Saturday, March 5, 2011

¡Dejen que Libia construya un país unido!


Por Pepe Escobar - Asia Times Online

Que no hablen de la democracia Libia, a diferencia de Egipto y Túnez. Libia es una potencia petrolera. Muchas lujosas oficinas de las elites de EE.UU. y Europa se deben de estar regodeando ante la perspectiva de aprovechar la pequeña oportunidad ofrecida por la revolución contra Muamar Gadafi para establecer –o expandir– una cabeza de puente.

Por lo tanto, una vez más, se introduce al mundo en la pornografía de la guerra, a la historia como farsa, a una mala reedición de conmoción y pavor. Todos –las Naciones Unidas, EEUU, la OTAN– ponen el grito en el cielo por una zona de exclusión aérea. Fuerzas especiales están en movimiento, así como barcos de guerra de EEUU.

Algunos senadores estadounidenses comparan, sin resuello, a Libia con Yugoslavia. Tony El regreso de los muertos vivientes Blair ha reaparecido lleno de celo misionero, y el primer ministro británico David Cameron presenta su reflejo exacto, escarnecido debidamente por el hijo de Gadafi, el modernizador Saif al-Islam. Hay miedo de las "armas químicas". Bienvenidos al imperialismo humanitario –un crack.

Y como un personaje salido directamente de Scary Movie, incluso el arquitecto de la guerra contra Iraq, Paul Wolfowitz, quiere una zona de exclusión aérea impuesta por la OTAN, mientras la Iniciativa de Política Extranjera –vástago del Proyecto para el Nuevo Siglo Estadounidense– publica una carta abierta al presidente Barack Obama de EEUU, pidiendo medios militares para convertir Libia en un protectorado regido por la OTAN en nombre de la comunidad internacional.

El simple hecho de que toda esta gente esté apoyando a los manifestantes libios hace que todo huela que apesta. El envío del Gran Atemorizador Charlie Sheen a aporrear a Gadafi parecería más verosímil.

Tocó al ministro de exteriores ruso, Sergei Lavrov, introducir una nota de cordura describiendo la noción de una zona de exclusión aérea sobre Libia como superflua. Esto significa en la práctica un veto ruso en el Consejo de Seguridad de la ONU. Anteriormente China ya había cambiado de tema.

En su histeria al estilo de Sheen –en la que la secretaria de Estado de EEUU Hillary Clinton ofreció histéricamente «todo tipo de ayuda»– los políticos occidentales no se tomaron la molestia de consultar a los que arriesgan sus vidas para derrocar a Gadafi. En una rueda de prensa en Bengasi, el portavoz del nuevo Consejo Nacional Transicional Libio, el abogado de derechos humanos Abdel-Hafidh Ghoga, lo dijo claramente: «Estamos contra toda intervención extranjera o intervención militar en nuestros asuntos internos… Esta revolución será completada por nuestro pueblo».

El pueblo en cuestión, a propósito, está protegiendo la industria petrolera de Libia, e incluso cargando petroleros gigantes destinados a Europa y China. El pueblo en cuestión no tiene mucho que ver con oportunistas como el ex ministro de justicia nombrado por Gadafi, Mustafa Abdel-Jalil, quien quiere un gobierno provisional que prepare elecciones dentro de tres meses. Además el pueblo en cuestión, como ha informado al-Yazira, está diciendo que no quiere intervención extranjera desde hace una semana.

El Consejo de Bengasi prefiere describirse como la «cara política de la revolución», que organiza asuntos cívicos, y no instalado como un gobierno interino. Mientras tanto, un comité militar de oficiales desertores trata de establecer un esqueleto de ejército para enviarlo a Trípoli; mediante contactos tribales parece que ya han infiltrado pequeñas células en la vecindad de Trípoli.

Queda por ver si esta dirigencia revolucionaria autoproclamada –elementos fragmentarios de la elite establecida, las tribus y el ejército– será la cara de un nuevo régimen, o si será sobrepasada por activistas más jóvenes, más radicales.

En todo caso, nada de esto ha aplacado la histérica narrativa occidental, según la cual hay sólo dos opciones para Libia: convertirse en un Estado fallido o en el próximo refugio de al-Qaida. Como confirmó hace años el comandante supremo de la OTAN Wesley Clark, Libia estaba en la lista oficial del Pentágono y los neoconservadores para ser eliminarla después de Iraq, junto con Somalia, Sudán, el Líbano, Siria y el santo grial, Irán. Pero en cuanto el astuto Gadafi se convirtió en socio oficial en la guerra contra el terror,
Libia fue instantáneamente ascendida por el gobierno de George W. Bush al estatus de país civilizado.
Este tsunami de hipocresía provoca inevitablemente la pregunta: ¿Qué sabe Occidente en todo caso del mundo árabe? Recientemente el consejo ejecutivo del FMI elogió a cierto país norteafricano por su ambicioso programa de reforma y su «fuerte rendimiento macroeconómico y el progreso en el realce del papel del sector privado». El país en cuestión era Libia. El FMI sólo había olvidado hablar con los principales protagonistas: el pueblo libio.

¿Y qué pensar de Anthony Giddens –el gurú que está tras la Tercera Vía de Blair– quien en marzo de 2007 escribió un artículo en The Guardian en el que dice que «Libia no es especialmente represiva» y que «Gadafi parece ser genuinamente popular»? Giddens apostó a que Libia será «en dos o tres décadas una Noruega del norte de África: próspera, igualitaria y progresista».

Otra vez es el petróleo, estúpido. El movimiento contra Gadafi debe mantenerse en máxima alerta. Es justo argumentar que la mayoría absoluta de los libios está utilizando toda su inventiva y está dispuesta a hacer cualquier sacrificio para construir un país unido, transparente y democrático. Y lo hará por su propia cuenta. Podrá aceptar ayuda humanitaria. En cuanto a la pornografía bélica, tiradla al cubo de la basura de la historia.

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