Saturday, July 30, 2011

Caliban y la cultura insurgente


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Por Néstor Kohan / Rebelión

Para Roberto, maestro, compañero y amigo
Un clásico latinoamericano: Descifrar el enigma y trazar el derrotero de la cultura insurgente de Nuestra América implica, entre otras tareas impostergables, recuperar la obra de sus pensadores revolucionarios y sus intelectuales críticos. Este continente sufrido, rebelde e insumiso, no sólo ha encendido la llama de innumerables levantamientos e insurrecciones populares. Al mismo tiempo ha creado teoría y generado reflexión. Diga lo que diga la Academia y su sesgado canon eurocéntrico, también aquí tenemos nuestros clásicos.

Como los Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana de Mariátegui, El socialismo y el hombre en Cuba del Che o Dialéctica de la dependencia de Ruy Mauro Marini —para mencionar tan sólo tres obras emblemáticas— el ensayo Caliban de Roberto Fernández Retamar constituye una cumbre del pensamiento latinoamericano, de cuya publicación se conmemoran cuarenta años [i].

Lo leímos tres veces, en distintas ediciones [ii]. En cada una de ellas el ensayo de Roberto nos sorprendió nuevamente. Sin ninguna duda, resiste varias lecturas, proporcionando cada vez nuevas aristas, ángulos no observados en las anteriores visitas, generando siempre renovadas preguntas.

En el fuego de los hornos;
El Caliban de Fernández Retamar adquirió forma y contenido en el fuego de los hornos iluminado por esa luz insurgente que intentó convertir a la cordillera de los Andes en la Sierra Maestra de América Latina. Lejos de constituir un obstáculo, ese condicionamiento político que lo cinceló desde su mismo origen posibilitó una gran apertura para sus planteos radicales.
Tratando de legitimar la irreverencia de la revolución cubana, el ensayista y poeta lo escribe en medio de varios debates.

En primer lugar, discutiendo y polemizando con los promotores de la revista Mundo Nuevo, impulsada por la CIA a través de toda una seria de instituciones “pantalla” y anillos de protección cultural, como la Fundación Ford, destinados a ocultar los verdaderos objetivos de dicha publicación: el combate por la hegemonía (y el intento de neutralización) de la intelectualidad crítica latinoamericana. En el ojo de la tormenta, Fernández Retamar encabeza la indignada denuncia antiimperialista que impugna la presencia del dólar norteamericano y de los aparatos de inteligencia militar yanqui, escondidos detrás de la 'inocente' crítica literaria de Mundo Nuevo [iii].

En segundo lugar, abordando los desafíos y los tremendos sinsabores que le generó a la revolución cubana la prisión de Padilla y sus 'autocríticas', donde algunos segmentos de la intelectualidad europea creyeron ver un calco automático de los juicios de Moscú del año 1936, en los cuales el estalinismo liquidó a la vieja guardia bolchevique que había encabezado la revolución de octubre junto a Lenin (en el caso cubano, nadie murió y Padilla estuvo, seguramente sin necesidad, no más de 30 días en la cárcel, en la cual jamás recibió torturas ni apremios).

En tercer lugar, intentando sistematizar las grandes líneas estratégicas de la política cultural —tanto en la lectura del pasado como en la estrategia de futuro— que guiaron como mínimo los primeros doce años de la revolución cubana.
El ensayo de Roberto Fernández Retamar (del cual nunca renegó, por lo cual se siguió editando, con suplementos y nuevos textos complementarios hasta el día de hoy) seguramente corona la primera fase de la revolución cubana, la más radical y profunda, que no desapareció posteriormente pero que atravesó no pocos vaivenes y avatares que ahora no es posible indagar por razones de espacio [iv].

Un programa antiimperialista para la cultura:
El ensayo Caliban condensa con gran maestría, lucidez y capacidad de síntesis todo un 'programa' de investigación, reflexión y debate sobre nuestra cultura, nuestras raíces y nuestro horizonte político futuro, pergeñado desde un ángulo inocultablemente antiimperialista y anticapitalista. Un punto de partida que, a nuestro modo de ver y entender, sigue estando a la orden del día y de ninguna manera ha caducado, aunque se vayan desplazando los escenarios de disputa frente a distintas modalidades e intervenciones del imperialismo [v].

Una de las principales virtudes de ese ensayo reside en su cuestionamiento sin ninguna ambigüedad del eurocentrismo y la cultura especular que para poder sobresalir debe reflejar pasivamente los brillos, las luces, las normas y criterios de consagración, los tics y las categorías de la mirada europea. Si hay un tipo de intelectual que recibe un golpe fulminante en la escritura de Caliban es el intelectual ventrílocuo, que mueve los brazos, la boca y la pluma sin voz propia o al menos reproduciendo una voz inocultablemente ajena.

Esa figura que mezcla la mentalidad colonial, el cipayismo y la sumisión sin el más mínimo beneficio de inventario ante la cultura de las grandes metrópolis capitalistas, falsamente presentada como 'universal', puede rastrearse en la crítica de diversos exponentes de la intelectualidad domesticada. Desde los más brillantes, refinados y eruditos (por ejemplo nuestro compatriota Jorge Luis Borges, por quien Fernández Retamar no deja de reconocer, a pesar de su ácida crítica, su sincera admiración, al punto de reunir años más tarde escritos suyos en una antología [vi] ), pasando por antiguos izquierdistas devenidos rápidamente en conversos (por ejemplo Carlos Fuentes) hasta segundones de tercera o cuarta línea (como es el caso del crítico literario Emir Rodríguez Monegal, quien se prestó mansamente a encabezar un emprendimiento cultural con dineros de la CIA). Todo ese abanico intelectual es impugnado en un mismo movimiento multicolor por el autor de Caliban.
¿Fue un error? Creemos que no.

Frente a esa mentalidad colonial, de quienes se sienten “el mejor alumno” por repetir mecánicamente lo que el magister europeo dictamina, Roberto defiende la necesidad de una intelectualidad crítica con mentalidad emancipada y fuertemente enraizada en el suelo popular. Pero no se queda en el cómodo y políticamente correcto 'compromiso' (de todas formas, tan vilipendiado durante los años crueles del neoliberalismo y el posmodernismo).

El programa político-cultural de Caliban va más allá. Comprometerse implica solidarizarse con alguien que sufre o padece, que lucha por una causa justa por la cual se experimenta cierta empatía y solidaridad pero… que en última instancia se sigue considerando ajena. El compromiso es con un 'otro'. Fernández Retamar, en sus polémicas y en sus argumentos, realiza una entusiasta defensa del intelectual militante, no simplemente crítico ni meramente “comprometido”, sino orgánico del movimiento emancipador revolucionario.

Eso fueron precisamente José Carlos Mariátegui y Ernesto Che Guevara; nada diferentes a Simón Bolívar y José Martí, o José de San martín y Mariano Moreno.
Fernández Retamar no habla ni escribe desde el vacío de una supuesta 'esfera pública' incontaminada, incolora e insípida (equidistante y neutralmente valorativa), como propondría, para mencionar tan sólo un nombre significativo y famoso en el campo del pensamiento, Jürgen Habermas.

Tanto la crítica y las impugnaciones como la propuesta político cultural de Caliban se realizan desde la revolución cubana. La voz del autor no juega a ser portavoz “oficial” ni funcionario dócil. Fernández Retamar es sin duda alguna uno de los principales exponentes intelectuales de la revolución cubana.
Dejando a un costado cualquier simulación de neutralidad, su voz y su escritura interpelan al lector o la lectora desde una singular institución conocida como «Casa de las Américas» que en esos años se convirtió de hecho, bajo el liderazgo de Haydée Santamaría y del propio Fernández Retamar, en el puente cultural contrahegemónico que permitió abrir un diálogo y tejer múltiples alianzas con toda la rebeldía y las insurgencias de América latina (vínculo que había sido roto por el bloqueo económico, diplomático, político y militar impulsado hasta el día de hoy [2011] por Estados Unidos).

Aunque en ediciones y agregados suplementarios posteriores al Caliban original Roberto Fernández Retamar se esfuerza por contextualizar o matizar algunos componentes denuncialistas de su primera versión, nosotros consideramos que estas tres dimensiones (la crítica, la propuesta y el ángulo político insurgente asumido de manera explícita) continúan escandalosamente vigentes. Aquellos aspectos más disruptivos, iconoclastas e incluso chocantes que el recorrido atento de este ensayo permite entrever a un lector o lectora del siglo XXI, no fueron 'errores', 'exabruptos' ni 'exageraciones' personales de Roberto.

Fue la revolución cubana en su conjunto —de manera abierta y radical en esos primeros doce años, luego con entonaciones diferentes que fueron variando en diversas coyunturas históricas— la que se animó a atropellar contra el canon de la cultura oficial, contra los estándares habitualmente tolerados por el arco de lo políticamente correcto, violentando en la teoría y en la práctica el horizonte de ese seudo “pluralismo” pegajoso y del progresismo ilustrado y bienpensante con que, todavía hoy, se sigue asfixiando, neutralizando y aplastando toda disidencia radical. En el siglo XXI esa tarea, por más que suene 'exagerada' o genere crispación, permanece pendiente.

La dialéctica, de Sarmiento a José Martí:
El trabajo de Fernández Retamar, no desprovisto de erudición ni de filología hermenéutica, nunca se limita a una mera indagación en los personajes de La tempestad (1611, la última gran obra de William Shakespeare) ni a la descripción de su recepción latinoamericana. Junto a los “personajes conceptuales” del teatro isabelino, por Caliban desfilan José Martí, Domingo Faustino Sarmiento, Rubén Darío, José Enrique Rodó, Julio Antonio Mella, Aníbal Norberto Ponce, Oswald de Andrade [vii], Jorge Luis Borges, Carlos Fuentes, Fidel Castro y el Che Guevara, entre muchos otros y otras de una extensa secuencia histórica. Todos intelectuales.

Lo que sucede es que la estructura íntima de esta obra gira, aún sin citarlo de manera explícita ni redundante (como se pondría de moda años después en el mundillo académico), en torno a la gran pregunta gramsciana: ¿cómo generar una intelectualidad revolucionaria que pueda crear el tejido ideológico de la hegemonía socialista y antiimperialista de Nuestra América?

Para responder esa pregunta, Fernández Retamar no apela a un esquema genérico ni a citas de los clásicos marxistas (modalidad muy común en la cultura de los manuales importados de la Unión Soviética, que comenzarían a predominar en Cuba a partir de 1972 hasta por lo menos 1986) [viii]. Ensayando una especie de sociología de la intelectualidad latinoamericana, Caliban recorre una serie altamente significativa de intelectuales emancipados y coloniales, antimperialistas y cipayos, revolucionarios y defensores del status dependiente de la cultura latinoamericana.
La matriz dialéctica inicial que Fernández Retamar recorta y propone para comenzar a desplegar ese tipo de ejercicio permanente de comparación y analogía por contraposición (sin caer nunca en visiones dicotómicas esquemáticas ni en antinomias simples propias de un discurso estructurado a partir de la lógica formal) está centrada en dos arquetipos fundamentales: Martí y Sarmiento [ix].

De allí que Caliban proporcione una aproximación fundamental para los debates de Argentina, al animarse a discutir sin tapujos las contradicciones de una de sus principales figuras históricas, emblema de toda la cultura oficial, de raíz burguesa y liberal, pero también de importantes segmentos de la izquierda marxista en sus diferentes familias internas [x].

Si el paradigma dialéctico inicial elegido por Fernández Retamar se estructura a partir de dos modelos intelectuales del siglo XIX, el resto de su ensayo gira en torno al siglo XX. Siempre sobreimprimiendo estos acuciantes debates políticos sobre el fondo de los personajes de Shakespeare (recuperados, interpelados, resignificados y en última instancia «comidos» como buen antropófago en clave latinoamericana).
Mediante un diálogo socrático con Caliban Roberto nos va llevando desde Shakespeare y la conquista de América a las aporías irresueltas del siglo XIX, y de allí a los problemas de la cultura antiimperialista y la hegemonía socialista en el siglo XX (y XXI, ya que las últimas ediciones prolongan aquellas discusiones de 1971 hasta nuestros días).

¿Cómo termina el ensayo? Con un programa político cultural explícitamente guevarista, dialogando en voz alta con las reflexiones del Che, ya no como póster comercial o inofensivo icono pop, sino como interlocutor, teórico y pensador marxista de la revolución latinoamericana de nuestro tiempo. El guevarismo como programa para la cultura insurgente de Nuestra América. ¿Se entiende entonces por qué consideramos que este ensayo continúa vigente hoy en día?

Shakespeare, desde Nuestra América:
Si nos detenemos en el punto de partida de Caliban, la primera interrogación que surge es, desde luego: ¿por qué Shakespeare, un autor inglés y europeo, para pensar nuestra cultura? Lo que sucede es que el ensayo de Fernández Retamar se inicia respondiendo la provocadora pregunta de un periodista europeo: «¿acaso existe una cultura latinoamericana?» [xi].

Más allá de la existencia de aquel periodista —real o imaginaria, verídica o provocadora, da exactamente lo mismo— la elección de Shakespeare no es exclusiva de Roberto. Proviene del siglo XIX y principalmente del pensador uruguayo José Enrique Rodó [xii].

El Caliban de Fernández Retamar puede ser leído desde muchas perspectivas y ángulos, pero principalmente como un dilatado y extenso diálogo con el Ariel de Rodó. Aquella obra, publicada en 1900 (su autor tenía entonces 29 años), justo en el cambio de siglo, apela al simbolismo de las imágenes y personajes construidos por el dramaturgo isabelino en La tempestad para plantear una oposición irreductible entre América Latina y los Estados Unidos, potencia identificada como la encarnación mediocre y cuantitativa de un “mercantilismo corruptor” y de un despiadado despotismo imperial. No es casual que Rodó haya sido fuertemente conmocionado —como gran parte de los escritores vinculados al modernismo [xiii] — por la intervención norteamericana en la guerra entre Cuba y España [xiv].

Identificando a los Estados Unidos como el gran peligro para el porvenir y la independencia de América Latina, Rodó apela a los personajes simbólicos de Shakespeare, creyendo ver en Caliban la síntesis de todo lo detestable de la modernidad imperialista desplegada en forma expansiva desde los Estados Unidos —y su sociedad mediocre, cuantitativa, mercantil y vulgarmente materialista—; refugiándose al mismo tiempo en «la parte noble y alada del espíritu», es decir, en la espiritualidad cualitativa de la cultura y el arte, condensados metafóricamente en el personaje Ariel [xv].

“Quizás Rodó —apunta Benedetti— se haya equivocado cuando tuvo que decir el nombre del peligro, pero no se equivocó en su reconocimiento de donde estaba el mismo” [xvi] . Sólo por eso, aquel ensayo de Rodó merece pasar a la historia, aun cuando su prosa permanezca más vinculada al siglo XIX que al XX y pueda cuestionarse su interpretación de los personajes shakesperianos y su homologación errónea del imperialismo norteamericano con Caliban.

Fernández Retamar realiza una minuciosa historia de las diversas lecturas y hermenéuticas que fueron reconfigurando la significación política y cultural otorgada a cada personaje de la obra de Shakespeare. Lejos de la primera asimilación modernista (de Rubén Darío y Rodó) entre Caliban y Estados Unidos, la conclusión de su ensayo apunta a señalar que Caliban sintetiza y condensa como “personaje conceptual” el conjunto de problemáticas de los pueblos de América latina y el Tercer Mundo sometidos, explotados y sojuzgados por el imperialismo. «Nuestro símbolo no es pues Ariel, como pensó Rodó, sino Caliban» [xvii].

A diferencia de lo que sucede con Caliban, en el caso del personaje Ariel, Fernández Retamar no cuestiona la interpretación habitual que lo identifica —desde el uruguayo Rodó y el cubano Julio Antonio Mella hasta el martiniqueño Aimé Cesaire, pasando por los argentinos Aníbal Ponce y Deodoro Roca, entre otros— con la figura del intelectual [xviii].

Si la discusión tradicional sobre La tempestad —que Fernández Retamar recupera tomando partido y haciéndose eco de polémicas anteriores— ha girado en torno a la disyuntiva sobre qué representan Caliban y Ariel, en los últimos años un nuevo personaje de la obra, hasta ayer en segundo plano, ha ganado la atención y entrado en la palestra del debate. Se trata de la bruja Sycorax, madre de Caliban, que según Shakespeare «opera con hechizos, sapos, escarabajos y murciélagos» [xix]. Ese personaje endemoniado y aparentemente difuso, siempre opacado y en un segundo plano, es recuperado con gran acierto y lucidez por el pensamiento feminista marxista de nuestros días [xx].

Los conversos y su obsesión contra la historia:
Uno de los tantos pasajes altamente sugerente (aunque escasamente transitado) del libro de Fernández Retamar es su intervención crítica y polémica hacia el escritor mexicano Carlos Fuentes [xxi].

Se conoce que este famoso intelectual y novelista mexicano, ideólogo de la revista Mundo Nuevo financiada por la CIA y la Fundación Ford, ha sido un converso, como tantos otros. También se sabe que ha formado parte de todo un elenco que alquiló su pluma al servicio de causas poco nobles (staff en el que Retamar incluye a Guillermo Cabrera Infante, Emir Rodríguez Monegal, Severo Sarduy, entre otros). Pero a lo que se le ha otorgado inexplicablemente poca atención es a la especificidad de su intento de elaboración de argumentos para legitimar sin culpas su conversión hacia la derecha y su abandono de antiguas simpatías izquierdistas.

Fuentes se esfuerza por ridiculizar lo que denomina, peyorativamente, «la vieja obligación de la denuncia» (un eufemismo para rechazar el ejercicio del pensamiento crítico de escritores en particular e intelectuales en general). Lo hace a partir de ciertos ademanes estructuralistas, por entonces a la moda. «Sólo a partir de la universalidad de las estructuras lingüísticas pueden admitirse, a posteriori, los datos excéntricos de nacionalidad y clase», afirmaba el mexicano hacia fines de los ‘60.

No es este el lugar para profundizar en la epistemología implícita en ese tipo de aseveraciones teóricas. Pero sí resulta útil identificar y destacar el estilo de pensamiento y de método común a varias generaciones de intelectuales conversos, que habitualmente comienzan en la rebeldía de izquierda y terminan en la derecha, la institucionalidad y la comodidad mediocre del orden establecido.

Al leer la argumentación de Fuentes (y la crítica de Fernández Retamar) nos sorprendimos. Porque un par de décadas más tarde, nos volvemos a chocar prácticamente con los mismos lugares comunes de Fuentes en las justificaciones de otra camada intelectual, en este caso argentina, también proveniente del marxismo y convertida con entusiasmo a la socialdemocracia [xxii].

Si en Fuentes el señuelo teórico de la conversión política residía en el estructuralismo lingüístico; en este último caso, la apelación al abandono de los criterios metodológicos marxistas, del análisis de clase, por un lado, y de toda perspectiva antimperialista, por el otro, se fundamentaba en una lectura sesgada de Michel Foucault.

Desde ese ángulo, una parte significativa de este elenco argentino postulaba una visión posestructuralista de la historia como si ésta consistiera en el suceder azaroso y caprichoso de “capas geológicas” sin ninguna conexión ni continuidad entre sí. En nombre de la crítica de una concepción hegeliana (basada, supuestamente, en el «mito del origen» y en la teleología), se terminaba prescribiendo el abandono de cualquier aproximación unitaria a la historia de Nuestra América, a la continuidad de sus luchas y resistencias a lo largo de períodos extensos, incluso de siglos; en consecuencia se terminaba negando la supervivencia de cualquier tradición (que no sea la del mercado y la democracia tal como ellos la entienden…).

De ese modo la historia termina académicamente descuartizada década por década (muy al estilo de los proyectos de investigación universitarios, donde jamás hay continuidad entre una época y otra; cuanto más detallista, descontextualizada y despolitizada la investigación, mejor, más posibilidades de obtener dinero y financiación tiene).

En nombre del paradigma (Thomas Kuhn), la «formación discursiva» (Michel Foucault) y la problemática (Louis Althusser), esa metodología de estudios de historia intelectual destaca y pone en relieve únicamente los cortes y la discontinuidad… obturando y cancelando de antemano —sin investigación previa, por puro prejuicio universitario— cualquier posibilidad de articular vasos comunicantes entre luchas y resistencias populares de diversas épocas. Sin ninguna posibilidad de encontrar una mínima continuidad y racionalidad en la historia, se esfuma cualquier construcción de una identidad política colectiva en la lucha de nuestros pueblos e incluso hasta la existencia misma de nuestra cultura. De allí que todo el ensayo Caliban comience intentando responder la pregunta: “¿acaso existe una cultura latinoamericana?”.
Si no hay identidad política y cultural, tampoco hay sujetos y sin sujetos no hay resistencia ni revolución. Eso es en definitiva lo que esta gente pretende cuestionar e impugnar [xxiii].

¿El gran presupuesto de toda esta operación ideológica contra el marxismo, convertida institucionalmente en 'programa de historia intelectual'? La apología acrítica del 'especialista profesional' y el rechazo explícito de toda politización y militancia revolucionaria de la intelectualidad universitaria [xxiv]. De un lado el campo intelectual y del otro el campo político (Pierre Bourdieu, leído en clave sesgadamente profesionalista). De un lado la Academia, del otro lado y bien lejos, la revolución. Divorcio aplaudido como el mejor de los mundos posibles.

Con ese tipo de argumentos, tan similares a los defendidos por Carlos Fuentes y criticados en Caliban por Roberto Fernández Retamar, toda una franja de antiguos militantes izquierdistas, marxistas y revolucionarios, se pasaron a las filas de la socialdemocracia tras las dictaduras militares del cono sur y se replegaron en la universidad.

Por eso, para quien escribe estas líneas desde el sur de Nuestra América, resulta tan sugestivo releer una vez más Caliban. En su inteligente rechazo de las argumentaciones 'puramente literarias' de Carlos Fuentes, Fernández Retamar adelanta en 1971 el núcleo central de las críticas a muchos conversos y ex izquierdistas de décadas posteriores…

¿Tienen derecho los conversos a cambiar de bando en las luchas sociales para vivir más cómodos? ¡Por supuesto que sí! ¿Tenemos derecho a no acompañarlos en su deserción y a sospechar de sus relatos apologéticos y autojustificatorios, disfrazados de 'cientificidad académica profesional'? Si se deja de lado la mala fe, creemos que se nos debe conceder una respuesta igualmente positiva.

A contramano de esa metodología anti-dialéctica (utilizamos la expresión “anti” porque explícitamente se conforma como una arremetida en toda la línea contra el pensamiento dialéctico), para nosotros la historia no consiste en un caprichoso suceder de capas geológicas sin ninguna conexión entre sí (recordemos las aseveraciones en este sentido que hizo Michel Foucault en su Microfísica del poder). La historia tampoco constituye “un proceso sin sujeto” (como plantea Louis Althusser en su libro Para una crítica de la práctica teórica. Respuesta a John Lewis).

Según nuestro modo de comprender, la historia constituye el resultado contingente de la praxis colectiva en la lucha de clases. Por sí misma, según nos enseñaron Marx y Engels en La ideología alemana, ella no hace nada. La historia es el ámbito donde actúan los sujetos. En ese accionar, se producen derrotas y victorias, hay cortes pero también continuidades. Luego de feroces represiones, matanzas y genocidios, los vencedores pretenden decretar 'el fin de la historia' (Hitler, Francis Fukuyama, el Pentágono). Contra esa visión oficial, es tarea de los vencidos «pasarle el cepillo a contrapelo a la historia», recuperar las luchas del pasado, la memoria de quienes nos antecedieron (Walter Benjamin) y así poder construir una identidad cultural y política colectiva como pueblos en lucha y resistencia [xxv].

Esta concepción de la historia nos permite abordar nuestra cultura a partir de las luchas históricas, sin fetichismo de los particularismos ni metafísicas deterministas al margen de los sujetos. Las figuras conceptuales que Roberto Fernández Retamar modela en su Caliban se vuelven inteligibles y dan cuenta, precisamente, de la historia de la colonización y la resistencia de nuestro continente en función de un proyecto colectivo futuro.

Caliban y las insurgencias del siglo XXI:
El ensayo de Fernández Retamar concluye proponiendo un programa para la cultura insurgente de Nuestra América, basado en las reflexiones de Fidel sobre la cultura —en los cuales el líder histórico de la revolución cubana se opone a asimilar la noción de “intelectual” con la de un grupo restringido de “hechiceros”, con un ademán desacralizador que mucho hace recordar los Cuadernos de la cárcel— y fundamentalmente en los escritos y discursos del Che Guevara. Desde “El socialismo y el hombre en Cuba” (donde Guevara reflexiona —cuestionando el realismo socialista y discutiendo sobre las vanguardias— acerca de los artistas, los becarios y otros intelectuales) hasta su célebre reclamo de que todo el mundo cultural y universitario de Nuestra América “se pinte de negro, de mulato, de obrero y de campesino”, es decir, de pueblo. En palabras de Roberto, el Che «le propuso a Ariel, con su propio ejemplo luminoso y aéreo si los ha habido, que pidiera a Caliban el privilegio de un puesto en sus filas revueltas y gloriosas» [xxvi].

Cuatro décadas más tarde de aquellas últimas palabras proféticas con las cuales Fernández Retamar da la última pincelada a su ensayo, el programa político-cultural que estructura el discurso anticapitalista y antiimperialista de Caliban sigue quemando. La revolución no pasa de moda. Sus impugnaciones radicales, no fueron 'crispaciones' propias de una época ya fenecida en tiempo y espacio, ni tampoco pecadillos infantiles, que habría que aggiornar o directamente abandonar en aras de una amplitud —«sin fronteras», según aquella vieja y triste expresión de Roger Garaudy— subordinada a la razón de Estado y a las conveniencias diplomáticas del momento actual. No. La perspectiva radical, tercermundista, crítica del capitalismo y el imperialismo, continúan siendo nuestro faro y nuestra brújula en las aguas turbulentas del siglo XXI. Seguimos marchando colectivamente en búsqueda de la tierra prometida y combatiendo contra los molinos de viento del capital. A veces cometemos errores o nos convertimos, involuntariamente, por nuestras propias limitaciones, en la armada Brancaleone. Otras, en cambio, logramos construir fuerzas sociales insurgentes con proyectos serios y a largo plazo. Pero siempre vamos, porfiados, en la misma dirección. No nos detendrán.

En estos tiempos Próspero (sojuzgador de Caliban en La tempestad) es más lúcido, cínico y astuto que en los años ’60 y ’70. Se disfraza de 'progresista; para mantener a raya al pueblo e institucionalizar sus demandas radicales. Si en la obra de Shakespeare Caliban adoptó el lenguaje de Próspero, en nuestra época este último incorpora símbolos de rebeldía calibanesca para aggiornarse, mediante una revolución pasiva, manteniendo intactas las estructuras de la dominación, explotación, marginalidad y dependencia.

Hoy más que nunca Caliban necesita estrechar lazos con Ariel (el amauta de la isla) para emprender la batalla cultural contrahegemónica. Mariátegui propuso superar a Rodó [xxvii], pero su reelaboración del marxismo en clave cultural (no economicista), permitiría tranquilamente identificar en la figura del amauta —el saber colectivo de la comunidad— a un Ariel resignificado desde los pueblos originarios y desde la tradición de Nuestra América. El programa de Amauta (la revista de Mariátegui) recupera y supera el Ariel dejando caer todo lastre de tentación aristocratizante o marca eurocéntrica (como cierto culto a Grecia que aun sobrevive en Rodó [xxviii] ). No es Grecia el subsuelo presupuesto en las insurgencias y los combates emancipadores de Caliban sino los pueblos originarios insumisos y la clase trabajadora en lucha.

A despecho de lo que decretaron los relatos posmodernos, multiculturales y posestructuralistas (que no nacieron, dicho sea de paso, ni en la selva Lacandona ni en las favelas, villas miserias o cantegriles de Nuestra América, sino en lo más elitista y snob de la Academia parisina y neoyorkina), Caliban no ha desaparecido. El sujeto no se ha esfumado en un abanico indefinido y polvoriento de inofensivos juegos de lenguaje. Por el contrario, hoy Caliban tiene muchos hijos e hijas, cada vez más rebeldes.

La revolución cubana ya no está sola como cuando Roberto Fernández Retamar escribió su Caliban. La isla, perdón, quise decir, Nuestra América, está poblada por indomesticables calibanes. Próspero, a pesar de su keynesianismo armamentístico de guerra infinita, su gigantesco complejo industrial-militar y sus marines con mal aliento, tiene miedo. Por eso cada vez se pone más agresivo y guerrerista, instalando siete nuevas bases militares en Colombia tratando de frenar infructuosamente a la insurgencia comunista y bolivariana de las FARC-EP (y al ELN).

Mientras tanto lanza su IV flota imperial a recorrer y vigilar los mares, preparándose para futuras invasiones y bombardeos que van dejando tras de sí una estela tenebrosa de miles y miles de cadáveres (Afganistán, Irak, Libia, etc, etc).

En nombre de la libertad, generaliza la vigilancia cibernética de todos los ciudadanos y a escala mundial, metiéndose en la vida privada de todas las personas, instalando cámaras de control cada medio metro, en cada cuadra, cada manzana y cada esquina, inspeccionando quien retira qué libro en cada biblioteca del planeta con una obsesión que haría sonrojar de vergüenza por su timidez al senador McCarthy. Su lupa gigantesca —repleta de satélites espías e infinitos programas de control— tiene bajo la mira la totalidad de la vida humana en el globo terráqueo. Ya no hay conversación que no sea escuchada ni persona que no sea fotografiada y clasificada.

En ese ambiente represivo y macartista que mucho se parece a 1984 y otras novelas de futurología antiutópicas, si hay una nueva tempestad será mucho peor que la que describió Shakespeare en su obra de teatro. Este sistema capitalista, sanguinario, totalitario y mugriento con su civilización depredadora, no sólo superexplota a la clase trabajadora, degrada a las mujeres, somete y humilla a infinitos pueblos del mundo. Por si acaso todo eso no alcanzara, además ha destruido el ecosistema y el clima, ya no sólo en la isla de La tempestad sino en todo el planeta.

Sí, en lo oscuro de la noche Próspero se pone nervioso, tiembla y teme. Los calibanes se multiplican bajo su bota prepotente y comienzan a moverse, con paciencia de hormiga y persistentemente a lo largo del tiempo. Las demandas de cambio se manifiestan a través de diversas formas de lucha, desde experiencias institucionales como el proceso bolivariano en Venezuela (con todas sus contradicciones internas), pasando por movimientos sociales de masas (como el Movimiento Sin Tierra de Brasil, entre otros) hasta el accionar de la insurgencia político militar (que no ha desaparecido ni es un “recuerdo nostálgico” de los años ’60). Permanece aún pendiente la construcción de una coordinación continental que reagrupe y aglutine esas variadas formas de lucha como proponía un muchacho de mi barrio llamado Lenin. Para ello habrá que superar sectarismos, pero también oportunismos reciclados en nombre de la conveniencia diplomática.

Esa lucha no queda reducida a Nuestra América. Allá, apenas un par de pasitos más lejos y al otro lado del agua, sigue resistiendo de pie y gran dignidad la justa lucha de nuestros hermanos palestinos y el pueblo vasco que reclama, con terquedad, independencia y socialismo, mientras en Europa, en el norte de África e incluso al interior de los mismos Estados Unidos se generalizan la indisciplina social, las protestas radicales y la desobediencia civil.

Tanto Caliban como sus hijos y sus hijas, en Nuestra América y en todo el mundo, deberán rechazar los cantos de sirena que hoy los invitan —en nombre de la razón de estado, del pragmatismo geopolítico e incluso del mercado convertido en nueva panacea— a volver con la cabeza gacha al regazo de Próspero.

Una de las grandes tareas del Ariel amautense o del amauta arielizado consiste en crear los instrumentos culturales y teóricos contrahegemónicos que permitan, con eficacia y suficiente atractivo para la juventud, contrarrestar esos envenenados cantos de sirenas. Nada mejor que los saberes rebeldes de las brujas insumisas de Nuestra América para combatir el encantamiento fetichista de las sirenas mercantiles. Caliban contra Próspero. Las brujas desobedientes contra las sirenas del marketing. Ariel, transformado en amauta insurgente, contra la mediocridad de los tartufos mediáticos promovidos por el imperio del dólar y el euro.

Gran razón tenía el Manifiesto Comunista de Marx y su amigo, Federico Engels. La historia latinoamericana (y mundial) no es más que la historia de la lucha de las clases y pueblos sometidos contra el poder. De eso se trata.

En pleno siglo XXI, Caliban salió de la isla y comenzó a luchar contra Próspero en todo el continente. Pero ya no pelea aislado sino en compañía y estrecha unidad con la bruja y con Ariel. Sólo la convergencia estratégica de los tres en un nuevo bloque histórico —como enseña Antonio Gramsci— podrá derrocar el poder económico, político y militar de Próspero.

Es esa alianza estratégica entre Caliban y el amauta (Ariel resignificado), articulada con los saberes sometidos y el cuerpo explotado de la bruja, la única que podrá enfrentar al feroz imperialismo de Próspero. La rosa blindada, símbolo de la cultura insurgente que los une, servirá para enfrentar con valor y decisión la violencia sistemática del capital.

Hoy el capitalismo, en medio de su crisis civilizatoria, asume con cinismo la pose de 'tolerante, humanitario', 'pluralista' y 'multicultural'. Si logramos mirar más allá de la punta del zapato, de poco le servirá ese disfraz.

La insurgencia popular y la revolución que pronto hará justicia continúan su marcha. Al lado nuestro vienen todos nuestros muertos y desaparecidos. Siguen sonando los tambores de la rebelión. Cada vez se escuchan más fuerte y más cerca. Los poderosos están nerviosos y tienen miedo, por eso aumenta su agresividad. Próspero sabe que a largo plazo perderá ya no sólo la isla sino todo el continente y el mundo.

Boedo, julio de 2011
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NOTAS


[i] El trabajo fue publicado originariamente en el Nº68 de la revista cubana Casa de las Américas, en septiembre-octubre de 1971, bajo el título colectivo: Sobre cultura y revolución en la América latina. Ese número de la revista era el tercero dedicado a las discusiones del caso Heberto Padilla y todo el debate que se generó a partir de una carta pública redactada por Vargas Llosa y suscripta por varios intelectuales en Europa que cuestionaban la encarcelación de ese escritor.
[ii] La primera que utilizamos fue Caliban. Incorporado al libro Para el perfil definitivo del hombre. La Habana, Letras Cubanas, 1995. pp. 128-181. La segunda Todo Caliban. Chile, Cuadernos Atenea, 1998. La tercera Todo Caliban [Prefacio de Fredric Jameson]. Buenos Aires, CLACSO, 2004.

[iii] Hemos reconstruido las líneas centrales de esos debates en nuestro ensayo: “ La pluma y el dólar. La guerra cultural y la fabricación industrial del consenso”. En Casa de las Américas Nº 227. abril-junio 2002. Sobre esta misma problemática puede además consultarse con provecho María Eugenia Mudrovcic: «Mundo Nuevo». Cultura y Guerra fría en la década del ’60. Buenos Aires, Beatriz Viterbo, 1997 (estudio focalizado en el caso latinoamericano) y el formidable volumen de Frances Stonor Saunders: La CIA y la guerra fría cultural. Madrid, Editorial Debate, 2001 (donde se privilegia el abordaje de Europa y los Estados Unidos) .

[iv] Hemos tratado de profundizar en esas diversas fases políticas y culturales en nuestro ensayo «Pensamiento Crítico» y el debate por las ciencias sociales en el seno de la Revolución Cubana. Recopilado en AAVV: Crítica y teoría en el pensamiento social contemporáneo . Buenos Aires, CLACSO, 2006. pp.389-437. También hemos intentado delimitar y recorrer esas épocas políticas y culturales en un libro pedagógico dedicado a sistematizar la historia de la revolución cubana, desde José Martí a Fidel Castro [titulado Fidel para principiantes. Buenos Aires, Longseller, 2006. Traducido al inglés como Fidel: A Graphic Novel Life of Fidel Castro. New York, Seven Stories, 2009. (Edición cubana en preparación)].

[v] Aun manteniendo idéntico ángulo y perspectiva (antiimperialista y anticapitalista) para la cultura, no podemos desconocer ni soslayar algunos cambios notables en los escenarios e instituciones de confrontación. Si en tiempos de la redacción de Caliban la principal penetración de los aparatos de inteligencia estadounidense giraba en torno a los espacios de crítica literaria (donde se ubican las revistas, financiadas por la CIA y la Fundación Ford, Cuadernos y Mundo Nuevo) y alrededor de los programas de ciencias sociales (en cuyo seno aparecían los proyectos “Camelot” y “Marginalidad”, con los mismos mecenazgos norteamericanos encubiertos); durante los últimos años el interés político, la forma de intervención y el financiamiento de las agencias del imperialismo se desplazaron hacia ONGs y organizaciones supuestamente “humanitarias”, como la NED [ National Endowment for Democracy ] y USAID [U.S. Agency for International Development]. Para el caso de las ciencias sociales en los años ’60 véase la revista cubana Referencias N°1 (volumen 2, mayo-junio de 1970), número temático íntegramente dedicado a la temática: “Imperialismo y ciencias sociales”. Referencias era una publicación editada formalmente por el Partido Comunista de Cuba de la Universidad de La Habana y salía en forma paralela a Pensamiento Crítico. Para identificar los desplazamientos actuales de la forma de operar del imperialismo, v éase Eva Golinger y Jean Guy Allard: USAID, NED, CIA, la agresión permanente. En:
http://www.rosa-blindada.info/b2-img/agresionpermanente.pdf
[vi] Pueden consultarse los diversos escritos y estudios de Roberto Fernández Retamar sobre Borges en su libro Fervor de la Argentina. Buenos Aires, Ediciones del Sol, 1993. pp. 29-44.

[vii] Sobre quien se explaya en un artículo posterior titulado Caliban ante la atropofagia (1999, incorporado como suplemento a la edición de 2004 ya citada).

[viii] Véase nuestra entrevista a Fernando Martínez Heredia Cuba y el Pensamiento Crítico. La entrevista fue realizada en La Habana el 19 de enero de 1993, publicada en Dialéktica Nº 3-4, Buenos Aires, octubre de 1993 y reproducida en América libre Nº5, junio de 1994. Incorporada a nuestro libro De Ingenieros al Che. Ensayos sobre el marxismo argentino y latinoamericano. Buenos Aires, Biblos, 2000. Prólogo de Michael Löwy. Reedición cubana con prólogo de Armando Hart Dávalos. La Habana, Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, 2008.

[ix] Muchos años después, Roberto Fernández Retamar volverá sobre esa comparación, principalmente en su ensayo Algunos usos de civilización y barbarie. Buenos Aires, Contrapunto, 1989, reeditado, también en Buenos Aires, en 1993 por Letra Buena.

[x] Debemos recordar que en Argentina no sólo la tradición del viejo Partido Socialista (fundado por Juan Bautista Justo en 1896) fue sarmientina. También el Partido Comunista —escisión del socialismo nacida en 1918— bebió de las mismas fuentes. Su máximo pensador y teórico, Aníbal Norberto Ponce (de gran influencia en el joven Ernesto Guevara), le dedicó incluso varios de sus libros e hizo suyas muchas de las equivocaciones de Sarmiento (al final de su vida, en su exilio mexicano, Ponce comenzó a revisar su adhesión a las tesis racistas y coloniales de Sarmiento y publicó cinco artículos titulados La cuestión indígena y la cuestión nacional, México, 17 de noviembre de 1937 al 4 de febrero de 1938). Su temprana muerte le impidió continuar esa fértil reflexión que descolocaba totalmente el paradigma sarmientino de “civilización o barbarie”. Véase Aníbal Ponce Obras completas. Buenos Aires, Cartago, 1974. Tomo 4, pp. 657-667. Pero no sólo el socialismo y el comunismo argentinos fueron entusiastamente sarmientinos. Hasta un intelectual de inspiración trotskista dotado de gran erudición historiográfica —probablemente uno de los principales exponentes de esta constelación política, ubicada a la izquierda del PS y del PC—, terminó rindiendo homenaje y tributo a Sarmiento (aunque leído en este caso como un intelectual moderno carente de una burguesía pujante que pudiera llevar a cabo su proyecto modernizador). Véase Milcíades Peña: Alberdi, Sarmiento, el 90. Buenos Aires, Editorial Fichas, 1973. Al menos en estas tres corrientes de izquierda Sarmiento fue hegemónico. Para una mirada mucho más atractiva y sugerente, realizada desde el marxismo, pero con un punto de vista crítico, creemos que la obra de David Viñas resulta fundamental. Véase David Viñas: De Sarmiento a Cortázar. Buenos Aires, editorial Siglo Veinte, 1971 y De Sarmiento a Dios. Buenos Aires, Sudamericana, 1998.

[xi] Véase Roberto Fernández Retamar: Todo Caliban. Obra citada. p. 19.

[xii] Antes que Rodó, Ernest Renan (1878) y Paul Groussac (1898), entre otros, habían apelado a La tempestad para pensar los problemas políticos y culturales contemporáneos pero en Rodó el planteo analógico alcanza realmente otra dimensión.

[xiii] Véase Roberto Fernández Retamar: Modernismo, 98, subdesarrollo. En Para el perfil definitivo del hombre. Obra citada. pp.120-127. En ese movimiento (nacido antes en Nuestra América que en España), además de Rodó, obviamente se encuentran Rubén Darío y uno de sus principales iniciadores, José Martí. Véase nuestra introducción al libro de Armando Hart Dávalos: Marx, Engels y la condición humana. Una visión desde Latinoamérica. Melbourne, Ocean Press, 2005. La vitalidad del pensamiento radical latinoamericano. pp. 3-17. A través de los manifiestos de la Reforma Universitaria de 1918 nacida en Córdoba, esa prédica modernista prolonga sus ecos y entonaciones antimperialistas en todo el continente y a lo largo de varias décadas del siglo XX. Hemos tratado de mostrar el modo en que la Reforma Universitaria jugó el papel de mediación entre el modernismo de fines del siglo XIX y la cultura antiimperialista del siglo XX en un caso emblemático: el del redactor del Manifiesto fundacional de todo el movimiento en 1918. Véase nuestro libro Deodoro Roca, el hereje. (El máximo ideólogo de la Reforma Universitaria de 1918 hoy olvidado por la cultura oficial). Buenos Aires, Biblos, 1999. pp.17 y sig.
[xiv] Véase Mario Benedetti: Genio y figura de José Enrique Rodó. Buenos Aires, Editorial Universitaria de Buenos Aires (EUDEBA), 1966. p. 39.

[xv] Véase José Enrique Rodó: Ariel. Buenos Aires, Losada, 1996. pp. 49-50. También Rubén Darío homologó a Caliban con Estados Unidos.

[xvi] Véase Mario Benedetti: Genio y figura de José Enrique Rodó. Obra citada. p. 95.

[xvii] Véase Roberto Fernández Retamar: Todo Caliban. Obra citada. p.33

[xviii] Véase Roberto Fernández Retamar: Todo Caliban. Obra citada. p.34 y sig.

[xix] Véase William Shakespeare: La tempestad. En Obras completas [traducción y estudio preliminar de Luis Astrana Marín]. Madrid, Aguilar, 1951. p. 2034.

[xx] Para una discusión de los personajes, leídos al mismo tiempo en clave feminista y marxista (desde un ángulo crítico con el feminismo liberal y posmoderno), véase el excelente libro de Silvia Federici: Caliban y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Madrid, Traficantes de sueños, 2010. Principalmente p.288 y sig. Una obra contundente, demoledora y de largo aliento que permite repensar no sólo los personajes de Shakespeare analizados por Fernández Retamar en Caliban sino incluso El Capital y la concepción materialista de la historia de Marx y todo el sojuzgamiento de América Latina y el Tercer Mundo.

[xxi] Véase Roberto Fernández Retamar: Todo Caliban. Obra citada. pp.56-60.

[xxii] Se trata de todo un conglomerado intelectual —de orígenes diversos, pero unificado en su variedad por el común rechazo de sus antiguas militancias marxistas—, agrupado en torno al Club de Cultura Socialista, de inspiración socialdemócrata y de llegada directa a varios gobiernos, universidades y editoriales en Argentina.

[xxiii] No es casual que uno de los principales exponentes teóricos de toda esta constelación ideológica, el profesor Oscar Terán (autor de una obra muy prolífica e impulsor de varios proyectos institucionales de historia intelectual, principalmente en las universidades de Argentina y México, donde ha hegemonizado a varias camadas de investigadores académicos) comience uno de sus libros de esta manera: «Precisamente si alguna vez reconsiderara algunos de los contenidos de la interpretación sobre Mariátegui aquí sustentados, la noción de «revolución» debería ser uno de los objetos teóricos sujetos a revisión». Véase Oscar Terán: Discutir Mariátegui. México, Universidad Autónoma de Puebla, 1985. pp. 9-10. El mismo criterio lo condujo a revisar e impugnar el conjunto de la cultura de izquierda revolucionaria en Argentina (donde él comenzó militando de joven, cuando integraba una organización guerrillera marxista) en su libro Nuestros años sesentas. Buenos Aires, Puntosur, 1991. La metodología —obviamente crítica del marxismo y la dialéctica y deudora del 'giro lingüístico' que convierte a todas las luchas en inofensivos 'objetos de discurso'—, que se encuentra presupuesta en este singular «Programa de historia intelectual», puede encontrarse explicitada en la selección y presentación de Oscar Terán a Michel Foucault: El discurso del poder. México, Folios Ediciones, l983.

[xxiv] Sobre este fenómeno, que evidentemente no es exclusivo de América Latina, resulta aleccionadora la reflexión de Fredric Jameson en su Prefacio a la edición estadounidense de Caliban [Minneapolis, University of Minnesota Press, 1989]. Véase Todo Caliban. Obra citada. Particularmente p. 13.

[xxv] Hemos tratado de desarrollar este argumento en Nuestro Marx. Caracas, Misión Conciencia, 2011. pp. 68, 472-474 y sig.

[xxvi] Véase Roberto Fernández Retamar: Todo Caliban. Obra citada. p. 71.

[xxvii] Véase José Carlos Mariátegui: “Aniversario y balance”, Editorial de Amauta, 1928. En José Carlos Mariátegui: Obras . La Habana, Casa de las Américas, 1982.

[xxviii] Véase José Enrique Rodó: Ariel. Obra citada. Las referencias a Grecia, entendida como modelo arquetípico de “la cultura” opuesto a “la civilización” de los Estados Unidos (un motivo común a gran parte de los exponentes del modernismo latinoamericano), pueden encontrarse en pp. 54, 67, 80, 111 y 130.

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