Tuesday, March 15, 2011

Para escribir hace falta tener cien años

Tienen en común una vida al revés: el éxito les ha llegado, en forma de best-sellers descomunales, justo al final de la vida.

Por Lina Vargas

El teléfono nunca había sonado tanto en las casas de Toyo Shibata, Aurora Venturini y Stéphane Hessel como ahora. Los tres son escritores, todos están en la lista de los mejor vendidos en sus respectivos países –Japón, Argentina y Francia– y a ninguno le apasiona particularmente levantar el auricular para dar entrevistas. Shibata ha vendido un millón y medio de copias de su poemario Kujikenaide, Venturini acaba de ganar el premio Otras Voces, Otros Ámbitos al mejor libro editado en España durante el 2009 por su novela Las primas, y Hessel es número uno en las librerías francesas con un panfleto de 32 páginas titulado ¡Indígnense! La primera cumplirá 100 años en junio, la segunda, 89, y el tercero, 94. Cualquier cálculo sobre su edad es sorprendente: cuando Kasio Ishiguro publicó Lo que queda del día en 1989, Shibata ya tenía nietos. En 1948, un año antes de El aleph, Jorge Luis Borges le entregó el premio Iniciación a Venturini por su libro El solitario. En una ocasión Hessel cenó con el general Charles De Gaulle.

¿Por qué reunirlos? ¿Acaso solo por su edad? Pues sí. En un mundo que exige que todos, escritores o no, sean Rimbauds precoces que a los 30 años ya estén listos para la jubilación, asombra que tres autores cercanos al centenario sean el centro de atención de la crítica y los lectores.

Toyo Shibata: desesperación

Toyo Shibata tenía 92 años cuando su hijo Kenichi, de 60, le aconsejó que dejara la danza clásica japonesa —que practicaba desde hacía varias décadas— y se dedicara a una labor más tranquila para que su espalda pudiera descansar. Entonces Shibata empezó a escribir poesía y a enviarla al periódico Sankei desde su casa en Tokio donde vive sola. «Cuando mi primer poema fue publicado en el periódico fui muy feliz, así que envié uno más y continué escribiendo», dice Shibata, quien completó un libro de 42 poemas titulado Kujikenaide (No desesperes). La editorial Asuka Shinsha imprimió 10.000 ejemplares que son lo que suele vender un poemario exitoso en Japón, sin embargo, a finales del año pasado, se habían vendido un millón y medio de copias y Kujikenaide ocupaba el primer lugar en los listados.

Sus poemas han recibido elogios de la crítica japonesa por su sencillez y cotidianidad. El diario Asahi publicó: «Sus palabras enaltecen y refrescan el corazón. Son palabras que solo pueden venir de una mente joven y hermosa» y agrega que su estilo es «relajado y salpicado de humor, aunque también puede hacerte llorar». En el poema Chokin (Ahorro) Shibata atesora los buenos gestos como si se tratara de una reserva para los momentos de soledad y desesperanza. Y aunque por momentos pareciera tener un tono de excesivo optimismo, su sinceridad termina por conmover. Para Shibata, la escritura funciona como un encuentro con los otros y por eso agradece. Al fin y al cabo, las cifras de la estricta vida nipona indican que un 30% de los ancianos pasa varios días sin tener una conversación con nadie.

Aurora Venturini: sarcasmo

Si Venturini supiera que en Japón los ancianos hablan poco es probable que dijera que así está mucho mejor. «Mirá lo que han logrado ustedes —le comentó a una periodista argentina durante una entrevista en su casa— la caja del teléfono no para de sonar. Hasta la semana pasada era una tumba. Amigos y enemigos llaman por igual».

Venturini nació en La Plata en 1922 y estudió Filosofía y Ciencias de la Educación. Trabajó con Eva Perón en el Instituto de la Minoridad, dedicado a la ayuda de personas de escasos recursos. Cuando su padre supo que su hija era peronista, la echó de la casa y poco después Aurora viajó a París. Allí vivió durante 25 años, estudió Psicología y conoció a Sartre, Beauvoir y Camus. Ha escrito más de treinta libros y varios ensayos y reseñas. En el 2007 su secretaria Marta le enseñó un recorte del periódico Página 12 que convocaba a un concurso de novela. Venturini se sentó frente a su máquina de escribir Olympia —se rehúsa a tener un computador— y terminó Las primas, con la que ganó el primer puesto.

-Novela única, extrema, de una originalidad desconcertante, que obliga al lector a hacerse muchas de las preguntas que los libros suelen ignorar o mantener cuidadosamente en silencio», mencionó el jurado del concurso. Al parecer, antes de descubrir el seudónimo con el que Aurora participó —Beatriz Poltrinari— creyeron que se trataba de una jovencita libertina con ganas de volcar el mundo literario. Y sí. La transgresión está presente cuando Venturini asegura que no llora por cualquier tontería o que la pasó bien con su esposo, el historiador Fermín Chávez, pero que nunca sintió nada por él. La transgresión también está en la historia de Las primas que, según dice, es la suya y la de su familia. La novela tiene cuatro protagonistas que están unidas por su deformidad —Yuna padece afasia, Betina es paralítica, Petra, enana y Katrina, retrasada— y por secretas tragedias familiares. La crítica compara a Venturini con Faulkner y las ventas de su libro alcanzan los 90.000 ejemplares.

Stéphane Hessel: indignación

Al tiempo, Stéphane Hessel ha vendido más de 850.000 copias de ¡Indígnense!, un panfleto que cuesta 3 euros, de la editorial Indigége —Destino lo publicará en español en marzo— donde exhorta a los jóvenes a hacer algo frente a los poderes financieros que controlan el mundo. «Hay que resistir otra vez. Nosotros nos jugábamos la vida. Pero los jóvenes de ahora se juegan la libertad y los valores más importantes de la humanidad», escribe.

Hessel nació en Berlín en 1917 y a los siete años viajó con sus padres a Francia. En 1940 se unió a la resistencia contra la ocupación nazi y el gobierno colaboracionista de Vichy. Trabajó como espía hasta que un compañero lo traicionó y fue entregado a la Gestapo. Lo enviaron a un campo de concentración, escapó y regresó a París, ya liberada. En 1948 participó en la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Sin duda, una vida heroica que, no obstante, ha suscitado suspicacias. Pierre Assouline, autor del blog La république des livres, define ¡Indígnense! como un fenómeno social, aunque se pregunta por qué nadie ha hecho una reseña crítica del texto. «¿A quién no le gusta Stéphane Hessel, su sonrisa encantadora, su increíble memoria, su bondad tan reconfortante». Por lo pronto, a Hessel, quien vive con su esposa en un apartamento al sur de París, eso lo tiene sin cuidado. Tal vez sea una de las cosas que se aprenden con los años.

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