Por Arturo Cardona Mattei / Poeta y escritor puertorriqueño
Los pueblos reconocen a sus hijos más abnegados de muchas formas y maneras. Esos hombres y mujeres que han transitado por los caminos de la historia haciendo patria, haciendo grandes sacrificios y hasta ofrendando sus propias vidas, como último tributo en la consecucion de un ideal noble. Es grato compartir con esos seres que han pagado con largos años de cárcel por atreverse a retar las fuerzas que han mantenido a sus pueblos en condiciones de esclavitud política. Ese es precisamente el caso de Puerto Rico. A lo largo de 112 años de colonialismo un nutrido grupo de hombres y mujeres amantes de la libertad política para nuestra patria han caído bajo las garras del águila imperial de los Estados Unidos.
Seres incansables que han luchado por largos años tratando de remover de la historia el feo y tétrico colonialismo que tanta vergüenza le ha traído a nuestro país. A esos seres de mentes y espiritus libres se les ha reconocido, en alguna forma, esos nobles esfuerzos. La manera más simple de exhibir una buena voluntad hacia esos incansables luchadores es bajando las banderas –americana y puertorriqueña- a media asta. Ese gesto se ha dado en el pasado, pero hoy el gobierno anexionista de turno le ha negado ese reconocimiento a dos grandes patriotas puertorriqueños. Ellos son: Lolita Lebrón y Juan Mari Brás.
Lolita estuvo en cárceles de los Estados Unidos por más de veinte años por sus luchas patrias a favor de nuestra nación. Murió el 1ro de agosto de 2010. Juan Mari Brás también tuvo sus días como prisionero del mismo imperio. Murió el 10 de septiembre de 2010. En tan corto tiempo la patria boricua perdió dos de sus máximos artífices de la causa independentista.
Para ese gobierno anexionista, que tanto habla de los valores patrios de la nación norteamericana, los hechos históricos ocurridos en nuestro propio suelo no tienen ningún valor. No hay por que celebrarlos ni recordarlos. Para esos elefantes y buros anexionistas aquí no hay historia digna de contar. Así le niegan a las futuras generaciones el conocer su pasado. Y es precisamente eso lo que busca y quiere este gobierno pintado de un pitiyanquismo morboso. Son seres que se arrancarían corazones y tripas a cambio de que los admitan como el estado 51 de la Unión. Indudablemente, el Amo norteño sabe muy bien esa historia, y por eso, entre otras razones, nunca les concedera el asiento de primera fila en la catedral de la estadidad. Ellos saben que si son malos puertorriqueños, entonces,¿cómo van a ser buenos y leales ciudadanos de los Estados Unidos? ¡Imposible! Un árbol torcido y dañado solo da frutos podridos.
Los líderes del anexionismo sí saben de poner a media asta su puertorriqueñidad. Sus valores patrios sí están siempre a media asta. Su orgullo boricua sí está a media asta permanentemente. Su dignidad sí está a media asta noche y día. Su amor por esta tierra también lo llevan a media asta perpetuamente. Para ellos lo mejor de la vida está en la bandera, himno y constitución de los Estados Unidos. Para ellos el resto del mundo es como un apéndice pegado al viejo Tío Sam. Para ellos solo hay una nacián, una sola patria y una sola ciudadanía: la norteamericana. Se desviven en querer ser lo que no pueden ser. Quieren doblegar las leyes de la naturaleza para ponerlas bajo el manto de su manchado ideal. Un ideal extraño que llegó a nuestras playas arropado con pólvora y bayonetas. Ese fue el génesis del anexionismo descarado que vivimos al día de hoy.
Don Pedro Albizu Campos dijo: «Puerto Rico nunca ha sido yanki ni lo será jamás». Ese bisturí penetró las vísceras del cuerpo político del anexionismo puertorriqueño. Hasta el día de hoy ese pensamiento ha sido uno profético. Y cada día que pasa es sumamente doloroso al ver que su chabacana, desarreglada y grotesca estadidad no llega. La orquesta anexionista sigue sonando desafinada. Letra y sonido no se encuentran en la misma línea del pentagrama. Sus directores mueren de rabia.
Don Ramón Emeterio Betances dijo: «El pueblo que quiere libertades las coge y no las espera de nadie de gracia y merced». He aquí la razón de que hayan hombres y mujeres que están dispuestos a ofrendar sus vidas y hacienda en busca de las libertades que se les esconden y niegan a sus pueblos. Son un rebaño pequeño que escala las montañas más encumbradas y retan los vientos más violentos y reman contra las aguas más turbulentas. A esos seres tan raros es que este gobierno anexionista les niega el solemne acto de poner las banderas a media asta. Ellos serán juzgados en el patíbulo que les está reservado por la historia. Así camina la historia de los pueblos del orbe. Cuando caigan en desgracia no tendrán el favor de un perdón político. Ya no existirán más. Todo habrá pasado. Una nueva nación será sembrada. Una nueva patria tomará vuelo. Unos nuevos hijos tomarán el timón de la nave.
A media asta quedará colgada la estadidad. A media asta se quemarán las insulsas proposiciones del anexionismo burdo, que camina por sendas llenas de espinas y abrojos. A media asta estará la lápida con su escueto mensaje: aquí yace el final de un ideal que ya no tiene razón de ser.
Entonces, y solo entonces, Puerto Rico se unirá al resto de los países libres y soberanos de este planeta Tierra.
A Lolita y Juan: Ustedes serán recordados en todo lo alto del mástil y la bandera del independentismo puertorriqueño. ¡Por siempre!
Caguas, Puerto Rico
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