[Reproducido de El Librepensador, en: España, 07/04/2010 en Cultura y Ocio: Ver]
Por J. Romero Villanueva
El es el columnista de «El Librepensador», bitácora con sede en España, en la que descubrí una serie de artículos con el subtítulo «Gente de mi pueblo»; autor del libro de cuentos «El corazón del monstruo», donde descubro a personajes por ambos conocidos. Carlos López Dzur escribe sobre gente con que se topa en su vida. Sobre mí, aún no ha escrito. Prologué uno de sus libros, «La casa» y comenté una edición de «El hombre extendido», que le fue premiada en el Certamen Literario Chicano de la Universidad de California, Irvine. De California no se va y ganas no le han faltado. Lo supe en Montana y regresó al cabo de dos o tres años. Se fue a enseñar literatura y filosofía.
He gozado de su amistad por años, mas ahora me sorprende que me diga que no tiene publicaciones en papel. Y lo veo involucrado en homenajear el aniversario del Centenario de la Revolución Mexicana, con el poema titulado 'A la primera Revolución Social'. No siendo mexicano, es uno de los nuestros. Con una mexicana formó su familia. Tiene una hija recién casada y se encuentra solo, divorciado. Recordamos andanzas.
Para indagar qué sucede en su vida o sus novedades, nos reunimos. Extraño sus publicaciones y pido que me hable sobre su situación como escritor.
—Es sencillo. Soy un escritor subterráneo y virtual, tú lo sabes. El que me quiera descubrir tiene que aprender a sacarme de bajo la tierra, o entre brumas de extraños cielos virtuales y geografías. No publico en papel, a excepción de que publiqué un par de libros, esencialmente cuentos o investigación histórica… Algo que ya conoces… Mi obra es demasiado vasta. Son 20 o 30 libros y no podría autopublicarme. Lo económico es ir atiborrado mis bitácoras. Allí y acá está todo… y seguir publicándome desde ahí. Colaboro extensamente en revistas virtuales de España e Hispanoamérica».
—¿Cómo es eso? Que pese a tu calidad un país no proponga en el mercado de lectores tus publicaciones…
—Aquí interviene un segundo factor. Yo soy un escritor en el exilio. En un país que no publica en español, donde ser «latino» es algo meramente étnico. Una etiqueta llena de paradojas. En una nación, con una población hispanohablante «in denial», no interesa la dimensión espiritual de tu idioma, o temáticas… Si yo me tradujera al inglés, otro asunto sería. Surgirían oportunidades para hacer dobles libros, el español y su versión inglesa. Se me vería como uno de los escritores más productivos, no sólo como poeta, sino en la narrativa y el ensayo… Digo que si fuese mexicano, ya estaría publcado porque hay mejor ambiente para publicar en español… Un tercer factor es mi actitud creativa. No tengo tiempo para el mercado, o esas cuestiones técnicas de editar o promocionar… Mi tiempo de asueto es para estudiar, crear y para ganarme la vida, sacar adelante mi familia, sobre todo, y librarme de las angustias de las deudas, sabes… yo no tengo tiempo para participar en concursos y estar escribiendo cartas a editores, o servirme de agentes. Mi satisfacción ha sido crear, con tiempo, hasta la calidad que quiero, sin premuras y, en algún momento oportuno, que llamaré mi kairós, lo mejor de mi obra saldrá a flote y puede que sea cuando ya haya muerto, no por lucro…
—¿Cómo se recibe tu obra en tu país natal, Puerto Rico?
—Mi familia conoce mi obra. Tarde o temprano, tendrán que sacar la cara por ella… ‘I hope!’ Saben que soy muy creativo y de los acumulos de libros inéditos, que es casi todo… Uno de mis pocos libros, impreso en papel, signó un hito de investigación y renacimiento por la historia municipal en mi pueblo. Es mi libro sobre «Comevacas y Tiznaos: Las partidas sediciosas en el Pepino de 1898». Eso es un legado simbólico e indicio de la atadura sentimental mía, pese a mi condición en la Diáspora boricua, un signo en el marco de toda mi obra, con respecto a Puerto Rico… pero, insisto, soy un escritor subterráneo, ignoto, con trincheras no obvias para el Establecimiento, porque en una colonia todo el mundo tira por sí, por dar una ubicación y reconocimiento a su visibilidad personal, y yo me fui. «Y quien se va para Aguadilla, pierde su silla». Es decir, ya no existe… En el clandestinaje intelectual del exilio, estoy más cómodo y creativo. Soy más auténtico. Los «setentistas», que es mi generación nata, se interesaron en mi obra cuando estuve allá. Mi primer libro de cuentos, en papel, «Sarnas de la ira parda», fue publicado por Joserramón Meléndes, que es el alma inspiradora y nuclear de esa generación renovadora, donde además de talento, había generosidad, libertad y no un espíritu sectario de egos… pero uno se va y se acaba todo…
—¿Sientes todavía una identificación generacional con las antillas, o los nuevos temas y lecturas, o se han roto esos lazos definitivamente?
—Tengo una lealtad a Puerto Rico que se ha enriquecido de muchas formas. No necesariamente es que haya dejado de leer a autores de mi generación. A algunos sí, les perdí la pista. Por eso es que hablo en términos de exilio. Si no te dejas ver, nadie te busca. Si no estás allá, importas poco. Yo sólo puedo hablar de mis esfuerzos por leer a quienes puedo. Imagino que yo no soy leído, porque, como te digo, mi hogar intelectual es subterráneo, no que sea inaccesible; pero cada quien buscará a quien le plazca…
—¿Crees que aportas algo nuevo a tu generación?
—Tendría que referirme primero, a fin de contestar bien, con respecto a quienes… Mi generación es muy talentosa. Y nunca hay, en términos absolutos, nada nuevo bajo el sol. Dentro del coloquialismo y la esfera de lo local, mi trabajo es interesante porque se asoman dimensiones tan universales que las fronteras entre lo local y lo universal desaparecen; del mismo modo, te diría que trato temas esotéricos y místicos y con ellos hago perdurar la dimensión de lo existencial, los forcejeos cotidianos de vida, esa tensión entre lo inmanente y lo contingente, lo espiritual y lo prosaico… por ahí, habría algo nuevo por mis aproximaciones a los temas… Sin embargo, recordando el libro «En Borges» de Ché Meléndes, a quien te mencioné hace rato, o su libro «Para Delfin», ¿quién soy para decir que lo mío es algo nuevo? Lo que si diría es que mi obra es original, aunque coincida con otros hallazgos o afinidades posteriores, obras paralelas que revelan el sentido de pertenencia generacional. Descubro coincidencias y eso me agrada… No quiero ser un escritor raro. Vivimos en tiemps de escribir claro lo que se piensa, claro y con belleza…
—Entre tus libros, ¿cuál es uno que te gusta, o crees importante?
—Hay algo especial en «El Libro de Anarquistas». Este surgió en la década de 1980, ya escrito acá… cuando me involucré en el estudio de la influencia anarquista en las antillas, Cuba y Puerto Rico, hecho que es importante entender para juzgar los años de la violencia campesina en Puerto Rico y la mentalidad de los republicanos y socialistas, o anexionistas pobres, que Puerto Rico tuvo en los primeros años del siglo XX y que fundaban círculos obreros, centros recreativos y cuadros de teatro…. Se enfatizaba la educación y la cultura. Así que veo la influencia de Ferrer La Guardia y Anselmo Lorenzo… Este libro me gusta porque me ayudó a comprender la dimensión espiritual y cultural de personajes locales (digamos, Domingo Liciaga, Adolfo Medina González, el Dr. Manuel Epifanio Liciaga Juarbe y otra gente pepiniana y puertorriqueña, que incluyen a las primeras feministas, como Luisa Capetillo, etc.); mas el libro, al mismo tiempo, es una épica de solidaridad universal, que me permite que rompa fronteras y hable sobre Anselmo Lorenzo, Gustave de Molinari, Max Stirner, las víctimas del Proceso de Montjuich de 1892, los hermanos Flores Magón y a la luz de las ideas de muchos luchadores sociales, como los dichos, analizar fenómenos más contemporáneos o actuales, como son la tecnocracia política, el militarismo, la posmodernidad, la filosofía del dinero, la anulación de la confidencialidad, las dictaduras y la autoridad opresiva entre los años ’30 al ’70… Poner, en poesía, toda la sociología e historia que se implica en el tema, es una aportación; no porque yo lo diga, aludo a gente muy inteligente y crítica que han leído de la internet mi libro («El Libro de anarquistas») y me escribe. Conste, hay quienes me escriben cagados de miedo, amparados en un ‘nickname’…
—Un libro tuyo que me parece valiente, denunciador, es «El Libro de la Guerra». Este coincide en muchos planteamientos con «El Libro de Anarquistas»… parece que llevas un debate interior entre tu espíritu épico y el pacifista…
—Pero no hay ninguna contradicción. Creo que uno de las aportaciones del pensamiento anarquista (de ahí la importancia de estudiarlos bien) es que, contrario a lo que se piensa, en principio, los anarquistas son pacifistas y si ha habido mucha violencia alrededor de ellos es por causa de la represión, no porque prediquen la confrontación armada. La Comuna de París, que es el evento inspirador del internacionalismo, el federalismo y el anarquismo español, fue reprimida, así como su modelo de iniciativa pacífica en España y hombres liberales como P. M. Sagasta se prestaron para eso. La esencia pacifista del pensamiento libertario es más benévola y tolerante que la del liberalismo que sí acudió a la violencia para hacer avanzar sus ideas ante las dictaduras o todas las fuerzas reaccionarias enemigas del progreso, el trabajo digno y libre, y la paz entre naciones. Me impresiona del anarquismo su liderazgo que han sido, sobre todo, educadores de pueblos. Los liberales tienden a ser educadores de élites y es la diferencia. Al pueblo estos últimos seguirán arriándolo como ganado y haciéndole sentir que no tienen la capacidad de organizarse y de autogestionar lo que verdaderamente desean sin ellos…
—¿Por qué te interesa tanto el tema de la sexualidad? Lo expones en cuentos y en poesía…
—… porque la sexualidad no es sólo un tema de la esfera privada. Es un tema político. De hecho toda noción de conflicto entre los seres humanos y sus grupos gira alrededor de la sexualidad. Históricamente, en torno a la sexualidad, se forman las primeras formas de privación y opresión. La sexualidad establece un premio o privilegio que se da o se quita por quienes tienen el poder. La primera forma de opresión fue quitar a los hombres el disfrute del erotismo, la destrucción de la Madre Tierra, como símbolo de la hembra y la relación heterosexual, sin la cual no puede haber convivencia libre, armoniosa, entre hombres y mujeres. Cuando no hay este entendimiento bidimensional, entre varón y hembra, se forja una tribu. Las tribus viven fabricando tabües… El patriarcalismo es una tribu de los hombres para oprimir a la mujer y el matriarcalismo es una tribu de mujeres, con poco interés por compartir con los hombres y hacerlo sin chantaje… Esto es un tema muy complejo. Yo, en principio, soy feminista; pero, no aspiro a una hegemonía de las mujeres ni en el sentido político ni en el sentido sicológico; pero el varón tiene que aprender a compartir con ella con fórmula tal que ni exista el patriarcalismo ni el matriarcalismo. De ahí la importancia del tema. ¿Cómo conciliar dos facciones de la identidad, el género y la diversidad?… La sociedad del futuro depende de las soluciones que demos a los desbalances de poder que hoy existen y a las angustias que la sexualidad reprimida o descontrolada provocan, que son tan profundas como la esencia misma de la criatura humana. Esto es, la sexualidad, la líbido como energía, es la puerta emocional más poderosa para construir ideologías de comunión fraterna. Es el secreto de secretos detrás de las manipulaciones de poder…
—Hay tanta poesía, mala y buena, bitácoras de autores, con todo tipo de formación y calidad en las redes, que preguntaría: ¿temes que se pierda tu nombre y tus libros entre millares de lugares y ofertas de lectura? ¿No es el libro en papel el mejor indicio de la disponibilidad formal de un escritor que deba tomarse en cuenta por su trayectoria y oficio?
—Cuando hay algo realmente bueno en la internet se pasa la voz. Uno va y los lee. Esto es el futuro y la opción. Cuando te identificas con una generación vigente o una promoción de autores serios y profesionales y ésta está en el espacio virtual, uno se entera, comulga y les avisa. «Hey, yo existo». Si se interesan bien, si no… también. Uno no tiene que suplicar ser leído, o tomado en cuenta, o aténganse a las represalias. Lo bello del quehacer entre artistas es lo espontáneo y desinteresado de la interrelación. La gente que más me comenta y me lee con simpatía no es puertorriqueña. Son chilenos, argentinos, mexicanos, españoles…
—Aunque no soy puertorriqueño, me he metido en el «Macondo» de tu Pepino (San Sebastián de Puerto Rico), donde hay alrededor de medio-centenar de cuentos, con personajes y situaciones, que fascinan. No hay que ser de allá para disfrutarlo. Háblame un poco sobre ese libro El pueblo en sombras, ¿cómo surgió? ¿Por qué seleccionaste esos personajes? que tengo entendido que son reales, como las anécdotas en torno a ellos, y que inclusive por reales, utilizas sus nombres y apellidos tal cual son… algunos deben estar vivos…
—Sí. Es gente real, vivos algunos, ya fallecidos otros. Gente a las que se les conoció y todavía se recuerdan con cariño. Son parte del folclor y la historia social y política de ese Macondo, como dices. El libro lo comencé, investigué y escribí, durante el transcurso de mis investigaciones de historia oral y documental municipal. Los personajes del siglo pasado (los del siglo XIX, en particular), se transformaron en materal para mis cuentos, siendo gente que tuvo vigencia política como funcionarios antes de 1898; otros son personas que, durante los primeros 30 años del siglo XX, fueron muy conocidos. Gente de todas las clases sociales y, en cierto modo, los cuentos son símbolos de algo importante, no sólo en la historia, de Pepino como «el pueblo en sombras», de ventorrilleros, vivales, veteranos de Corea y caciques, sino de todo Puerto Rico. Por ejemplo, yo hago la mención del pepiniano Sinforoso Vélez Arocho, que fue el primer veterano seleccionado en un sorteo para irse a la Primera Guerra Mundial; pero eso a la vez me permite tocar datos, no investigados, o poco conocidos de otros jíbaros del campo que, poco antes, en 1898, los gringos se llevaron a Cuba, no necesariamente como soldados, pero para trabajar y que allá atestiguaron las matanzas contra los partidarios de Evaristo Estenoz y el candidato presidencial Bartolomé Massó, cuando se produjo una intervención miltar norteamericana y una guerra civil racista, al formarse un partido de la gente de la raza negra… Contar la historia del brujo Don Lion, quien también fue veterano de la Primera Guerra Mundial, sirve para seguir rastreando quiénes fueron los veteranos de la Guerra del ’14, y ya no es sólo Sinforoso Vélez, ya que hay sumar a Juanito Ponce, del sector La Chula y a un héroe, enterrado en Francia…
En uno de las cuentos, «El Pacto de los Fundadores», al hacer la historia del Teniente de Alcaldía Miguel López, llevo a los lectores a un problema que fue muy típico de los tiempos de la colonia española, como fue el raparto de terrenos baldíos a funcionarios ausentistas. Así, por ejemplo, en el año 1829, a fin de ceder 45 caballerías y tierras al Duque de Mahon Crillon, hay una medición de tierras en Pepino y todo por complacer a la Reina. El cuento sirve para que, a através de la voz narrativa de Miguel López de Victoria, se exponga cómo sentían los pepinianos de esa época y para que escarbemos en el mito de la fundación del Pueblo, el papel de la familia de los González de Miraval, primeros hateros y pobladores del barrio rural que hoy se llama Mirabales y sus vínculos con las Santas Hermandades y pactos de tierra que se hacían entonces… Es interesante porque los Miravales y esos González de la Cruz anteceden la fecha convenida de fundación del pueblo, que es 1752.
—Son personajes históricos, ¿con quiénes otros estableces el nivel del folclor?
—Como un signo de folclor, en mis cuentos, están los brujos, como Guilimbo o Don Lion, cuentos con folclor costumbrista son los que tratam sobre el canario Cobita Castro, o Catín La Coja, Sopanda, el Gringo Cubero; hay cuentos sobre la vida pepiniana durante el periodo del auge cañero y la época de oro del Partido Popular Democrático, como el llamado «El Ingeniero»; cuentos sobre los policías antinacionalistas, como «Los Delirios de Belén» o «La muerte de Nano Ortiz»… Pasa mucha gente pintoresca por mis cuentos, desde el Cura Aponte, ex-Alcaldes y legisladores de La Mogolla, Cucán o ya, más prosaico y actual, Sopanda… Este es un libro lleno de amor por Pepino y hasta el más perverso de mis personajes, pasa por el cedazo de una poetización que no falsea al personaje, sino que examina sus defectos y penurias y se dirige a comprenderlo y abrazarlo con cariño, por la magia de la poesía. Enmarcan en anállis sus almas y
circunstancias… En las cosas anecdóticas que los pueblos registran y hacen suya como memoria de su historia, hay algo que es realmente adherencia regional, sucesión de patria, vínculo sentimental que se ata oralmente con la posteridad. Hay peligro de que esos cuentos flotantes en la memoria oral se pierdan, o se diluyan como el simple nombre de una calle, barriada o escuela. Es por lo que quise que estas anécdotas del elucidario colectivo no se pierdan. Son como lecciones ejemplares encarnadas. Guardan una ética y sicología social, deseante y deseada. En su momento, estos personajes eran muy festejados por sus ocurrencias, o sus escándalos, o sus simpatías. Podían ser unos hijosdeputas, pero la gente vio una cierta lección de vida para ellos… Es maravilloso que haya gente, con más edad que la mía, que las guarda y pudieron compartirlas… Sin duda, este libro fue posible gracias a las cosas que Horacio Hernández Campán, un genealogista pepiniano, Doña Bisa Rodríguez Rabell de Negrón, Pedro T. Labayen, el poeta Héctor Soto Vera y muchos otros, me compartían… y, sin duda, deudas con el historiador, poeta y sicólogo, Dr. Joaquín Torres Feliciano…
—¿Alguno de esos individuos en particular que lo hayas tratado personalmente y que te agrade más?
—A veces agradan más cuando no los conoces, sino a través del mito que encarnaron. Ellos puede pasar desaparercibidos, en su belleza y encanto sentimental, si los conocieras en vivo y directo. Te prejuicias por exceso de objetividad o familiaridad. Llegué a ver a Cucán Oronoz, que es el tema del cuento «Reflexiones antes de la caída»; pero nunca lo traté. Si me atreví a charlar mucho acerca de él con su esposa, Emilta Arbona, porque ella visitaba a una amiga suya, donde yo era inquilino y Emilita se abrió a confidencias cuando yo le dije, «¿será cierto todo ésto que se dice?» Como era una pintora, mujer fina y artista sensible, no sabía mentir ni asumir una actitud cínica ante mí. Gané su confanza. Fue ella quien me hizo ver cuán encantadora persona podía ser ese hombre, con tan especial genética y carácter. Era una especie de duende grande… Quizás, con una admiración muy fervorosa, yo diría que de estos personajes pepinianos me impresionó la historia de Luisa Bottari Rico, la que le dio una paliza a Chilín Echeandía («Chilín el Malo», como lo llamaban las personas de su tiempo y su familia para establecer una distancia). Es el cuento «Como una amazona»; o el cuento «El último adiós», dedicado a la Dra. Marcianita Echeandía Font, a quen llegué a ver, aunque murió cuando yo era adolescente y ni pensaba en escribir este libro…
Mis cuentos aluden, o se centran en muchas otras personas que conocí muy bien y admiro: Doña Bisa… bien, no me gusta escribir sobre gente que inspira odio, que sea odiosa. Todos mis personajes, por una u otra razón, pese a sus defectos, tienen que se inspiradores. Tocar algo que, aunque sea transgresión, forje un mito. Lo mío será buscar las palabras para contarlo, sin que se pierda la esencia epocal y el significado humano y social que esa gente tuvo…
—¿Es la «Epica sobre San Sebastián del Pepino» un complento al libro?
—Sí. Es en versos y en apretada síntesis lo que «El pueblo en sombras» es con la prosa. Creo que son dos libros que, en papel, publicaría. Sea como sea, en la internet, ya lo he entregado. Un libro tradicional es ya una vanidad, o un esfuerzo adicional, para hacerlo accesible al que no lee virtualmente, o le gustaría decir que el libro es suyo, o se le ha personalizado, en un volumen para tenerlo en su biblioteca.
—Eso vendrá. Con tu kairós.
—Sí, claro. Mi pluma no morirá entretanto.
—¿Y tu novela chicana?
—La puse a un lado. Demasiado complejo el tema y me frustré…
—¿Se te acabó la luna de miel con Aztlan y el movmiento?
—No sé. Sabes que, sin simplificar lo que quiero decir, yo soy de izquierda. Para mí, si es que voy a asociarme en favor de una causa, esa causa tiene que ser el pobre, el oprimido, el inmigrante… Y yo no sirvo para palmear las espaldas de mexicoamericanos que son más racistas, corruptos y ladrones, que los republicanos rednecks, que no son honestos con la historia de la nación y que, con Reagan y, poco antes, con Barry Goldwater, se han ido intensificando como conservadores y xenófobos, al punto que pervierten a los chicanos con las mismas tónicas… ¡Si supieras cuántos chicanos son, hoy por hoy, miembros de Tea Party Movement! Hablan el mismo lenguaje de Newt Gingrich…
—Yo te dije, lo hablamos… de Reagan para acá, los chicanos ya no tienen otra causa que las corporaciones promoviéndoles sus pequeñas agendas que benefician a sus segundas y terceras generaciones; luchan por cargos públicos, empleos, ser jefecillos de distritos escolares y prebendas. Ya no son un movimiento social ni étnico. Van por el encumbramiento en nombre de La Raza y un SI SE PUEDE…
—¿Un Sí Se Puede, qué? Dáme héroes, carne de cañón, para las guerras ‘democráticas’ de la Patria, dáme tu niñez para que ya no digan Mamá ni Papá, sino Mom & Dad; dáme nuevos ciudadanos para mi distrito y el programa tal o cual… ¡Viva el Sueño Americano, muerto de hambre! El papel que les gusta es el de chulear a los pobres como si fueran una palomilla de rameras, que deben talonear para ellos… Con fondos federales, so pretexto de minorías irrepresentadas, dan el gataso de que harán cosas que no harán, porque si las hacen no avanzarán como líderes en un sistema competitivo y racista. Si no son obedientes no se les vuelve a soltar dádivas del presupuesto federal. La prioridad es darse plataformas conservadoras para lanzarse como funcionarios electos o designables y, desde el poder que hagan causa común, en contra del sector que les elige, o ayudó cuando se ocultaron bajo el pretexto de La Causa y, finalmente, con asociación oportuna, teóricamente leales, a la postre no empoderaron a sus comunidades, se acomodaron ellos… ya, hoy por hoy, apenas sacan la cara por el inmigrante, temporario o indocuentado. Hablan el mismo lenguaje de menosprecio, corrupción, divisionismo y desinformación que los anglosajones de clase media alta y alta. Ahora dizque creyeron que son republicanos compasivos… Tienen la mismas agendas militaristas y de asimilación que el Establecimiento propone para quien llega… entonces, ¿qué haré yo ahí, oyéndoles los pedos, gastando saliva o escribiendo en favor de unos corruptos, chulos de la pobreza, busca subsidios, migajeros? … Mi partido no es ni demócrata ni republicano, aunque entre esos dos males haya que eligir el menor… pero se pueden autogestionar alternativas y consensos en la base…
No digo que todos sean así; pero, mejor ni les busco el lado Terminaré cagado.
—E imagino que los judíos ortodoxos te cierran la puerta…
—Entrada por salida. Los círculos cerrados no me gustan. En esta época de la políticas de seguridad interna y de sionismo desenfrenado, yo no puedo comulgar con ellos y ellos saben que soy de izquierda y anarco; pero conozco a judíos muy puros, con los que puedo hablar sobre Kabbalah, círculos de estudio de la Torah. Mi círculo es muy selecto y en él se me respeta como si fuera un rabino. Yo les digo a esos poquitos de mi diálogo que identifiquen bien sus causas. Los que son poetas me entienden y ante los celotes no me doy ocasión de que me pisen los talones en Irvine.
—Gracias, Carlos.
—Sale, vale.
El es el columnista de «El Librepensador», bitácora con sede en España, en la que descubrí una serie de artículos con el subtítulo «Gente de mi pueblo»; autor del libro de cuentos «El corazón del monstruo», donde descubro a personajes por ambos conocidos. Carlos López Dzur escribe sobre gente con que se topa en su vida. Sobre mí, aún no ha escrito. Prologué uno de sus libros, «La casa» y comenté una edición de «El hombre extendido», que le fue premiada en el Certamen Literario Chicano de la Universidad de California, Irvine. De California no se va y ganas no le han faltado. Lo supe en Montana y regresó al cabo de dos o tres años. Se fue a enseñar literatura y filosofía.
He gozado de su amistad por años, mas ahora me sorprende que me diga que no tiene publicaciones en papel. Y lo veo involucrado en homenajear el aniversario del Centenario de la Revolución Mexicana, con el poema titulado 'A la primera Revolución Social'. No siendo mexicano, es uno de los nuestros. Con una mexicana formó su familia. Tiene una hija recién casada y se encuentra solo, divorciado. Recordamos andanzas.
Para indagar qué sucede en su vida o sus novedades, nos reunimos. Extraño sus publicaciones y pido que me hable sobre su situación como escritor.
—Es sencillo. Soy un escritor subterráneo y virtual, tú lo sabes. El que me quiera descubrir tiene que aprender a sacarme de bajo la tierra, o entre brumas de extraños cielos virtuales y geografías. No publico en papel, a excepción de que publiqué un par de libros, esencialmente cuentos o investigación histórica… Algo que ya conoces… Mi obra es demasiado vasta. Son 20 o 30 libros y no podría autopublicarme. Lo económico es ir atiborrado mis bitácoras. Allí y acá está todo… y seguir publicándome desde ahí. Colaboro extensamente en revistas virtuales de España e Hispanoamérica».
—¿Cómo es eso? Que pese a tu calidad un país no proponga en el mercado de lectores tus publicaciones…
—Aquí interviene un segundo factor. Yo soy un escritor en el exilio. En un país que no publica en español, donde ser «latino» es algo meramente étnico. Una etiqueta llena de paradojas. En una nación, con una población hispanohablante «in denial», no interesa la dimensión espiritual de tu idioma, o temáticas… Si yo me tradujera al inglés, otro asunto sería. Surgirían oportunidades para hacer dobles libros, el español y su versión inglesa. Se me vería como uno de los escritores más productivos, no sólo como poeta, sino en la narrativa y el ensayo… Digo que si fuese mexicano, ya estaría publcado porque hay mejor ambiente para publicar en español… Un tercer factor es mi actitud creativa. No tengo tiempo para el mercado, o esas cuestiones técnicas de editar o promocionar… Mi tiempo de asueto es para estudiar, crear y para ganarme la vida, sacar adelante mi familia, sobre todo, y librarme de las angustias de las deudas, sabes… yo no tengo tiempo para participar en concursos y estar escribiendo cartas a editores, o servirme de agentes. Mi satisfacción ha sido crear, con tiempo, hasta la calidad que quiero, sin premuras y, en algún momento oportuno, que llamaré mi kairós, lo mejor de mi obra saldrá a flote y puede que sea cuando ya haya muerto, no por lucro…
—¿Cómo se recibe tu obra en tu país natal, Puerto Rico?
—Mi familia conoce mi obra. Tarde o temprano, tendrán que sacar la cara por ella… ‘I hope!’ Saben que soy muy creativo y de los acumulos de libros inéditos, que es casi todo… Uno de mis pocos libros, impreso en papel, signó un hito de investigación y renacimiento por la historia municipal en mi pueblo. Es mi libro sobre «Comevacas y Tiznaos: Las partidas sediciosas en el Pepino de 1898». Eso es un legado simbólico e indicio de la atadura sentimental mía, pese a mi condición en la Diáspora boricua, un signo en el marco de toda mi obra, con respecto a Puerto Rico… pero, insisto, soy un escritor subterráneo, ignoto, con trincheras no obvias para el Establecimiento, porque en una colonia todo el mundo tira por sí, por dar una ubicación y reconocimiento a su visibilidad personal, y yo me fui. «Y quien se va para Aguadilla, pierde su silla». Es decir, ya no existe… En el clandestinaje intelectual del exilio, estoy más cómodo y creativo. Soy más auténtico. Los «setentistas», que es mi generación nata, se interesaron en mi obra cuando estuve allá. Mi primer libro de cuentos, en papel, «Sarnas de la ira parda», fue publicado por Joserramón Meléndes, que es el alma inspiradora y nuclear de esa generación renovadora, donde además de talento, había generosidad, libertad y no un espíritu sectario de egos… pero uno se va y se acaba todo…
—¿Sientes todavía una identificación generacional con las antillas, o los nuevos temas y lecturas, o se han roto esos lazos definitivamente?
—Tengo una lealtad a Puerto Rico que se ha enriquecido de muchas formas. No necesariamente es que haya dejado de leer a autores de mi generación. A algunos sí, les perdí la pista. Por eso es que hablo en términos de exilio. Si no te dejas ver, nadie te busca. Si no estás allá, importas poco. Yo sólo puedo hablar de mis esfuerzos por leer a quienes puedo. Imagino que yo no soy leído, porque, como te digo, mi hogar intelectual es subterráneo, no que sea inaccesible; pero cada quien buscará a quien le plazca…
—¿Crees que aportas algo nuevo a tu generación?
—Tendría que referirme primero, a fin de contestar bien, con respecto a quienes… Mi generación es muy talentosa. Y nunca hay, en términos absolutos, nada nuevo bajo el sol. Dentro del coloquialismo y la esfera de lo local, mi trabajo es interesante porque se asoman dimensiones tan universales que las fronteras entre lo local y lo universal desaparecen; del mismo modo, te diría que trato temas esotéricos y místicos y con ellos hago perdurar la dimensión de lo existencial, los forcejeos cotidianos de vida, esa tensión entre lo inmanente y lo contingente, lo espiritual y lo prosaico… por ahí, habría algo nuevo por mis aproximaciones a los temas… Sin embargo, recordando el libro «En Borges» de Ché Meléndes, a quien te mencioné hace rato, o su libro «Para Delfin», ¿quién soy para decir que lo mío es algo nuevo? Lo que si diría es que mi obra es original, aunque coincida con otros hallazgos o afinidades posteriores, obras paralelas que revelan el sentido de pertenencia generacional. Descubro coincidencias y eso me agrada… No quiero ser un escritor raro. Vivimos en tiemps de escribir claro lo que se piensa, claro y con belleza…
—Entre tus libros, ¿cuál es uno que te gusta, o crees importante?
—Hay algo especial en «El Libro de Anarquistas». Este surgió en la década de 1980, ya escrito acá… cuando me involucré en el estudio de la influencia anarquista en las antillas, Cuba y Puerto Rico, hecho que es importante entender para juzgar los años de la violencia campesina en Puerto Rico y la mentalidad de los republicanos y socialistas, o anexionistas pobres, que Puerto Rico tuvo en los primeros años del siglo XX y que fundaban círculos obreros, centros recreativos y cuadros de teatro…. Se enfatizaba la educación y la cultura. Así que veo la influencia de Ferrer La Guardia y Anselmo Lorenzo… Este libro me gusta porque me ayudó a comprender la dimensión espiritual y cultural de personajes locales (digamos, Domingo Liciaga, Adolfo Medina González, el Dr. Manuel Epifanio Liciaga Juarbe y otra gente pepiniana y puertorriqueña, que incluyen a las primeras feministas, como Luisa Capetillo, etc.); mas el libro, al mismo tiempo, es una épica de solidaridad universal, que me permite que rompa fronteras y hable sobre Anselmo Lorenzo, Gustave de Molinari, Max Stirner, las víctimas del Proceso de Montjuich de 1892, los hermanos Flores Magón y a la luz de las ideas de muchos luchadores sociales, como los dichos, analizar fenómenos más contemporáneos o actuales, como son la tecnocracia política, el militarismo, la posmodernidad, la filosofía del dinero, la anulación de la confidencialidad, las dictaduras y la autoridad opresiva entre los años ’30 al ’70… Poner, en poesía, toda la sociología e historia que se implica en el tema, es una aportación; no porque yo lo diga, aludo a gente muy inteligente y crítica que han leído de la internet mi libro («El Libro de anarquistas») y me escribe. Conste, hay quienes me escriben cagados de miedo, amparados en un ‘nickname’…
—Un libro tuyo que me parece valiente, denunciador, es «El Libro de la Guerra». Este coincide en muchos planteamientos con «El Libro de Anarquistas»… parece que llevas un debate interior entre tu espíritu épico y el pacifista…
—Pero no hay ninguna contradicción. Creo que uno de las aportaciones del pensamiento anarquista (de ahí la importancia de estudiarlos bien) es que, contrario a lo que se piensa, en principio, los anarquistas son pacifistas y si ha habido mucha violencia alrededor de ellos es por causa de la represión, no porque prediquen la confrontación armada. La Comuna de París, que es el evento inspirador del internacionalismo, el federalismo y el anarquismo español, fue reprimida, así como su modelo de iniciativa pacífica en España y hombres liberales como P. M. Sagasta se prestaron para eso. La esencia pacifista del pensamiento libertario es más benévola y tolerante que la del liberalismo que sí acudió a la violencia para hacer avanzar sus ideas ante las dictaduras o todas las fuerzas reaccionarias enemigas del progreso, el trabajo digno y libre, y la paz entre naciones. Me impresiona del anarquismo su liderazgo que han sido, sobre todo, educadores de pueblos. Los liberales tienden a ser educadores de élites y es la diferencia. Al pueblo estos últimos seguirán arriándolo como ganado y haciéndole sentir que no tienen la capacidad de organizarse y de autogestionar lo que verdaderamente desean sin ellos…
—¿Por qué te interesa tanto el tema de la sexualidad? Lo expones en cuentos y en poesía…
—… porque la sexualidad no es sólo un tema de la esfera privada. Es un tema político. De hecho toda noción de conflicto entre los seres humanos y sus grupos gira alrededor de la sexualidad. Históricamente, en torno a la sexualidad, se forman las primeras formas de privación y opresión. La sexualidad establece un premio o privilegio que se da o se quita por quienes tienen el poder. La primera forma de opresión fue quitar a los hombres el disfrute del erotismo, la destrucción de la Madre Tierra, como símbolo de la hembra y la relación heterosexual, sin la cual no puede haber convivencia libre, armoniosa, entre hombres y mujeres. Cuando no hay este entendimiento bidimensional, entre varón y hembra, se forja una tribu. Las tribus viven fabricando tabües… El patriarcalismo es una tribu de los hombres para oprimir a la mujer y el matriarcalismo es una tribu de mujeres, con poco interés por compartir con los hombres y hacerlo sin chantaje… Esto es un tema muy complejo. Yo, en principio, soy feminista; pero, no aspiro a una hegemonía de las mujeres ni en el sentido político ni en el sentido sicológico; pero el varón tiene que aprender a compartir con ella con fórmula tal que ni exista el patriarcalismo ni el matriarcalismo. De ahí la importancia del tema. ¿Cómo conciliar dos facciones de la identidad, el género y la diversidad?… La sociedad del futuro depende de las soluciones que demos a los desbalances de poder que hoy existen y a las angustias que la sexualidad reprimida o descontrolada provocan, que son tan profundas como la esencia misma de la criatura humana. Esto es, la sexualidad, la líbido como energía, es la puerta emocional más poderosa para construir ideologías de comunión fraterna. Es el secreto de secretos detrás de las manipulaciones de poder…
—Hay tanta poesía, mala y buena, bitácoras de autores, con todo tipo de formación y calidad en las redes, que preguntaría: ¿temes que se pierda tu nombre y tus libros entre millares de lugares y ofertas de lectura? ¿No es el libro en papel el mejor indicio de la disponibilidad formal de un escritor que deba tomarse en cuenta por su trayectoria y oficio?
—Cuando hay algo realmente bueno en la internet se pasa la voz. Uno va y los lee. Esto es el futuro y la opción. Cuando te identificas con una generación vigente o una promoción de autores serios y profesionales y ésta está en el espacio virtual, uno se entera, comulga y les avisa. «Hey, yo existo». Si se interesan bien, si no… también. Uno no tiene que suplicar ser leído, o tomado en cuenta, o aténganse a las represalias. Lo bello del quehacer entre artistas es lo espontáneo y desinteresado de la interrelación. La gente que más me comenta y me lee con simpatía no es puertorriqueña. Son chilenos, argentinos, mexicanos, españoles…
—Aunque no soy puertorriqueño, me he metido en el «Macondo» de tu Pepino (San Sebastián de Puerto Rico), donde hay alrededor de medio-centenar de cuentos, con personajes y situaciones, que fascinan. No hay que ser de allá para disfrutarlo. Háblame un poco sobre ese libro El pueblo en sombras, ¿cómo surgió? ¿Por qué seleccionaste esos personajes? que tengo entendido que son reales, como las anécdotas en torno a ellos, y que inclusive por reales, utilizas sus nombres y apellidos tal cual son… algunos deben estar vivos…
—Sí. Es gente real, vivos algunos, ya fallecidos otros. Gente a las que se les conoció y todavía se recuerdan con cariño. Son parte del folclor y la historia social y política de ese Macondo, como dices. El libro lo comencé, investigué y escribí, durante el transcurso de mis investigaciones de historia oral y documental municipal. Los personajes del siglo pasado (los del siglo XIX, en particular), se transformaron en materal para mis cuentos, siendo gente que tuvo vigencia política como funcionarios antes de 1898; otros son personas que, durante los primeros 30 años del siglo XX, fueron muy conocidos. Gente de todas las clases sociales y, en cierto modo, los cuentos son símbolos de algo importante, no sólo en la historia, de Pepino como «el pueblo en sombras», de ventorrilleros, vivales, veteranos de Corea y caciques, sino de todo Puerto Rico. Por ejemplo, yo hago la mención del pepiniano Sinforoso Vélez Arocho, que fue el primer veterano seleccionado en un sorteo para irse a la Primera Guerra Mundial; pero eso a la vez me permite tocar datos, no investigados, o poco conocidos de otros jíbaros del campo que, poco antes, en 1898, los gringos se llevaron a Cuba, no necesariamente como soldados, pero para trabajar y que allá atestiguaron las matanzas contra los partidarios de Evaristo Estenoz y el candidato presidencial Bartolomé Massó, cuando se produjo una intervención miltar norteamericana y una guerra civil racista, al formarse un partido de la gente de la raza negra… Contar la historia del brujo Don Lion, quien también fue veterano de la Primera Guerra Mundial, sirve para seguir rastreando quiénes fueron los veteranos de la Guerra del ’14, y ya no es sólo Sinforoso Vélez, ya que hay sumar a Juanito Ponce, del sector La Chula y a un héroe, enterrado en Francia…
En uno de las cuentos, «El Pacto de los Fundadores», al hacer la historia del Teniente de Alcaldía Miguel López, llevo a los lectores a un problema que fue muy típico de los tiempos de la colonia española, como fue el raparto de terrenos baldíos a funcionarios ausentistas. Así, por ejemplo, en el año 1829, a fin de ceder 45 caballerías y tierras al Duque de Mahon Crillon, hay una medición de tierras en Pepino y todo por complacer a la Reina. El cuento sirve para que, a através de la voz narrativa de Miguel López de Victoria, se exponga cómo sentían los pepinianos de esa época y para que escarbemos en el mito de la fundación del Pueblo, el papel de la familia de los González de Miraval, primeros hateros y pobladores del barrio rural que hoy se llama Mirabales y sus vínculos con las Santas Hermandades y pactos de tierra que se hacían entonces… Es interesante porque los Miravales y esos González de la Cruz anteceden la fecha convenida de fundación del pueblo, que es 1752.
—Son personajes históricos, ¿con quiénes otros estableces el nivel del folclor?
—Como un signo de folclor, en mis cuentos, están los brujos, como Guilimbo o Don Lion, cuentos con folclor costumbrista son los que tratam sobre el canario Cobita Castro, o Catín La Coja, Sopanda, el Gringo Cubero; hay cuentos sobre la vida pepiniana durante el periodo del auge cañero y la época de oro del Partido Popular Democrático, como el llamado «El Ingeniero»; cuentos sobre los policías antinacionalistas, como «Los Delirios de Belén» o «La muerte de Nano Ortiz»… Pasa mucha gente pintoresca por mis cuentos, desde el Cura Aponte, ex-Alcaldes y legisladores de La Mogolla, Cucán o ya, más prosaico y actual, Sopanda… Este es un libro lleno de amor por Pepino y hasta el más perverso de mis personajes, pasa por el cedazo de una poetización que no falsea al personaje, sino que examina sus defectos y penurias y se dirige a comprenderlo y abrazarlo con cariño, por la magia de la poesía. Enmarcan en anállis sus almas y
circunstancias… En las cosas anecdóticas que los pueblos registran y hacen suya como memoria de su historia, hay algo que es realmente adherencia regional, sucesión de patria, vínculo sentimental que se ata oralmente con la posteridad. Hay peligro de que esos cuentos flotantes en la memoria oral se pierdan, o se diluyan como el simple nombre de una calle, barriada o escuela. Es por lo que quise que estas anécdotas del elucidario colectivo no se pierdan. Son como lecciones ejemplares encarnadas. Guardan una ética y sicología social, deseante y deseada. En su momento, estos personajes eran muy festejados por sus ocurrencias, o sus escándalos, o sus simpatías. Podían ser unos hijosdeputas, pero la gente vio una cierta lección de vida para ellos… Es maravilloso que haya gente, con más edad que la mía, que las guarda y pudieron compartirlas… Sin duda, este libro fue posible gracias a las cosas que Horacio Hernández Campán, un genealogista pepiniano, Doña Bisa Rodríguez Rabell de Negrón, Pedro T. Labayen, el poeta Héctor Soto Vera y muchos otros, me compartían… y, sin duda, deudas con el historiador, poeta y sicólogo, Dr. Joaquín Torres Feliciano…
—¿Alguno de esos individuos en particular que lo hayas tratado personalmente y que te agrade más?
—A veces agradan más cuando no los conoces, sino a través del mito que encarnaron. Ellos puede pasar desaparercibidos, en su belleza y encanto sentimental, si los conocieras en vivo y directo. Te prejuicias por exceso de objetividad o familiaridad. Llegué a ver a Cucán Oronoz, que es el tema del cuento «Reflexiones antes de la caída»; pero nunca lo traté. Si me atreví a charlar mucho acerca de él con su esposa, Emilta Arbona, porque ella visitaba a una amiga suya, donde yo era inquilino y Emilita se abrió a confidencias cuando yo le dije, «¿será cierto todo ésto que se dice?» Como era una pintora, mujer fina y artista sensible, no sabía mentir ni asumir una actitud cínica ante mí. Gané su confanza. Fue ella quien me hizo ver cuán encantadora persona podía ser ese hombre, con tan especial genética y carácter. Era una especie de duende grande… Quizás, con una admiración muy fervorosa, yo diría que de estos personajes pepinianos me impresionó la historia de Luisa Bottari Rico, la que le dio una paliza a Chilín Echeandía («Chilín el Malo», como lo llamaban las personas de su tiempo y su familia para establecer una distancia). Es el cuento «Como una amazona»; o el cuento «El último adiós», dedicado a la Dra. Marcianita Echeandía Font, a quen llegué a ver, aunque murió cuando yo era adolescente y ni pensaba en escribir este libro…
Mis cuentos aluden, o se centran en muchas otras personas que conocí muy bien y admiro: Doña Bisa… bien, no me gusta escribir sobre gente que inspira odio, que sea odiosa. Todos mis personajes, por una u otra razón, pese a sus defectos, tienen que se inspiradores. Tocar algo que, aunque sea transgresión, forje un mito. Lo mío será buscar las palabras para contarlo, sin que se pierda la esencia epocal y el significado humano y social que esa gente tuvo…
—¿Es la «Epica sobre San Sebastián del Pepino» un complento al libro?
—Sí. Es en versos y en apretada síntesis lo que «El pueblo en sombras» es con la prosa. Creo que son dos libros que, en papel, publicaría. Sea como sea, en la internet, ya lo he entregado. Un libro tradicional es ya una vanidad, o un esfuerzo adicional, para hacerlo accesible al que no lee virtualmente, o le gustaría decir que el libro es suyo, o se le ha personalizado, en un volumen para tenerlo en su biblioteca.
—Eso vendrá. Con tu kairós.
—Sí, claro. Mi pluma no morirá entretanto.
—¿Y tu novela chicana?
—La puse a un lado. Demasiado complejo el tema y me frustré…
—¿Se te acabó la luna de miel con Aztlan y el movmiento?
—No sé. Sabes que, sin simplificar lo que quiero decir, yo soy de izquierda. Para mí, si es que voy a asociarme en favor de una causa, esa causa tiene que ser el pobre, el oprimido, el inmigrante… Y yo no sirvo para palmear las espaldas de mexicoamericanos que son más racistas, corruptos y ladrones, que los republicanos rednecks, que no son honestos con la historia de la nación y que, con Reagan y, poco antes, con Barry Goldwater, se han ido intensificando como conservadores y xenófobos, al punto que pervierten a los chicanos con las mismas tónicas… ¡Si supieras cuántos chicanos son, hoy por hoy, miembros de Tea Party Movement! Hablan el mismo lenguaje de Newt Gingrich…
—Yo te dije, lo hablamos… de Reagan para acá, los chicanos ya no tienen otra causa que las corporaciones promoviéndoles sus pequeñas agendas que benefician a sus segundas y terceras generaciones; luchan por cargos públicos, empleos, ser jefecillos de distritos escolares y prebendas. Ya no son un movimiento social ni étnico. Van por el encumbramiento en nombre de La Raza y un SI SE PUEDE…
—¿Un Sí Se Puede, qué? Dáme héroes, carne de cañón, para las guerras ‘democráticas’ de la Patria, dáme tu niñez para que ya no digan Mamá ni Papá, sino Mom & Dad; dáme nuevos ciudadanos para mi distrito y el programa tal o cual… ¡Viva el Sueño Americano, muerto de hambre! El papel que les gusta es el de chulear a los pobres como si fueran una palomilla de rameras, que deben talonear para ellos… Con fondos federales, so pretexto de minorías irrepresentadas, dan el gataso de que harán cosas que no harán, porque si las hacen no avanzarán como líderes en un sistema competitivo y racista. Si no son obedientes no se les vuelve a soltar dádivas del presupuesto federal. La prioridad es darse plataformas conservadoras para lanzarse como funcionarios electos o designables y, desde el poder que hagan causa común, en contra del sector que les elige, o ayudó cuando se ocultaron bajo el pretexto de La Causa y, finalmente, con asociación oportuna, teóricamente leales, a la postre no empoderaron a sus comunidades, se acomodaron ellos… ya, hoy por hoy, apenas sacan la cara por el inmigrante, temporario o indocuentado. Hablan el mismo lenguaje de menosprecio, corrupción, divisionismo y desinformación que los anglosajones de clase media alta y alta. Ahora dizque creyeron que son republicanos compasivos… Tienen la mismas agendas militaristas y de asimilación que el Establecimiento propone para quien llega… entonces, ¿qué haré yo ahí, oyéndoles los pedos, gastando saliva o escribiendo en favor de unos corruptos, chulos de la pobreza, busca subsidios, migajeros? … Mi partido no es ni demócrata ni republicano, aunque entre esos dos males haya que eligir el menor… pero se pueden autogestionar alternativas y consensos en la base…
No digo que todos sean así; pero, mejor ni les busco el lado Terminaré cagado.
—E imagino que los judíos ortodoxos te cierran la puerta…
—Entrada por salida. Los círculos cerrados no me gustan. En esta época de la políticas de seguridad interna y de sionismo desenfrenado, yo no puedo comulgar con ellos y ellos saben que soy de izquierda y anarco; pero conozco a judíos muy puros, con los que puedo hablar sobre Kabbalah, círculos de estudio de la Torah. Mi círculo es muy selecto y en él se me respeta como si fuera un rabino. Yo les digo a esos poquitos de mi diálogo que identifiquen bien sus causas. Los que son poetas me entienden y ante los celotes no me doy ocasión de que me pisen los talones en Irvine.
—Gracias, Carlos.
—Sale, vale.
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