Por Felipe Maíllo Salgado / Profesor Titular de la Universidad de Salamanca
Durante el siglo XX empezó a verse claro que a lo largo y ancho del dominio islámico, especialmente en el Próximo Oriente, las cosas iban de mal en peor. El mundo del Islam se había vuelto en su conjunto pobre, débil e ignorante, comparado con la Cristiandad, su rival milenario. Occidente en el curso de los siglos XIX y XX, con el colonialismo, había invadido todos los aspectos de la vida pública musulmana y, lo que es peor y más doloroso, había modificado espacios de su vida privada. Con la independencia de esos países en la segunda mitad del siglo XX, los dirigentes concentraron sus esfuerzos modernizadores en tres áreas principales: la militar, la económica y la política. Los resultados, no obstante, fueron decepcionantes, cuando no desastrosos.
En vez de victorias militares, sufrieron una serie de humillantes derrotas. En 1948, cinco Estados árabes con sus ejércitos no pudieron prevenir que medio millón de judíos crearan el Estado de Israel, ni pudieron conjurar la gran tragedia palestina, la Nakba (la catástrofe).
La búsqueda de prosperidad mediante el desarrollo produjo en estos países economías empobrecidas y corruptas, con necesidad constante de ayuda extranjera; en otros se daba una dependencia nada saludable de una sola fuente de recursos: los combustibles fósiles. Y aun estos fueron descubiertos, extraídos y aprovechados gracias al ingenio de los occidentales y a su industria. Pero lo más preocupante es que estos recursos, tarde o temprano, más bien temprano, se van a agotar o van a ser suplantados por otras fuentes energéticas 1. Los países del Golfo, por ser economías rentistas que descansan sobre un único producto que se agota, en el plazo de una generación habrán de enfrentarse a una crisis maltusiana en la que el incremento de las necesidades humanas tropezará con la mengua de recursos naturales. La situación es aún más difícil en Arabia Saudí, según algunas estimaciones, los ingresos per capita en ese país han descendido un 755 a lo largo de los últimos veinte años. Dos factores principales inciden en esto: posprecios del petróleo, a veces demasiado bajos, aunque ahora no sea el caso, y el crecimiento de la población –al ritmo que lleva se duplicará en 20 años-.
Hoy el 50% de los saudíes tiene menos de 15 años. Una gran cantidad de varones jóvenes se enfrenta al desempleo, y la mayoría de ellos han sido educados para mirar con profunda suspicacia a Occidente. «La combinación de una población en expansión y unos niveles de vida en declive, con un sistema educativo fundamentalista, hace que el régimen saudí sea intrínsecamente inestable». Pero esto se puede hacer extensivo a muchos países árabes o musulmanes.
En el Índice de Desarrollo Humano de 2003, un informe que la ONU confecciona cada año, sólo los países petroleros minúsculos se hallan en la lista junto a países de alto desarrollo: Brunei (nº 37), Qatar (nº 44), Kuwait (nº 46), Emiratos Árabes (nº 48). Ya como países de desarrollo medio figuran en la lista: Libia (nº 61), Arabia Saudí (nº 73), Omán (nº 79), Jordania (nº 90), Túnez (nº 91), Turquía (nº 96), Irán (nº 106), Argelia (nº 107), Siria (nº 110), Indonesia (nº 112), Egipto (nº 120), Marruecos (nº 126), Sudán (nº 138). Y, en fin, entre lospaíses de bajo desarrollo se hallan: Pakistán (nº 144), Yemen (nº 148), Mauritania (nº 154) –no encuentro datos sobre Somalia, que es un país de la Liga Árabe-. Finalmente Sierra Leona, que no es un país islámico, ocupa el último lugar en esa lista, figurando en el puesto 175 2 .
Les daré otros datos para calibrar mejor la postración de los países árabes. Según estimación del Banco Mundial, las exportaciones del mundo árabe –excepción hecha de los países petroleros- no llegan a las de Finlandia, un país de 5 millones de habitantes. Otro dato: el PIB de la totalidad de los países de la Liga Árabe –incluidos los petroleros, naturalmente- no llega al PIB de España. En el capítulo de la cultura, las cifras hablan por sí solas: la cantidad de traducciones publicadas cada año en lengua árabe es inferior a las que Lituania publica en su idioma, un país que sólo tiene 3 millones de habitantes, mientras que los árabes son 300 millones. Y no hay que olvidar que existe una relación necesaria entre el saber y los libros.
Pero aún son peores los resultados políticos: la descolonización trajo un sinfín de tiranías que van desde autocracias tradicionales a dictaduras de nuevo cuño. Sólo modernas en sus aparatos de represión y adoctrinamiento.
Orgullosos y herederos de una antigua civilización, los musulmanes y, especialmente los árabes, se acostumbraron a contratar empresas occidentales para realizar tareas que sus propios técnicos y contratistas no eran capaces de realizar. Ahora se ven obligados a solicitar contratistas y técnicos en Corea, hasta hace bien poco una especie de colonia económica del Japón. Como dice B. Lewis, ya es bastante triste seguir a los otros, pero estar el último de la fila es mucho peor. Mientras las elites de Asia y del Pacífico se han integrado a la esfera intelectual de occidente –que a principios del tercer milenio encabeza creatividad e innovación tecnológica- el mundo árabe, núcleo del islam, está sumido en el estancamiento. Según todos los parámetros utilizados en el mundo moderno –desarrollo económico, creación de empleo, alfabetización y logros educativos y científicos, libertad y respeto por los derechos humanos- la que fue una vez civilización poderosa ha caído en picado. Muchos árabes y otros musulmanes se han preguntado: ¿Quién nos ha hecho esto? Unos dicen que los mongoles del siglo XIII, destructores del califato de Bagdad, pero los historiadores han demostrado que los logros culturales más grandes se dieron en Irán y otros países ocupados por los mongoles, justo después de esas invasiones. Con los nacionalismos importados de Occidente, los árabes achacaron su decadencia a los turcos, mientras éstos culparon del estancamiento de su civilización al lastre del pasado árabe.
A finales del siglo XIX y principios del XX, se le echó la culpa al imperialismo occidental; pero como ocurrió con las invasiones mongolas, que destruyeron un califato podrido por dentro, el colonialismo antaño y los americanos hoy han sido una consecuencia y no una causa de la debilidad interna de los estados y las sociedades orientales. Es curioso que los lugares más desarrollados dentro de ciertos países sean precisamente aquellos donde la impronta colonial fue más duradera: en Yemen, Adén es con mucho más desarrollado y dinámico que el resto del país; Singapur, lo es mucho más que Malasia, país del que formó parte; Hong Kong mantiene un desarrollo sin parangón en el resto de China, etc.
El argumento que se aduce en ocasiones es que la causa del cambio en las relaciones entre Oriente y Occidente no fue la decadencia del Medio Oriente, sino el auge de Occidente: el Renacimiento, los descubrimientos, el movimiento científico, la revolución tecnológica, industrial y política que han transformado Occidente, aumentaron su riqueza y su poder. Uno puede preguntarse legítimamente esto: ¿Por qué los descubridores de América partieron de España y no de un puerto musulmán del Atlántico? ¿Por qué el gran avance científico se produjo en Europa, y no como podía esperarse en el ámbito más rico, más avanzado y, en muchos sentidos, más progresista del Islam {3]?
A veces se ha dicho que el islam es un obstáculo para la libertad, la ciencia y el desarrollo. ¿Cómo es posible entonces que en el pasado la sociedad musulmana fuera pionera en esos tres campos? Otros han planteado la pregunta de forma diferente: ¿qué le han hecho los musulmanes al islam? Los fundamentalistas arguyen que todas las miserias vienen de adoptar nociones prácticas ajenas al verdadero islam. Pero ¿quiénes son los fundamentalistas? O, mejor ¿qué es el fundamentalismo? Tanto fundamentalismo como integrismo son términos acuñados en Occidente, surgidos en las iglesias cristianas. El fundamentalismo designa una corriente protestante conservadora nacida en estados Unidos en el siglo XIX como reacción a las amenazas del modernismo (hoy el término se aplica a cualquier grupo religioso que radicalmente se resista a los cambios del mundo moderno). Mientras que integrismo hacía referencia a un grupo de católicos españoles que rechazaban las reformas emprendidas por el Vaticano desde mediados del siglo pasado. Estos dos neologismos fueron prestados por la lengua árabe mediante el término usuliyya (fundamentalismo –a veces también se utiliza como sinónimo salafiyya) y usuliyyum (fundamentalistas); o sea, que vinieron a significar algo parecido, por más que las voces originarias en nuestra lengua tengan diferente matiz.
El fundamentalismo se adecuó, efectivamente, al espíritu del salafismo, esto es, el regreso a una mítica edad de oro del islam en tiempos del Profeta y de sus piadosos compañeros, considerados un ejemplo para siempre jamás –una idea bastante típica ésta- «cuando el presente es incierto, sólo el pasado puede justificar el futuro». El poeta sirio-libanés Adonis sostiene que se da una correlación entre la concepción cerrada de la historia y la estructura lingüística del idioma árabe. En el idioma árabe en los tiempos verbales existe el pasado (al-madi) y el presente (al-hadir), pero no el futuro; en su lugar existe el presente durativo, que desempeña el papel de futuro. La historia es siempre la reproducción del pasado, el futuro se constituye en el presente y no en ruptura con él. De todos modos estos salafíes de finales del XIX y principios del XX eran reformistas (islahiyyun), sin dejar de mirar al pasado intentaban modernizar el islam y a la vez preservar sus fundamentos. Sin embargo, una vez que ese talante desapareció hacia los años 30 del siglo XX, emergieron fundamentalistas más radicales que postulaban un islam más integrista y político –cuyo objetivo último sería un Estado Islámico- tal como la asociación de los Hermanos Musulmanes (al-Ijwan al-Muslimun), que serían el germen de todas las actuales derivaciones islamistas y terroristas. En una palabra, entre fundamentalismo e integrismo nosotros, al igual que el tunecino A. Meddeb, establecemos una diferencia de intensidad: la coerción fundamentalista se transforma en terror integrista, y el combate, en guerra santa. Aplicar una prescripción en su integridad es hacerlo en su totalidad; el islamista cuando preconiza la integridad de su ley, su pureza, y la impine íntegramente, suprime cualquier alteridad.
En el islam histórico, en momentos de radicalismo, el fundamentalismo se ha dado por doquier y en diversas épocas. Si nos atenemos a al-Ándalus, dos dinastías beréberes pueden servirnos de ejemplo [4]. Efectivamente, entre los siglos XII y XIII, primero los almorávides y después los almohades lo dejaron bien patente. Los almorávides preconizaban una jurisprudencia malikí elemental, exclusiva y zafia. A su llegada a al-Ándalus de los reyes de taifas, después de destronarlos a todos, en Sevilla quemaron instrumentos musicales y libros, entre los que se hallaba La vivificación de las ciencias religiosas, obra de Algazel –suprema cumbre religiosa de la época-. Cierto que estos beréberes dieron nueva fuerza al islam peninsular cuando estaba en vías de liquidación a finales del siglo XI; pero la Reconquista sólo se frenó por poco tiempo, en seguida continuó a otro ritmo.
Por su parte los almohades, con su fanatismo religioso extremo –que iba contra la propia ley islámica y el Corán- exigieron la conversión forzosa al islam de todos los cristianos y judíos bajo su dominio, hasta el sabio judío Maimónides se tuvo que convertir para salvar la vida, si bien cuando llegó a Egipto volvió a su antiguo credo. Este fanatismo intolerante que acabó con las comunidades cristianas de al-Ándalus y del Zagreb, ha sido corriente en diversas épocas y circunstancias en el mundo islámico; los ejemplos sobran. Los continuos asesinatos de cristianos en Egipto e Indonesia, y de cristianos y shiíes en Pakistán dan prueba de ello actualmente.
Pero el fundamentalismo actual no es, en rigor, una vuelta a la cultura de origen de las poblaciones musulmanas. Es una construcción intelectual y abstracta que se opone a siglos de tradiciones y culturas locales añadidas, y también a una gran civilización. El fundamentalismo desvaloriza la literatura, la poesía, la música, la filosofía; en una palabra, todo lo que se construye sobre bases distintas a las de la Revelación. Desprecia catorce siglos de historia y cultura del mundo musulmán, alos que achaca el haber alejado al creyente del mensaje original y de la sociedad ejemplar formada alrededor del Profeta y de los piadosos ancestros.
Este islam radical, esta ideología que utiliza la religión con objetivos políticos, ha hallado un campo abonado en el sector más accidentalizado y urbano de la población musulmana, in situ o emigrada a Occidente (alejada de la cultura de sus padres, pero desasosegada ante la exclusión o ante la pérdida de identidad [5} . Según O. Roy, la infiltración terrorista en las comunidades musulmanas de Europa se ve favorecida por una juventud radicalizada que se plantea el retorno al islam, no como una vuelta a la tradición cultural de los países de origen de sus padres, sino como la integración en una nueva comunidad islámica mundial, que puede definirse como virtual debido a que se constituye mediante los nuevos medios de comunicación e internet.
La modernización acelerada ha culminado con la destrucción de sociedades tradicionales y ha alterado la célula familiar, base de la comunidad musulmana. A la demografía galopante, el paro, el peso de la deuda contraída en época de vacas gordas, se añaden las dificultades presupuestarias, lo cual obliga a los gobiernos a reducir las importaciones y a recortar las subvenciones sociales en productos de primera necesidad; justo cuando disminuyen los recursos del Estado, crece la dependencia alimentaria (una caloría sobre dos consumidas por los árabes proviene de Occidente).
Fueron principalmente las clases medias bajas las que nutrieron las filas de los integristas, de los fundamentalistas radicales. Estas clases bajas, cuyas expectativas de mejora, luego de trasladarse a centros urbanos, se han visto frustradas a causa de la naturaleza restringida del desarrollo económico de sus sociedades (o la exclusión y marginación del emigrado en las sociedades occidentales), también la pequeña burguesía funcionarial mal pagada, así como la gran masa de estudiantes casi sin futuro –muchos de ellos convertidos en militantes islamistas- buscaron el desmantelamiento de un orden social injusto. Con todo, hoy día los activistas fundamentalistas, tanto los más extremistas como los moderados, son de condición social y cultural diversa. Son captados por las organizaciones terroristas, tanto entre las gentes pobres como entre las clases medias; desde las gentes en paro de barrios marginales (atentado de Casablanca en 2003) o en campos de refugiados, hasta gente con estudios de zonas residenciales: universitarios, trabajadores cualificados, licenciados, etc.
Son personas que se creen o se sienten vejadas no sólo por un orden social injusto, sino también por los actos y el discurso de Occidente, en los que la democracia y los derechos humanos parecen siempre condicionados por consideraciones estratégicas. Un Occidente que permanece pasivo o poco activo cuando los musulmanes son eliminados por gentes no musulmanas (Palestina, Bosnia, Chechenia, Tailandia, Filipinas, etc.). Por rechazo, pues, algunos se afilian a este islamismo de guerra santa que llamamos yihadista (de esfuerzo en la vía de Dios), que pretende la vuelta a los orígenes sirviéndose de la guerra santa y de las modernas tecnologías, dando la espalda a las propuestas de Occidente. ¿Por qué no se trata igual a israelíes y palestinos? –preguntan-. A los primeros Estados Unidos les da 4.000 millones de dólares al año para que se defienda; mientras a los segundos los relega a la nada. Michael Moore, reciente ganador del Festival de Cannes, irónicamente propone que se les de 4.000 millones de dólares también a los palestinos, para que puedan matarse en igualdad de condiciones unos y otros [6].
Los grupos terroristas fundamentalistas, llamados salafíes, término este genérico que abarca una gran gama de idearios islamistas radicales, tienen su precedente en el movimiento reformista del islam contemporáneo, cuyas principales figuras fueron el iraní Yamal ad-Din al-Afganí (1839-1897), el egipcio Muhammad Abduh (1849-1905) y el sirio Rashid Rida (1865-1935). El movimiento de la salafiyya (de salaf, antepasado), como ya hemos dicho surgió en la segunda mitad del siglo XIX al calor de la Nahda, del renacimiento árabe. Los pensadores de este movimiento ante el atraso de los países musulmanes, caídos bajo el dominio de los infieles, consideraron que sólo el alejamiento de la umma, de la comunidad islámica, de los preceptos del Corán había conducido a la decadencia y al error; consecuentemente, se imponía un islam depurado de toda tradición no coránica y, tras renovarlo, conjugarlo con la modernidad, luchando a la vez por la liberación colonial. Este movimiento tenía una doble dimensión: política y social.
En el plano político su programa comportaba esencialmente la liberación de la umma, siguiendo un sistema igualitario y democrático, y la instauración de un nuevo califato adaptado a los tiempos modernos que debía ser árabe, dado el papel predominante de este pueblo y de su lengua en la formación de la civilización islámica. En el plan social se hacía hincapié en al promoción de la mujer hasta el nivel del hombre. Era pues un reformismo que luego se atenuaría [7].
Efectivamente, entre los años 1920 y 1930 se asiste al nacimiento del rechazo a Occidente. Rashid Rida al final de su vida reconoció que los wahhabíes de Arabia –adeptos a las doctrinas extremistas de 'Abd-al-Wahhab (s. XVIII), seguidor a su vez de Ibn Taymiyya (s. XIV) –a quienes antes había acusado de heréticos, representaban la verdadera tradición islámica. Se debía pues combatir la influencia moral de Occidente y oponerle una ética reconstruida a partir de los propios orígenes. Con la fundación de los Hermanos musulmanes (en Ismailiyya en 1928) por Hasan al-Banna` (1906-1949), antiguo reformista discípulo de Rashid Rida, la radicalización se agudiza, derivando hacia métodos violentos o ilegales y hacia la clandestinidad y el asesinato político. Entre las víctimas de los Hermanos se cuentan dos primeros ministros: Ahmad Maher (1945) y Nuqrashy Pacha (1948) –el propio Hasan al-Banna` fue asesinado en 1949 como represalia- . También atentaron contra Naser en 1954, lo que llevó a la disolución del movimiento y a la ejecución de un buen número de militantes8.
El programa moral concebido por al-Banna` llamaba a excluir de la enseñanza cualquier forma de occidentalización. Pedía que las escuelas primarias volvieran a estar unidas a las mezquitas. Rechazaban la adopción de instituciones europeas en el ámbito político y prohibía los partidos. Un califa en última instancia sería elegido por una shura o consejo consultivo de notables. Su ideario yihadista se resume en la conocida consigna de los Hermanos: «Dios es nuestro objetivo, el Profeta nuestro único jefe, el Corán nuestra constitución, la guerra santa nuestra vía, la muerte en la guerra santa nuestro deseo supremo».
Por los años sesenta, dada la necesidad que tenían las petromonarquías del Golfo de un discurso de legitimación frente a los nacionalismosmárabes de corte naserista o basista, se confeccionó una doctrina islamista moderada en el fondo y rígida en las formas, a la vez que se subvencionaba a golpe de petrodólares la expansión de este islam conservador por todo el dominio del mundo musulmán, si bien de modo desigual.
Con el fracaso del arabismo, tras la derrota de Naser por Israel en 1967, se acaba con la ideología de la unidad árabe y con los fallos del nacionalismo modernista, que si bien aseguró la descolonización e inició el desarrollo económico, fue incapaz de devolver los derechos a los palestinos, ni tampoco pudo remediar los conflictos entre los árabes y los no árabes (kurdos, Aya-nya en Sudán, reivindicación beréber, etc.) o entre cristianos y musulmanes (Líbano, Egipto, etc.). La violación de las normas del juego político por parte de los poderes fácticos (en Argelia la supresión de las elecciones cuando el FIS ganaba; la guerra de Irak y su posterior ocupación, la indefensión del pueblo palestino, etc.). Todo esto hizo que se recrudecieran los fundamentalismos que han derivado, a veces, hacia una radicalización terrorista.
Está claro que el sueño sionista y los intereses occidentales en la región han dado lugar a esa gran pesadilla cada vez más mortífera. Hasta que no se acabe con ese cáncer no se terminará con un manantial de combatientes dispuestos a inmolarse. Porque el movimiento palestino Hamás (Harakat al-Muqawana al-Islamiyya, Movimiento de Resistencia Islámica) y el Hizbullah (Partido de Dios) libanés son organizaciones de resistencia, y ni han sido yihadistas (inclinados a la guerra santa) ni salafistas (nostálgicos del utópico estado fundado por el Profeta en Medina); los militantes de Hamás luchaban también contra los laicistas de la OLP –a veces resulta difícil distinguir si el origen de este conflicto es de tipo político y económico o religioso-. Es ahora, en el caso de Hamás cuando se está dando el paso para convertirse en una franquicia de al Qa'ida.
«En el caso palestino, el acto terrorista en su horror mismo, se identifica con el arma del débil cuya desesperación aumenta con el odio generado por una rabia impotente ante una injusticia flagrante (se puede evocar aquí la resistencia francesa y europea ante la ocupación nazi, la utilización de la misma arma por las organizaciones judías durante la lucha que siguió ala creación del Estado de Israel»).
Otra de las vejaciones que pesan sobre el inconsciente colectivo es la humillación lacerante de los musulmanes que no se sienten reconocidos a pesar de su petróleo y de su número (1200 millones), viéndose excluidos de la decisiones mundiales. Partiendo de este dolor que envenena la vida del marginado se pueden entender, que no admitir, algunas de las motivaciones de Ben Laden y de sus compañeros de viaje.
El movimiento de al-Qa'ida, fundado en 1989, se radicalizó durante la guerra del Golfo en 1991, y tomó ese marcado carácter antioccidental, a raíz de la llegada de tropas extranjeras a Arabia, donde no pueden pisar los infieles. Había que combatir a los causantes: occidentales, principalmente estadounidenses, y después a los estados islámicos infieles a la utopía medinesa (salafista). Hay que decir que sin el ejército americano, los regímenes de la región habrían sido barridos.
Ahora bien, luchar contra un enemigo superior, sólo podía hacerse echando mano del expediente de guerra santa, o mejor, del fundamento escriturario que legitima esa clase de guerra9 , y que explica la recompensa que espera al mártir (shahid)10 . Este fundamento sometido no pocas veces a todo tipo de manipulaciones ha sido utilizado, por ejemplo, durante la guerra de liberación de Argelia. Habría que saber si pasar de la guerra de liberación a la guerrilla y al terrorismo, los conceptos de yihad, guerrra santa, y de shahid, mártir, siguen siendo válidos y justificativos desde el punto de vista religioso.
Según la opinión de Sayyid Qutb (ejecutado en prisión por Naser en 1966) cuyas teorías son las que siguen los terroristas integristas, ello no e s sólo válido y posible, sino necesario. Este egipcio, principal pensador de los Hermanos Musulmanes, no hizo más que seguir las ideas del pakistaní al-Maududi (1903-1979) –que fue quien utilizó por primera vez el concepto de yihad, de guerra santa, en un contexto explícitamente político- radicalizando las teorías del pakistaní argumente lo siguiente: Dado que el cambio por los medios pacíficos de las sociedades musulmanas es casi imposible, en vista de los medios coercitivos y de los aparatos de represión de que dispone el estado, los verdaderos musulmanes no tienen más remedio que recurrir a la acción violenta, a fin de extender la ley divina (shari'a) y, una vezislamizado el dominio islámico, extenderla al resto del mundo, que ha de organizarse de acuerdo con esa ley, adaptable a todas las sociedades [11].
El concepto de martirio que acompaña a este terrorismo viene sin embargo de otra tradición cultural; arranca del atentado suicida perpetrado por activistas japoneses, tres militantes del Nihon Sekigun (Ejército Rojo Japonés), en el aeropuerto de Lod en Israel, el 30 de mayo de 1972. Gadafi se preguntó entonces por qué los palestinos no utilizaban ese método [12]. Por más que luego se adoptara esa forma de suicidio por algunos musulmanes en muy diferentes causas (sobre todo después que se acrecentara el prestigio de Hisbulla –grupo fundado en 1982 que acimató la práctica de los atentados suicidas, acorde con la mentalidad shi'i de sacrificio y martirio- tras forzar la retirada del ejército israelí de las tierras del Líbano); pero no olvidemos que el sacrificio humano y el asesinato ritual no tienen cabida en la ley musulmana (shari'a), ni en la tradición, ni en las prácticas islámicas [13]. Aún así, no es extraño, pues, que al-Qa'ida haya logrado explotar ese sentimiento de injusticia latente en ciertas poblaciones musulmanas.
Pero hablemos de al-Qa'ida, "la base". En efecto, ésta es una organización moderna [14], no sólo por usar teléfonos vía satélite, ordenadores portátiles y portales codificados en internet. En el ataque a las torres gemelas la difusión mediática de las imágenes constituyó una estrategia capital. También utiliza la televisión por satélite para movilizar sus apoyos en los países musulmanes como parte de su estrategia. Su organización es parecida a las células de los cárteles de la droga o a las extensas redes de las corporaciones de negocios virtuales. Carente de seda fija y con simpatizantes y miembros activos en el mundo entero, es una red mundial, con puestos avanzados en regiones que no controla Estado alguno. Funciona como una especie de multinacional que procede por subcontrataciones la mayoría de las veces.
Al-Qa'ida es una organización de dudosa centralidad, es una marca, una especie de franquicia como McDonald's, un sello de garantía respecto a la ideología islamista que dice representar –una red lo suficientemente flexible como para sobrevivir y operar de forma adecuada en caso deque sus dirigentes mueran. Ben Laden tiene un control nulo en las tramas que usan su nombre y el de al-Qa'ida como franquicia. Pese a lo dicho, eso no quiere decir que no pueda ser desactivada. Su estructura, dicen, se parece a internet, un sistema que se agrupa en torno a un pequeño número de servidores. Si éstos se desactivan, el sistema falla. Además, por muy flexible que sea la estructura de esa organización y con todas sus virtualidades, el terrorismo no tiene porvenir, porque la mayoría de los musulmanes son moderados y no lo apoyan, y porque es imposible construir nada sobre la base del odio, puesto que el odio es estéril.
Pero, claro, no se le puede negar una gran capacidad de auto-regeneración, y esto es así porque al-Qa'ida se organiza según el modelo de una vasta familia, al utilizar los lazos de confianza que mantienen unidos a los familiares, puede hacer considerable uso de sistemas bancarios no oficiales –mediante la hawala, un sistema de transferencias monetarias muy utilizado en ciertos países, que se basa exclusivamente en la confianza y no deja rastro documental alguno- que tienen un radio de acción global y cuyas operaciones son imposibles de rastrear. Sus finanzas se nutren de diversas fuentes: desde aportaciones de fondos desviados de organizaciones caritativas, hasta los recursos allegados por múltiples actividades delictivas (atracos, tráfico de drogas, de piedras preciosas, etc.). Su estructura de clan hace que resulte extremadamente difícil penetrar en la organización. Este terrorismo es un enemigo muy peligroso, puesto que a la vez es fanático y racional; se inspira en venerables tradiciones religiosas y es capaz de servirse de tecnologías avanzadas. Las relaciones de hermandad con las que cuenta la organización y la actitud de los activistas que están dispuestos a morir, le conceden una poderosa ventaja.
Las sociedades liberales no pueden responder con la misma fuerza a esta solidaridad suicida. Se está luchando contra ella, pero al precio de una gran pérdida de libertades y de privacidad. Con todo, aunque al-Qa'ida tenga un carácter esencialmente global, su objetivo estratégico, al menos el de Ben Laden en un principio, ha sido siempre más concreto y limitado: derrocar a los saudíes y expulsar a los infieles de Arabia, adquirir el control sobre el petróleo de la península y chantajear al mundo industrializado.
Al-Qa'ida es un mentís a ese mito tan vivo en las sociedades occidentales. No es verdad de que a medida que el resto del mundo sea más culto y más moderno, realizará los valores de la Ilustración volviéndose laico, ilustrado y pacífico. Este mito se empezó a desmoronar en 1979, cuando al-Jomeini fundó la República Islámica del Irán y demostró que las teorías laicistas eran falsas, ya que un país podía seguir desarrollándose ahondando en la religión.
Y más todavía cuando al-Qa'ida derribó las torres gemelas de Nueva Cork, negando así el supuesto pacifismo que implica el conocimiento y la modernización, en vista de que esta organización postula con sus hechos que el mundo puede ser transformado mediante actos de terror espectaculares. Otro mito este que se ha visto muchas veces refutado, pues no es la primera vez que alguien intenta reorganizar el mundo por medio del terrorismo, ni será la última. Pero, claro, «los mitos no se rebaten. Simplemente se esfuman a medida que las formas de vida de los que brotan van desapareciendo del mundo 15». Al-Qa'ida, como dice John Gray, es un subproducto de la globalización, en realidad el fundamentalismo radical se parece mucho al fascismo, principalmente por el hecho de ser inequívocamente moderno.
Cuando el 11-M de 2004 en Madrid se dio el terrible atentado de Atocha no fue un episodio ocasional, ligado a la coyuntura concreta de la guerra de Irak. Se trataba de un ataque más, dentro de una serie que han producido víctimas en todos los continentes y que respondía a un proyecto global, y que, por más nosotros lo consideremos descabellado, tiene un gran atractivo para los yihadistas y sus simpatizantes: devolver al islam a su pureza originaria y restablecer el califato, para lo cual consideran indispensable acabar con la influencia de los infieles.
Para otros esta etapa de terror sería el comienzo de un islam mundial. Si mediante el yihad se hizo caer a la URSS (cuando en realidad fueron los EEUU los que hicieron posible esa caída utilizando a muyahidines y talibán, a quienes procuró armas y medios), por la misma vía de consecuencia también podrían hacer caer a los estados Unidos, e incluso extender el islam por todo el orbe. Hoy por hoy, aunque la figura de Ben Laden en televisión haya suscitado vocaciones «por la mera virtud de la imagen» –atentado de Casablanca y, en buena medida, el de Madrid- ha sido incapaz de movilizar a las masas de la juventud urbana pobre, a la clase media piadosa y a la intelligentsia o clase pensante islamista en una coalición capaz de hacerse con el poder en los países islámicos, como sucedió en Irán en 1979. Los talibán han cuasi desaparecido; Sudán busca redimirse de su pasado ofreciendo a cambio la explotación de su petróleo; Libia ha entrado en el orden, tras pagar cuantiosas indemnizaciones por subvencionar otrora atentados terroristas.
En cuanto a Palestina por cada atentado contra Israel, Ariel Sharon ha destruido más y más sus estructuras políticas y su tejido económico … no es necesario seguir. Si se hace un balance, el terrorismo ha traído más desastre para el propio Islam que para los infieles que dice combatir, y más miseria y muerte para los propios musulmanes. Luego del 11 de septiembre (con la excepción del atentado de Atocha) siempre han caído más musulmanes que infieles en los atentados perpetrados por el terrorismo islamista16 . Cada uno es libre de sacar sus propias conclusiones.
Notas bibliográficas
1 LEWIS B. ¿Qué ha fallado?, Madrid, 2002, p.191
2 Informe sobre Desarrollo Hunamo 2003, Ediciones Mundi-Prensa, Barcelona, 2004, pp. 241-247
3 LEWIS, B. op. cit. p. 197-198
4 Sobre esto véase: MAÍLLO SALGADO, F. De la desaparición de Al-Ándalus, Madrid, 2004, pp- 48-49
5 Estas notas las tomamos de ROY, O. Genealogía del Islamismo, Barcelona, 2000, p. 16
6 MOORE, M. ¿Qué han hecho con mi país, tío?, Barcelona, 2004, p.133
7 MAÍLLO SALFADO, F. Vocabulario de Historia Árabe e Islámica, Madrid, 1999, pp. 210-211
8 MEDDEB, A. La enfermedad del Islam, Barcelona, 2003, pp.122-123, nota 2
9 Corán, 3. 169, «Y no penséis que quienes han caído por Dios hayan muerto. ¡Al contrario! Están vivos y sustentados junto a su Señor».
10 Corán, 3. 195-198
11 MAÍLLO SALGADO, F. El yihad. Teoría jurídica y praxis en el mundo islámico actual, Revista Española de Filosofía Medieval, 10 (2003), 116
12 MEDDEB, A. La enfermedad del Islam, Barcelona, 2003, p.197
13 LEWIS, B. Los asesinos, una secta islámica radical, Barcelona, 2002, p. 188
14 Nos valemos aquí del libro GUNARATNA, R. Inside Al Qaeda, Global Network of Terror, Londres, 2002. Acerca de los lazos de G. W. Bush y la familia de Ben Laden, así como con los príncipes saudíes, remito al libro de MOORE, M. Dude! Where is my country?, 2003, traducido al español como ¿Qué han hecho de mi país, tío?
15 GRAY, J. Al- Qaeda y lo que significa ser moderno, Barcelona, 2003, p.163
16 KEPEL, G. Fitna. Guerra en el corazón del Islan, Barcelona, 2004, pp. 154-155 y 282-283
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