Tuesday, September 22, 2009

El terrón de azúcar / Cuento infantil para niños grandes


Por Santiago Maunez Vizcarrondo / Escritor puertorriqueño

Ve, ¡oh perezoso! a la hormiga;
mira a sus caminos y hazte sabio.

Proverbios 6:6


Unas hormiguitas, de ésas bien chirriquitinas, de las que llaman bobas, un buen día se encontraron un terroncito de azúcar, de esas que llaman azúcar candy y que en inglés le dicen rock sugar… un peñón de azúcar para ellas.

¡Qué alegría, qué buena fortuna, un tesoro insuperable, de valor incalculable y con un peso inmovible por ellas! Había que hacer algo y pronto, sacarlo de allí, llevarlo al hormiguero, meterlo bajo tierra, protegerlo del tiempo y del enemigo… ¿del enemigo?

Enviaron a un emisario para que llevara la buena noticia al hormiguero y trajera ayuda para proceder a moverlo; así de sencillo consideraban las pobres hormiguitas que era la solución al problema. Rápidamente el emisario cumplió con su deber. Ante la importancia del hallazgo, corrió la reina hormiguita seguida de su corte, el ejército y la masa “hormigueril”. Todos se maravillaron ante el gran terrón de azúcar… comida para todo el hormiguero… comida para toda la vida. Hasta para las hormigas la comida es lo más importante. Pero… ¿cómo moverlo? Aquí empezó el problema.

Habló la hormiga abogada, que era la más sabia… según ella y los grandes del hormiguero… «De acuerdo con la ley número tal y el reglamento más cuál de nuestra nonésima constitución, este terrón de azúcar pasa a ser propiedad comunal (las hormigas viven en unas gigantescas comunas, que nosotros, ignorantes mortales, llamamos hormigueros)… y su custodia quedará balo el Ministerio de la Comida. Por lo tanto, es al Gran Ministro Von Barriga, a quién le corresponde mover y proteger este tesoro».

El Gran Ministro habló, dio un discurso con matices políticos glorificando al magnífico gobierno de su Alteza Real la hormiguita Reina Glu-Glu, y la buena administración que había en su ministerio, enfatizando, entre varias cosas, la necesidad de aumentar las contribuciones debido al alto costo de construcción y mantenimiento del hormiguero. Acto seguido… después de hablar por más de dos horas, describiendo al sol, las estrellas, los planetas y de explicar la importancia de llevar a una hormiga hasta la luna, indicó que el movimiento del terrón de azúcar le correspondía al Ministro de Obras Públicas, encargado de la construcción de carreteras, puentes, represas, monumentos, parques y letrinas…

El ingeniero Fuguché, Ministro de Obras Públicas Comunales, tomó la palabra y pronunció un breve discurso de media hora, donde, una vez más, enumeró la infinidad de obras realizadas por su ministerio bajo la égida de esa gran Reina Glu-Glu… Pero, al finalizar su canto al progreso, indicó qué, debido al enorme tamaño del terrón de azúcar, le tocaba a las fuerzas armadas el movimiento de éste.

El General de Ocho Estrellas (todo con mayúsculas y dicho con respeto) Sir Moningjof, presentó sus tropas, perfectamente alineadas, y la Reina Glu-Glu les pasó revista. Sonaron las trompetas, redoblaron los tambores, flotaron las banderas (las hormiguitas también tienen banderitas lindas y chirriquititas )… el hormiguero se excitó de jubilo y la guardia de choque les tuvo que mantener a raya.

La masa obrera, lo que diríamos el pueblo “hormigueril”, quería el terrón de azúcar sobre sus hombros y terminar con el problema, a ella sólo les preocupaba y pensaban en la seguridad de su comida. Pero esto no podía ser así, ya lo había dicho claramente la hormiguita abogada, la ley número tal y cual era explícita. Así es que después de tantos discursos, pitos, trompetas, empujones y “que no me toca a mí, que te toca a ti”, se decidió hacer un estudio exhaustivo para ver si era factible desarrollar el plan de los intelectuales, ministros, jefes y pensadores… ACORDARON, y se aprobó, que le correspondía a la masa de obreras bobas, cargar con el terrón de azúcar…lo mismo de siempre…

Todas las hormigas, locas de contento, bailaron de gozo alrededor del terrón de azúcar; reinó la euforia en el hormiguero y… hasta los líderes de las distintas facciones políticas (las hormigas también sufren de ese mal) gritaban a voz en-tórax, “Hemos triunfado, nuestro partido ha vencido, somos los cheches, los mejores, viva la Reina Glu-Glu, arriba la patria (perdón, debo decir el hormiguero) que se mueva el terrón de azúcar”. Las hormiguitas izquierdistas (éstas son las que cojean de las patitas izquierdas) llenas de alegría lanzaban piedrecillas. Las hormiguitas derechistas (éstas son las que cojean de las patitas derechas) se protegían con hojitas y bailaban (merengue) llenas de emoción, mientras las hormiguitas aplatanadas (éstas son unas hormiguitas bien gorditas que arrastran su barriguita) comían del terrón de azúcar y se reían de todas las otras. Hasta el grupo de hormiguitas intelectuales, hablando en un extraño idioma, recitaban una oda dedicada a Prometeo «Salvatum facere labor» (ellas en realidad no sabían latín) que traducido al lenguaje de las hormigas significa «nos salvamos del trabajo». Y así fue como todas se reunieron alrededor del terrón de azúcar… unas para comer… otras para trabajar… y otras para observar el trabajo.

Por fin se había tomado una decisión… a mover el terrón de azúcar hasta lo más profundo de la comuna subterránea… a protegerlo para siempre… Pero… ¡ah la gran tragedia de la vida!... en ese mismo instante de decisión tardía surgió de la nada un oso hormiguero… y… ¡zápete!... de un lengüetazo se sorbió a todas las hormiguitass bobas, dejando al terrón de azúcar sólo en espera de que otras hormiguitas chirriquititas lo encontraran de nuevo y se repitiera la misma historia

Y BAJÓ EL TELÓN

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