Carolina del Norte: Aunque terminaron las operaciones de combate de soldados estadounidenses en Irak y muchos han regresado a casa, la misión militar en Afganistán se intensifica y donde los hispanos ya han servido con honor y valentía.
Para el sargento de la reserva del ejército de EEUU, Rolando Ortiz, de origen puertorriqueño, el regreso de las tropas tras culminar Operación Libertad de Irak es sinónimo de alegría y satisfacción.
«Hemos cumplido nuestra misión y sobre todo pudimos cambiar la vida de muchos iraquíes y el destino de su nación. Ahora los soldados regresan a sus hogares», comentó Ortiz, de 34 años.
El hispano se enlistó en el ejército en 1996 en Puerto Rico, para servir en la brigada de paracaidistas 82 Airborne, con sede en Fort Bragg (Carolina del Norte), donde habitan cerca de 88.000 efectivos.
Después de cumplir el tiempo reglamentario, Ortiz sale en 1999 del servicio militar activo y se queda en la reserva para convertirse en un agente del deber en Charlotte, la ciudad más grande del estado.
En abril de 2006, es llamado por la milicia para servir en la guerra de Irak, con la Unidad 108 de la Reserva, y cuya misión era apoyar a las tropas de ese país y la policía de Bagdad en sus intentos por restaurar el orden en la capital.
«Al principio era un caos», recuerda el hispano. «Yo vivía el día a día porque no sabía si mañana no iba a regresar junto a mi esposa e hijas».
Durante un año, peleó junto a otros soldados hispanos en los barrios de la capital iraquí para ofrecer una «vida más calmada» a sus habitantes.
Aunque se desconocen la cifra exacta de cuantos hispanos como Ortiz sirvieron en Irak, según cifras del censo menos del 15 por ciento del personal en la armada de 675.000 soldados -488.000 en servicio activo y 189.000 en reserva-, es latino.
El 10.4 por ciento de los 4.300 soldados que murieron en siete años y cinco meses de guerra y más de 30.000 que sufrieron heridas que los incapacitaron para el combate, era hispano.
El puertorriqueño fue activado de nuevo en 2009 pero esta vez para entrenar en Fort Jackson (Carolina del Sur) a infantes que fueron enviados a Irak.
«Regreso en un mes con mi familia a Charlotte y no sé si me vuelvan a llamar. Ahora que las operaciones militares van a Afganistán, existen posibilidades de que me manden a ese país o de seguir en mi trabajo de entrenador», acotó.
Ahora el interés del Gobierno se centra en Afganistán, no para responder al deseo de llevar la democracia al país, ni siquiera reconstruirlo, sino derrotar a los talibanes y sus seguidores terroristas.
Esta lucha que se libra desde hace varios años, ha contado también con el apoyo de valientes soldados hispanos.
Un ejemplo es el sargento Antonio González, de padres mexicanos, nacido en Los Ángeles (California) y que se alistó en el ejército en 1996 cuando tenía 27 años.
González, que sirve actualmente como sargento especialista en armas de las Fuerzas Especiales en la base militar Fort Bragg (Carolina del Norte), contó que desde pequeño jugaba con muñecos de soldados e inventaba batallas con los amigos.
«Fui el primero y el único en mi familia en enlistarme a la milicia. Era algo que quería desde siempre. Servir a mi país», afirma.
Estuvo asignado a varias asentamientos del ejército y pasó un tiempo en Corea, hasta que 2007 lo mandan por primera vez a Afganistán y cumplir varias misiones especiales.
El 11 de junio de ese año y sin importarle su propia seguridad, González entró en una balacera de ametralladoras para rescatar la vida de 15 soldados afganos que eran incapaces de maniobrar por su propia cuenta.
La hazaña le tomó tres viajes contra un enemigo numéricamente superior al de su unidad y en la que González salió de la protección de su vehículo, cruzó a pie más de 30 metros y directamente en la mira de francotiradores y balas enemigas.
Luego de salvar a los soldados afganos, dirigió su vehículo al centro de la zona de combate donde murieron 60 enemigos, entre ellos dos comandantes talibanes.
Como resultados de su heroica hazaña, el sargento hispano recibió el pasado 16 de agosto, del máximo mandatario del grupo de Fuerzas Especiales de Fort Bragg, el teniente general John Mulholland, la Estrella de Plata.
Esta distinción es la cuarta condecoración más importante de las Fuerzas Armadas y la tercera más importante del ejército estadounidense, que se entrega por «valentía y riesgo a la propia vida, más allá del llamado del deber, y estando en combate contra un enemigo».
«Sentí que era lo correcto que se debía hacer bajo las circunstancias. Si se presenta otra oportunidad lo haría de nuevo. Fue toda una sorpresa cuando supe que me entregarían la medallas», concluye González.
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