Entretenimiento
¡Cómo disfrutan a los vanidosos
las gentes del rasero, éstas dormidas en vida
al punto que necesitan lo más necio y morboso
para despertarse y bostezar y volver a dormirse,
cuántos ídolos de paja se urgen
para que se les abra los ojos
y se les haga olvidar el cansancio, el tedio,
la embotez, la carencia de sacrificio auténtico
y asombro constructivo!
¡Que dosis de expectación pasiva
se da a estos auditorios por chantajistas
que venden basura y la estimulan en los mercados!
De la publicidad se vive cuando hay modorrientos
de esta catadura y crédula civilización
que atiende y paga.
Esta es sed callada de fantasmas suertudos
que en sí mismos carecen de sustancia,
siendo un virus kármico que infecta con envidia
a quien tiende la mano, a quien les mira
a los ojos... y, ¿qué pasara con aquellos pocos,
éstos que como yo velamos, éstos que exploramos
por asombro aire nuevo en la vida, exorcismos
contra la rutina que ya no aporta nada
y a todos empobrece?
¿Qué haremos con las idolatrías públicas
del descaro que nos cierra las puertas?
04-06-2002 / De «Las zonas del carácter»
<>
La espectacular industria del delito
¿Qué me dirá la oreja, qué luz dará a mis ojos,
qué esencia al entendimiento este desfile
a diario del cantante malo, cargado
de piruetas? Del policía abusón, sádico
para llamarse héroe y merecer un corrido
en el Norte... ¿Qué canción traerá
sino la misma que alguna cacatúa, o mono chillante?
¿Qué me aporta este programa de asesinos,
frivolización de violencia y odio acumulado?
si yo lo comprendo, me harta ya,
me envenena, y se produce lo mismo,
¿qué necesidad de 'mujeres asesinas'
y de monstruos que violan o se gozan
en el feminicidio?
Esta óptica vulgar de productores
que no quieren revelar sociología ni entenderse
con las profundas causas, como seres pensantes.
¿Acaso ya no fastidian? igual que las noticias,
crónica incesante de canibalismos punibles
para programa la psiquis con la sospecha:
¡qué perverso, irremediablemente,
es el hombre! ¡qué necesaria es la mano dura
o el mundo se acabe, o venga el Destructor
con su fuego de ira, el Exterminador,
y sólo deje los buenos!
Y el Estado es hipócrita.
De alguna forma, a su modo, perpetúa
este tráfico de veneno en el alma.
Cada quien participa con su dosis de cohecho
y fatula y espectacular majadería.
Abogados lucrantes, procuradores
de justicia, fiscales que dan riendas al odio,
héroes que son perros de presa
pero les llaman policías, fuerzas de seguridad,
pacificadores benevolentes, tantos son
los que instruyen venganzas, escarmientos
o evidencias inculpadoras contra el pobre,
el resentido, el carente de esperanza
que se pierde en caminos de sus propias miserias
y revienta así, como es esperable, atacando
el sistema establecido, llevándose en su huída
al inocente, robándose en su propia dignidad
como persona ... entonces, se dice hay que asignar
pena de muerte, hay que erradicar las lacras
y ésto porque así se contribuye a este historiarse
de mediocres delicuentes y oportunistas
que son, en el fondo, entes perdidos...
pero así hay trabajo para el que castiga,
el burócrata, el sicologista, el obrero que edifica
la cárcel, con mucho cemento y varilla...
Hay tantas fascinaciones con el éxito,
más que valor de adrenalina para enviar
la consciencia al tubo, hay una industria para dar
placer con el miedo, una industria que lucra
con el castigo, una industria que fabrica
o perpetúa el delito, corporaciones del crimen
y para el crimen constante.
Son negocios rentable. Ojalá que no se acabe
jamás, porque el juez quiere vivir con gran sueldo
y el policía ganar más que el productor
y el productor de TV y cine mayores ratings
y, claro, billetaje...
04-06-2010 / De «La Revolución profunda»
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