Por Arturo Cardona Mattei / Escritor boricua
En el mundo de la política se dan cosas inimaginables. La inteligencia, la razón y el sentido común perecen ante la borrachera de poder de los hombres. Las malditas ideologías políticas se convierten en obstáculos insalvables. Los acuerdos no se cuajan, y cuando llegan lo hacen con mucho atraso, y en la mayoría de los casos se hacen sal y agua. La desconfianza es mutua entre los líderes políticos de este país. Unos ven la mano comunista, socialista y nacionalista a todo lo largo de este proceso que quiere acabar con la enfermedad colonial de Puerto Rico. Y otros siguen montados en la nube inmaculada de la ciudadanía americana. Ambos bandos no logran sacar sus cabezas de las trincheras donde están parapetados para mirar a ver si hay alguna zona franca donde puedan encontrarse para dialogar.
La espera desespera. Ya es demasiado larga. Ya contamos con 112 años de largos procesos políticos con relación a nuestra situación de concubinato con los Estados Unidos. Arrancamos y no rodamos; y como no rodamos, pues, no llegamos. Calentamos los motores en San Juan, luego llegamos a Washington para darnos cuenta que no hay suficiente gasolina en el tanque. El auto vuelve a detenerse. Es un proceso largo, tedioso y vicioso. Tiempo y dinero se pierden por las cunetas del olvido. Es como un juego al cual no se le quiere poner fin para que los políticos sigan chupando de las arcas públicas. Y al pueblo que lo parta un rayo. Hay que tener la paciencia de Job, el aguante de Moisés y la sabiduría de Salomón para no llegar a la locura. Aunque sabemos que la salud mental de nuestro pueblo es precaria. En eso están de acuerdo nuestros sicólogos y psiquiatras. Así, nuestra vida de pueblo sigue paseándose por aguas turbulentas llenas de remolinos.
Luego de más de un siglo bajo la bandera y soberanía norteamericana nuestro pueblo está en una posición catatónica. El sistema de salud del pueblo es uno muy costoso donde el paciente ve y siente su frustración a diario. El sistema de seguridad pública –policía, jueces y abogados- es uno deprimente que acaba con la paciencia de todo ciudadano que busca el refugio de ese sistema. La maldad, la violencia y la corrupción derrotan los buenos oficios. Los asesinatos son el pan y vino que se sirven desde el amanecer hasta el anochecer. Es un desafuero que no tiene intenciones de amainar, y mucho menos de acabar. Y el sistema carcelario es uno podrido donde el estado gasta más dinero por confinado que por estudiante, en el sistema educativo. Es un cuadro patético que funciona con unas prioridades invertidas. De La Vitrina de las Américas hemos llegado al manicomio del hemisferio. Estamos metidos en un largo y profundo túnel, y al final, no hay luz bienhechora.
Hay un dicho africano que dice: La indecisión nos roba el tiempo; la pereza es su mejor cómplice. He ahí el punto clave de la inmovilidad y el desdén que mata toda nuestra vida de pueblo. Nuestros líderes políticos están maniatados de cerebro y voluntad. La indecisión política es altamente frustrante. Vivimos en una eterna pobreza de ideas para salir del hoyo donde nos encontramos. Como carrusel de fiestas patronales seguimos dando vueltas interminables. Y el Amo norteño continúa con una pereza enfermiza que refleja su poca importancia por resolver nuestro status político. En su agenda de prioridades nuestro caso está último en su lista. Somos un pueblo donde estamos en un punto entre la espada y el patíbulo. La muerte es segura. Somos el peón de carga. Cargamos a nuestros políticos hambrientos de poder y cargamos con la injusta posición del Congreso americano que se las juega fría para lavarse las manos como el gobernante romano, Pilato.
Nuestro pueblo sufre de una enfermedad muy complicada. Necesitamos de un médico y una medicina que sea como el bálsamo de Galaad. Aquel que se usaba para fabricar incienso y perfumes en los lejanos tiempos bíblicos. De hecho, era uno de los ingredientes del aceite santo de unción y del incienso que los israelitas emplearon en el tabernáculo poco después de salir de Egipto. También, fue uno de los lujosos regalos que la famosa reina de Saba obsequió al rey Salomón. A lo largo de esa penosa historia de 112 años de sumisión colonial nuestro pueblo ha aguantado heridas y magulladuras y contusiones que no han sido vendadas adecuadamente. Dolor y sufrimiento ha sido la carga horrible que nos tiene como la colonia más vieja del mundo. ¡Qué reconocimiento tan denigrante!
Pero sigo soñando con ese atardecer cuando la luz del Sol arranque destellos dorados del polvo y las aguas que nacen de nuestras montañas y nuestros mares. Sueño con un final feliz a esta tragicomedia que vivimos con tanta amargura. Porqué no, tal vez veamos a los lobos de la política pastando juntos con las ovejas de los conventos. Todos en un mismo redil.
Espero que no tengamos que recurrir a los astrólogos y sacerdotes de la Babilonia actual para resolver esta pesadilla política.
Caguas, Puerto Rico
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