Thursday, September 30, 2010

El populismo positivo de Chávez


Por Jaime Richart (especial para ARGENPRESS.info)

Hay dos clases de populismo: el negativo, el del dirigente que halaga al pueblo pero gobierna en favor de los patricios, y el positivo, ése del que gobierna prioritariamente en favor del pueblo.

Hagamos un poco de historia. En el período de la última república romana, aparecieron una serie de líderes llamados populares (o factio popularium -partido de los del pueblo-) que se opusieron a la aristocracia tradicional conservadora y apostaron por el uso de las asambleas del pueblo para sacar adelante iniciativas populares destinadas a la mejor distribución de la tierra, el alivio de las deudas de los más pobres y la mayor participación democrática del grueso de la población. Entre sus líderes están Catilina y Julio César. Este grupo (factio) contó con la oposición acérrima del partido aristocrático de los optimates encabezado por Cicerón, que usó su poder político y su retórica para eliminar el poder político (y a veces la vida) de los líderes de los populares.

Luego populista fue un movimiento político ruso de finales del siglo XIX que aspiraba a la formación de un estado socialista de tipo campesino, contrario a la industrialización occidental. Como se ve, en la misma línea del factio popularium. Pero los enemigos y detractores del factio popularium convierten al populismo original en una doctrina política que se presenta como defensora de los intereses y aspiraciones del pueblo para conseguir su favor. De aquí procede el concepto de populismo opuesto al ejercicio aristocrático del poder emboscado en la democracia.

Pues bien, actualmente el periodismo de las democracias capitalistas llaman populista en términos denigratorios al dirigente que no se ajusta a las actitudes públicas requeridas según el esquema que el propio periodismo diseña. Como si el populismo fuera vergonzoso. Es decir, lo políticamente correcto no lo dicen los políticos, sino los periodistas que no hacen distinciones entre el lugar ni el período de democracia que lleva el país donde ha emergido el supuesto o real populista, ni tampoco las condiciones objetivas que pueden demandar la figura de un líder especial.

(En el derecho político clásico, siendo excepcional, no es irregular la dictadura: la dictadura está prevista para situaciones extraordinarias; una vez resueltas, el dictador cesa en su función. La diferencia entre el dictador para la ocasión y los otros, el dictador Franco o Pinochet, por ejemplo, es que el tirano se apropia indefinidamente del poder hasta que muere o le derrocan).

En resumen, el término populista es empleado por el periodismo de las democracias capitalistas en su sentido más peyorativo.

Y no olvidemos que para Estados Unidos todo el que no se pliega a sus intereses es comunista. Por lo que decir periodismo, democracia burguesa y yanquismo es hablar de lo mismo. Los tres ven a un enemigo en el populismo de un dirigente aun electo, porque, según sus reglas, es heterodoxo: gobierna más para el pueblo que para las clases privilegiadas. Por eso los medios, que están a favor del dinero y del poder aristocrático de los más poderosos, acosan al gobernante populista desde sus soportes, mientras el imperio y los políticos conservadores le hostigan por los flancos.

Pero en el sentido positivo y noble, el populismo se refiere a un movimiento social que pretende que el poder recaiga más en el pueblo llano, es decir, que promueve el anti-elitismo buscando favorecer a los obreros, a los pequeños empresarios y comerciantes, al bajo clero, a los sindicatos, a los capitalistas populares (sin contactos con las oligarquías), a las clases media y baja, y menos poder para las élites políticas y económicas. Ese populismo se basa en las ideas políticas de la cultura autóctona sin necesariamente caer en el nacionalismo, y desde luego se opone a los imperialismos. Ejemplos de este tipo de populismo son el populismo ruso y el populismo norteamericano del siglo XIX (éste último llamado también productivismo), el cantonalismo español, el agrarismo mexicano o los carbonarios italianos. Pueden estar influenciados (o no) por una o varias ideologías o proyectos políticos claros y definidos, pero normalmente no se adhieren a ellos de forma explícita.

Por lo tanto, el populismo de Chávez es el positivo, no el demagógico. El periodismo elitista (que es todo periodismo en general y todo medio audiovisual en particular que ha obtenido licencia del poder establecido), lo que que desea es vapulear el carácter resuelto del dirigente venezolano aunque se ciña a sus funciones institucionales y haya sido elegido limpiamente por el pueblo, porque no se pliega a los intereses de los dueños del poder económico prinicipalmente.
Esa clase de periodismo no consiente que Chávez no esté dispuesto a hacer concesiones a los extranjeros que se sirven de la política como instrumento del neocolonialismo en su país, ni tampoco tolera que el propósito del gobernante sea redistribuir mejor la riqueza.

Y obvia que si Chávez evita meterse de lleno en el clásico pasteleo que hay entre los que detentan el poder internacional, en sus enjuagues societarios y en el neocolonialismo empresarial europeo y norteamericano, es para que estos no entren hasta la cocina de Venezuela prosiguiendo el fácil saqueo del país hasta la irrupción de Chávez. Por eso Chávez ha de explotar su protagonismo personal. Su populismo hace de dique de contención frente a los desvalijadores y ventajistas provinientes del imperio y de sus socios europeos, en especial España.

Así como el populismo negativo es el de Berlusconi, el populismo de Chávez es el de Julio César o el de los movimientos populistas del siglo XIX que antes mencioné. Chávez va por el buen camino para hacer de Venezuela un país más justo y un bastión frente a los bárbaros modernos. El neocolonialismo, el entrometimiento y la injerencia, durante siglos, de los conquistadores, de los timadores, de los conspiradores y de los avasalladores no pueden combatirse de otro modo.

Chávez hace lo correcto al encararse, con populismo o sin él, a todos ellos. No necesita de la popularidad entre los mandamases mundiales cómplices. Su impopularidad entre estos es la popularidad en su pueblo y en el interés exclusivo de la República Bolivariana de Venezuela.
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