Prefacio
«Quizás en el estado final no existan ya ‘seres humanos’ en nuestro sentido histórico de ser humano. El autómata está satisfecho (deportes, erotismo, arte, etc.) y el enfermo es encerrado. El tirano se convierte en un administrador, un engranaje en la máquina formada por autómatas y para autómatas»: Alexandre Kojève, 1950.
Usted, Hegel, póngase a la altura de su dialéctica.
No se ofusque hoy que testifica las tropas que avanzan sobre Jena.
Con todo lo temible que sea Napoleón, con todo lo artero
y criminal que sean sus ejércitos, no es el fin de la historia.
No es Dios o su Maha Avatara quien llega.
Es un enano con botas y una idea peligrosa, ya conocida,
la monarquía restaurada. La autocracia parásita
de siempre, el esplendor del lucro, la propiedad
otra vez endiosada en el imperio.
También en Jena, Federico Schiller, brillante y romántico
como ninguno en Europa, anticipó las más vulgares tragedias
porque los revolucionarios abrieron las cárceles
y en las calles, fuera de La Bastilla, se vaciaron
los pobres injustamente purga penas de Francoa,
y el homicida empedernido, rufián de venganza,
mas otros resentidos con instintos criminales
y son como bestias que muerden la Historia
y juntos, ya en las calles. el pobre y el asesino,
se devoran y pueden acabar la historia heroica
porque quieren lo mismo: no justicia,
libre saciedad de su noción de lucro.
Venganza. Terror como en las Tullerías
o la Guillotina que no descansara.
Así pensó Friedrich Schiller, brillante y romántico
como ninguno en Europa, y la huída de presos de La Bastilla
es como la huída de los instintos de la historia represora
o como dar un Garrote para el suplicio a Stalin
cuando venga la hora de deslindes
y separar el grano de la paja.
En la matanza, sea revolucionaria o contrarrevolucionaria,
la Historia sufre y parece estar condenada a la muerte.
Hay que escoger y a veces, Stalin es el verdugo,
ya no Napoleón, ya no Robespierre
(hoy puede ser Hitler, mañana, Nixon, Bush o Cheney).
Por ser contemporáneos, lectores / intérpretes/
asustadizos de Alexandre Koyré y Kojève
heredamos esta misma manía
de castrar la Historia antes de verle los güevos,
detenerle la marcha antes de la apertura
del consiguiente movimiento dialéctico.
¡Qué mal agoreros son, de Schiller a Hegel
y de sus deudos al hoy Alejandro Kojève!
Todos asustados por cada triunfo
del burgués y el individualismo propietario
o de quien ya no quiere un dios humano y justiciero,
misericordioso con sus semejantes,
sino el anhelo de cómoda nalga en la butaca,
enorme pantalla y ver los muñequitos
y la idiotez lacrimosa,
cómo se envía la divina metafísica
a la mierda
y se pide sexo, automóvil,
licor fino, vicio, abundancia,
paz sin trabajo, todos cagados de risa,
el mundo color de rosa, o hecho rosa por esclavos
o robots que respondan fielmenet al propietario
y no tengan quejas económicass, salariales,
materiales, políticas... el mundo es perfecto
sin historia, sin pobres,
sin revolucionarios. Van ya muchos que los dicen:
Schiller, Hegel. Koyré, Kojève...
El aristócrata está llore que llore.
El apellido se le encogió con la pobreza
Ya parece hasta un ruso pobrecito
(él, Aleksandr Vladimirovich Kozhevnikov,
es Kojève, el ya que nada que luchar y ya nada pierde,
el profeta del fin de la historia, y hoy
4 de junio de 1968, ha mueto y no sabe
que la historia quedó viva
y da muestras de furia en la Primavera de Praga
y es violenta en el Mayo Francés,
en la ira de estudiantes airados y de obreros
en Huelga General, pero Kojève
los odia: él quiere que muera la Historia.
*
No se ofusque hoy que testifica las tropas que avanzan sobre Jena.
Con todo lo temible que sea Napoleón, con todo lo artero
y criminal que sean sus ejércitos, no es el fin de la historia.
No es Dios o su Maha Avatara quien llega.
Es un enano con botas y una idea peligrosa, ya conocida,
la monarquía restaurada. La autocracia parásita
de siempre, el esplendor del lucro, la propiedad
otra vez endiosada en el imperio.
También en Jena, Federico Schiller, brillante y romántico
como ninguno en Europa, anticipó las más vulgares tragedias
porque los revolucionarios abrieron las cárceles
y en las calles, fuera de La Bastilla, se vaciaron
los pobres injustamente purga penas de Francoa,
y el homicida empedernido, rufián de venganza,
mas otros resentidos con instintos criminales
y son como bestias que muerden la Historia
y juntos, ya en las calles. el pobre y el asesino,
se devoran y pueden acabar la historia heroica
porque quieren lo mismo: no justicia,
libre saciedad de su noción de lucro.
Venganza. Terror como en las Tullerías
o la Guillotina que no descansara.
Así pensó Friedrich Schiller, brillante y romántico
como ninguno en Europa, y la huída de presos de La Bastilla
es como la huída de los instintos de la historia represora
o como dar un Garrote para el suplicio a Stalin
cuando venga la hora de deslindes
y separar el grano de la paja.
En la matanza, sea revolucionaria o contrarrevolucionaria,
la Historia sufre y parece estar condenada a la muerte.
Hay que escoger y a veces, Stalin es el verdugo,
ya no Napoleón, ya no Robespierre
(hoy puede ser Hitler, mañana, Nixon, Bush o Cheney).
Por ser contemporáneos, lectores / intérpretes/
asustadizos de Alexandre Koyré y Kojève
heredamos esta misma manía
de castrar la Historia antes de verle los güevos,
detenerle la marcha antes de la apertura
del consiguiente movimiento dialéctico.
¡Qué mal agoreros son, de Schiller a Hegel
y de sus deudos al hoy Alejandro Kojève!
Todos asustados por cada triunfo
del burgués y el individualismo propietario
o de quien ya no quiere un dios humano y justiciero,
misericordioso con sus semejantes,
sino el anhelo de cómoda nalga en la butaca,
enorme pantalla y ver los muñequitos
y la idiotez lacrimosa,
cómo se envía la divina metafísica
a la mierda
y se pide sexo, automóvil,
licor fino, vicio, abundancia,
paz sin trabajo, todos cagados de risa,
el mundo color de rosa, o hecho rosa por esclavos
o robots que respondan fielmenet al propietario
y no tengan quejas económicass, salariales,
materiales, políticas... el mundo es perfecto
sin historia, sin pobres,
sin revolucionarios. Van ya muchos que los dicen:
Schiller, Hegel. Koyré, Kojève...
El aristócrata está llore que llore.
El apellido se le encogió con la pobreza
Ya parece hasta un ruso pobrecito
(él, Aleksandr Vladimirovich Kozhevnikov,
es Kojève, el ya que nada que luchar y ya nada pierde,
el profeta del fin de la historia, y hoy
4 de junio de 1968, ha mueto y no sabe
que la historia quedó viva
y da muestras de furia en la Primavera de Praga
y es violenta en el Mayo Francés,
en la ira de estudiantes airados y de obreros
en Huelga General, pero Kojève
los odia: él quiere que muera la Historia.
*
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