado de la Unión Americana y se coordinará a los medios de prensa y propapaganda para promocionar el voto, la recaudación de fondos, la celebraciones de mítines, las encuestas de opinión, la elaboración de parafernalia sectaria partidista, reorientación y coqueteo con los bloques étnicos; correo directo al elector; se harán estudios en torno a la oposición e implementarán tácticas de husmeo en el campo rival. La autora sugiere a Jackson como el primer candidato presidencial obsesivamente interesado en su victoria y quien se sirvió de donativos de campaña. Su populismo, empero, sería hueco y pequeñoburgués. Cuando el poder fue suyo, ninguno de los grandes problemas quedó resuelto.
Para dar contenido y contraste a este «nacimiento de la política moderna» en los EE.UU.. Lynn Hudson Parsons nos repasa, a partir de la Revolución de Independencia a la década del 1830, una descripción sobre la situación económica del país y estructuras de poder, cambios menores y/o continuidad que caracterizan su paisaje social, económico y político. Como ha observado Ron Formisano, profesor de historia de la Universidad de Kentucky, uno de los resultados de ese cambio que se marca señero en el 1828 es el nacimiento de una larga tradición antiintelectual en la política estadounidense. Parson, quien no endosa la idea de otros historiadores de que la del 1828 haya sido «the first truly democratic election», o primera elección genuinamente partidarista, indica que, en adición, el cambio originaría la formación del sistema político conocido como «antebellum political system».
En rigor, las elecciones previas no fueron democráticas. Solía votar el 57% de los varones blancos inscritos, obviamente no las mujeres ni los jóvenes, mucho menos los afroamericanos. «Most of the population was still ineligible to vote, and results were still skewed by the three-fifths rule that amplified the influence of Southern planters by giving their states partial credit for their nonvoting slaves». Sin embargo, ciertos avances se irán logrando y la pionero en coordinar estrategias de medios de votación y propaganda es la Maquinaria Política de Jackson, pese a que ambos candidatos, Jackson y Adams, son miembros del mismo partido. Ante la escéptica atención de Parson, un puñado de historiadores alega que el talentoso abogado en Tennessee y militar de rango (que fue Andrew Jackson) «de veras interesaba, en caso de ser electo presidente, actuar como un representante directo de la gente (del hombre común) y que más que ninguno de sus predecesores fue electo por el voto popular».
Si bien Parson simpatiza con el estilo político, las novedades pioneras que hilvana Jackson, respeta más a John Quincy Adams y nos da un retrato del primero que inquieta lo suficientecomo para explicar por qué fue tan sucia la batalla presidencial de estos dos candidatos. El carácter de los contendientes es uno de los factores. Con la advertencia de que la elección de 1828 «was certainly a nasty battle, but it wasn't the first nasty battle or even the most nasty battle to date», la investigadora nos habla del hombre Jackson tan ferozmente rígido por cuestiones de honor y con ánimo tan temperamental que se vio involucrado en reyertas y en un duelo, matando a un hombre «who cast an unjustified slur on his wife Rachel». Empero, advino el séptimo presidente de los EE.UU. y derrotó a Adams, que fue el sexto y quería reelegirse. Obsérvese que historiadores como los editores de The Papers of Andrew Jackson, 1825-1828 [Harold D. Moser, J. Clint Clifft y Wyatt C, Wells}, advierten que Jackson había sido el ganador del voto popular en las elcciones de 1824, aunque perdiera la elección. En 1828, es un candidato reacio, pero sintió el llamado del pueblo a servir («called into service by the voice of the voters»). Y la convicción de ésto lo involucra en la campaña de 1838 «one of the longest in American history [...] it was also one of the dirtiest campaigns in American history».
Jackson, agricultor esclavista y hombre próspero, fue el primer funcionario electo por Tennessee a la Cámara de Representantes y sirvió brevemente en el Senado. Desde el 1812, obtuvo el rango de general en una guerra contra los británicos. Venció durante una batalla acaecida en New Orleans. Con un temperamento, cascarrabias y tozudo, por la genética del ancestro escocés-irlandés, él se consideraba un guerrero fiero, «a gaunt, fiery, honor-obsessed warrior». Admiraba a Monroe, el quinto presidente, y adoptó la peor versión del Destino Manifiesto. Crecer como nación y que nadie obstruya la marcha sirve como buen adorno para las ansias patrióticas. Mas los detractores de Jackson le hallaron siempre deficiente en no sólo los aspectos de la vida pública, sino en la privada. A los 58 años de edad, se dijo que no estaba calificado para ser presidente de los EE.UU. y la razón esgrimida fue: «He lacked the moral principles, the temperament, the education, and the family background requisite for a president of the United States». [Cf. Moser et als: The Papers of Andrew Jackson, 1825-1828] Jackson mismo decía que se le juzgaba como un «diablo encarnado».
Distinto a él, siendo que fue criado a la europea en una familia de la Noreste de ios EE.UU., John Quincy Adams tuvo un estilo aristócratico. Fue educado en Harvard y se opuso intelectualmente a la esclavitud. No fue un enemigo del hombre común, pero, sí rival de toda populachería y ruido. Hábil como diplomático, siempre honorable. En común, Adams, como Jackson, creyeron que el Destino Manifiesto de los EE.UU. sería convertirse en una superpotencia continental. Son monroístas.
La campaña de 1828 es, como bien dice Parsons, una de las primeras que critica el continuismo y los jacksonianos toman ese leit-motif. Se ufanan de apoyar la causa de la verdad y la democracia contra las ambiciones de políticos corruptos y una aristocracia del poder que se perpetuaban en sus cargos, «self-seeking politicians, an aristocracy of power built upon bargains and dubious political alliances dedicated to its perpetuation in office». Jackson se proclama el defensor del voto, pero su visión del sistema electoral y los derechos seró todavía limitada y excluyente; pero, el mensaje llega. «The great constitutional corrective in the hands of the people against usurpation of power, or corruption by their agents is the right of suffrage; and this when used with calmness and deliberation will prove strong enough».
El modo / o medios para su quehacer / con que Jackson servía a sus convicciones e idearios fue insano, típico de su carácter temperamental y burdo. Un hombre de maquinarias políticas, ambicioso e infatigable en el deseo de poder, fue el primero en pedir la eliminación de los Colegios Electorales en su primer mensaje al Congreso. Henry Clay, Daniel Webster y otros líderes del Partido Nacional Republicano («Whigs») se proclamaban defensores de las libertades populares frente a la usurpación de Jackson, al ganar la Presidencia. Los caricaturistas de la época lo llamaban el Rey Andrew I. Contrario a otros presidentes previos, Jackson no se conciliaba con el Congreso, no consultaba, no escuchaba en materia de elaboración de políticas públicas, sino que abusaba de su poder de veto y su camarilla de Partido para ejercer su comando.
¿Por qué se tiene tal percepción? es decir, de que el democrata Old Hickory Jackson fue un usurpador y absolutista pese a que pretendiera ser aquel que actuara en nombre del hombre común... El estilo otra vez. El retrato que Parsons ofrece es conocido, Jackson tuvo un estilo populista que apelaba a la clase hacendataria, la de agricultores, muy poco cosmopolitas, enemigos del Gobierno Federal y los políticos Cabeza de Huevo. Tuvo la habilidad de hacer pasar a Adams como uno de éstos, en parte por su valiente agenda de expansión gubernamental.
El temperamental Jackson, como una bomba de tiempo por su carácter, sería especialmente recordado en Carolina del Sur cuando el asunto de la nulificación de unas tarifas consideradas gravosas, muy altas, por John C. Calhoun, líder del movimiento opositor a las mismas. Jackson envió las fuerzas armadas a Charleston y amenazó privadamente a Calhoun con la horca. «Violence seemed imminent until Clay negotiated a compromise»: La tarifas fueron reducidas; pero, dijo mucho del estilo de Jackson, dizque la voz autoproclamada del «hombre común», o el Little Guy como se decía en la pasada campaña. «It is to be regretted that the rich and powerful too often bend the acts of government to their own selfish purpose», escribió Jackson. Este es el hombre que dirá más tarde: «Cada reducción de los gravámenes públicos surgidos de los impuestos ofrece a la empresa individual un aumento en su poder y da a todos los miembris de nuestra feliz confederación nuevos motivos para el amor patriótico y el apoyo».o their own selfish purposes», escribió Jackson.
Cuando, en 1832, el Senado le rechazó al Presidente Jackson la nominación de Martin Van Buren como Ministro a Inglaterra, Jackson enterado de ésto, exclamó: «By the Eternal! I'll smash them!» Su manera de vengarse fue designar a Van Buren, su favorito, como Vice Presidente y el hecho es que el corrupto Van Buren, cuando el Old Hickory / Jackson / se retiró de la política, advino Presidente.
Por la historias que Parsons nos detalla en su libro, aprendemos mucho acerca de lo que se trata este cinismo de la modernidad. En Jackson, sutilmente se sobreentiende, tenemos a uno de los primeros presidentes que se le sube el poder a la cabeza y se sienten con el derecho al desplante y al puteo, como el malhablado y disciplicente Richard Nixon. Políticos que se sienten con el derecho de llamar hijodeputa a quien se les pega la gana. Tenemos uno que supo, como los de hoy, cómo llenarte el buzón de peticiones de donativos y cartas que hacen la barba a los electores, aunque se cuelen las mentiras. A su mansión privada de Hermitage invitaba a los que le ayudarían a triunfar, a sus amigos especiales, o representantes de intereses especiales.
Jackson fue un político que encontraba irreconciliables los intereses de la clase comercial y los de los agricultores. El hacendado de aquellos tiempos quería ser el que planta un producto y el que lo vende; no quiere la competencia del que no siembra y predica modernización industrial. Además Jackson se oponía a la creación de bancos nacionales. El hacendado rico puede ser el prestamista. Al existir bancos nacionales la tentación a adquirir deudas nacionales y circular papel moneda se amplía. «I have always been afraid of banks», dice. No en balde, Jackson dio batalla contra la creación del Segundo Banco de los EE.UU., una corporación privada, virtualmente convertida en un monopolio con patrocinio gubernamental, pero, ¿fue su lenguaje convincente para oponerse? Y Jackson utiliza el veto contra el Banco, alegándolo un «privilegio económico indebido», convenciendo al electorado en 1832 para su reelección y esta vez con el 58% del voto popular y casi cinco veces más de los votos electorales que antes.
La más interesante aportación de Jackson es su defensa a los Derechos de los Estados, la más peligrosa su fe en la Mob Rule, en el régimen de asalto. Parsons nos recuerda, como el mejor ejemplo de lo último y precedente de conducta política, cuando el General Jackson, todavía no presidente, provocó un incidente internacional que prologa la Doctrina Bush y la hace parecer pequeñita frente a la osadía. Parsons la describe como -- «a pre-emptive and unauthorized invasion of Spanish Florida for harboring Indian terrorists». El mismo Presidente Monroe y su Gabinete, unánimemente, se pasmaron ante la actitud temeraria, imprudente e invasora de Jackson. Adams era el Secretario de Estado y defendió a Jackson como «un agente patriótico de la potencia estadounidense» y, aún más, negoció con España las bases de un tratado para la anexión de la Florida.
Para juzgar el carácter de Jackson, es importante examinar unas profundas convicciones de las que él dejó constancia y fluyen por The Papers. Está orgulloso de la República adquirida y, de hecho, fue el último de los veteranos de la Revolución en ser presidente. Concibe una misión perfecta a los EE.UU., aunque está consciente de los ciudadanos imperfectos, quienes pueden, tarde o temprano, degradar la nación. Para él, ese amor fanatizado al país le permite decir que: «La guerra es una bendición comparada a la degradación nacional». Si bien «la paz, sobre todas las cosas, es lo deseable, en ocasiones la sangre debe derramarse» para obtener tal paz en términos duraderos, «on equable and lasting terms».
Jackson, el Viejo Nogal americano, tuvo la capacidad de unir el ala Nacional Republicana, cautivar la próxiima generación de la política a partir de 1828 y transformarla en el Partido Demócratico Republicano. Del viejo grupo Republican Party --o Demócratas Republicanos, adheridos a Jackson; es que vienen los republicanos del GOP de hoy. Y de los viejos Whigs, los demócratas.
En el partido el ala favorecedira de Adams se dividirá, uniéndose al desprendimiento del Partido Federalista, para formar los Whigs. Al final, según escribe Parsons, será Jackson, «who would come to represent the future» -- el futuro deque cada voto cuenta y que más importante que el intelecto es la responsabilidad política y que las campañas políticas y la militares funcionan de igual forma. En la guerra todo se vale; pero, después de tal disgresión, Parsons reflexiona. Es John Quincy Adams quien nos anticipó el futuro real, con su visión del Gobierno Expandido y una complejidad de los compromisos financieros e internacionales. Pero la lección acerca de la democracia es ésta y el túetano el siguiente: En 1828, triunfó el ignorante sobre el culto. «An unlettered, hot-tempered southwesetern frontiersman, trumpeted by his supporters as a genuine man of the people, soundly defeated a New England "aristocrat" whose education and political resume were as impressive as any ever seen in American public life».
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