Por Nicolas Bancel, Pascal Blanchard, Sandrine Lemaire
El debate sobre las torturas en Argelia que tuvo lugar recientemente en Francia, dejó entrever por un instante la posibilidad de una discusión más amplia sobre el tema de la colonización, de un cuestionamiento de las consecuencias estructurales -y por lo tanto actuales- de la negativa, sin duda inconsciente, a la introspección histórica colonial1.
Sin embargo, el debate ya se esfuma. La voluntad de los promotores de los diferentes llamados contra la tortura o a favor del reconocimiento oficial de la misma por parte de Francia, es loable en todo sentido. Esa voluntad nace de una toma de conciencia de lo inaceptable y trata de movilizar a la sociedad francesa. El impacto de esas acciones no es despreciable: han hablado actores situados en lo más alto de la jerarquía militar; otros testigos manifestaron su sufrimiento por no poder transmitir lo inaudible; otros aún mantuvieron las posiciones que ya tenían en los años 1950 (la tortura estaba justificada por las necesidades de la guerra, la determinación y los métodos del adversario, etc.). Pero el horror encontró expresión, fue proferida la confesión. Se insinúa un alivio, el de haber explorado en conciencia una página sombría de la historia.
Este apaciguamiento es terrible, pues parece liquidar una vez más lo que hubiera podido ser un debate más amplio. La tortura en Argelia está inscripta en el acto colonial, es la ilustración "normal" de un sistema anormal. ¿Por qué, entonces, la historia y la memoria coloniales siguen siendo un punto ciego de nuestro inconsciente colectivo?
El debate sobre las torturas en Argelia vuelve de manera cíclica: en 1956-1957, cuando los estremecedores testimonios de conscriptos de la época describían la tortura y otros castigos; en 1980, con motivo de la aparición de un libro con testimonios de un verdugo; en 1995, al conmemorarse los 50 años del 8 de mayo de 1945 (ver recuadro), ocasión en que volvió a hablarse de toda la política en Argelia… ¿Por qué ese debate, que ya tuvo lugar y que ya demostró que los franceses torturaron en Argelia, aparece como algo nuevo?
Es que hasta que no se plantee como principio que la tortura no es una desviación, un gaje de la guerra (designada como tal desde hace apenas dos años) sino la culminación de una forma genealógicamente determinada, la forma de dominación impuesta por Francia a Argelia2, cada generación volverá a interrogarse con el mismo estupor. Y cada vez chocará con el mismo obstáculo: admitir que la tortura procede del hecho colonial es abrir el abismo de nuestro inconsciente y hacer estallar el mito republicano que lo sostuvo.
Sin margen para el humanismo: Y sin embargo, la historia de Argelia es una larga letanía de hechos -todos tan 'chocantes' como la tortura durante la guerra- que muestra que nos encontramos ante un sistema. Ciertas configuraciones históricas son -aún hoy- inasimilables, inaudibles, pues nos remiten a nosotros mismos, a los valores que anudan el «pacto republicano».
Para entender bien esa imposibilidad debiéramos recordar algunos ejemplos históricos que ponen en perspectiva los límites del debate actual. La tortura es un hecho histórico, espantoso, de la guerra de Argelia. Sin embargo, desde los ahumamientos de las grutas del Darha por parte de Pélissier en 1844 hasta las sublevaciones de Sétif, Guelma y Kherrata3 en 1945, abundan los ejemplos, todos igualmente pavorosos, de la increíble crueldad de la represión en Argelia. Los historiadores también saben que esta experiencia no está únicamente tejida con esos dramas, que muchas personalidades generosas, humanistas -incluidos militares- estaban sinceramente convencidas de los beneficios de una «colonización modernizadora, capaz de tener en cuenta la cultura indígena» [4].
El caso de las oficinas árabes instaladas a mediados del siglo XIX es un ejemplo de esa visión reformadora. Pero todos esos proyectos chocaron, por un lado, con las necesidades de dominación -y por lo tanto de la coerción de los movimientos reformadores y luego nacionalistas- y por otro, con la estructura social argelina (la inicial división socio-racial entre colonos y colonizados), además del imperativo de la hegemonía de los colonos sobre los argelinos, condición esencial para mantener el poder imperial. En eso, Argelia es un caso emblemático de los callejones sin salida de la reforma colonial.
Primero, el decreto Crémieux, que en 1870 establece la ciudadanía francesa para los judíos de Argelia. Generoso en su intención -continuum de la Revolución Francesa- y pragmático en el marco de la estrategia de dominación colonial, ese decreto revela por oposición la condición de los musulmanes, que no gozaban de los mismos derechos (jurídicos ni políticos, para no hablar de su proletarización en beneficio de los grandes propietarios franceses), condenados a la exclusión, al margen de la sociedad, extranjeros en su propio país.
Luego, en 1936, el proyecto Blum-Viollette prevé otorgar la ciudadanía francesa a algo más de 20.000 musulmanes (¡sobre varios millones!) seleccionados en función de su asimilación a la madre Patria (no iletrados, negociantes, condecorados en la primera guerra mundial, etc.), pero sin obligación de renunciar a la ley musulmana. Ese modesto proyecto desata una oleada de oposición dentro de toda la sociedad colonial blanca, obligando a retirarlo en 1937 y motivando la elección en los comicios siguientes de una muy amplia mayoría de alcaldes provenientes de la extrema derecha o ultra-nacionalistas (PSF, PPF, nacionales, maurrasianos…)[5}.
Por último, el 8 de mayo de 1945 [6] es sin duda el acontecimiento que permite comprender mejor los bloqueos del pensamiento. El día de la victoria de los Aliados sobre el nazismo, se produce en Sétif un levantamiento que deja 21 muertos europeos. En los días siguientes, otros motines estallan en Guelma, Batna, Biskra y Kherrata, causando otros 103 muertos entre la población europea. La represión que sobreviene es de una brutalidad asombrosa: oficialmente se consignan 1.500 muertos, pero seguramente es más exacto calcular entre 8.000 y 10.000.
Por supuesto que no se puede trazar un paralelo entre el colonialismo y el nazismo, pero se ve reforzada la contradicción entre una Francia que festeja la victoria de naciones democráticas sobre un Estado genocida, y el mantenimiento, por medios militares, del sometimiento de una población dominada desde hace más de un siglo que por entonces sólo reclamaba -violentamente, es cierto- reformas que no cuestionaban la dominación colonial.
Contradicciones de lo colonial: El triunfo de la República, unánimemente celebrado -y con razón- se acompaña entonces del recuerdo traumático de una espantosa humillación para el pueblo argelino. La conjunción de esos acontecimientos en una misma fecha, extraordinario emblema de las contradicciones entre discurso republicano y práctica colonial, torna abismal ese discurso y su mantenimiento a todo precio durante el período de las descolonizaciones, seguido de un oportuno olvido después de 1962, que fue condición de la continuidad de ese discurso y, por lo tanto, de la identidad francesa.
Argelia es una concentración, por cierto inédita, de las contradicciones de lo colonial. En efecto, mientras que en otras partes del Imperio pudieron instaurarse dinámicas para asociar progresivamente a las elites indígenas aculturadas y asegurar la transición entre colonial, imperial y neocolonia, en Argelia la presencia de más de un millón de colonos representaba una fuerza social permanentemente opuesta a cualquier evolución.
Fue esa estructura social inédita la que potenció las contradicciones con todas sus consecuencias. Contradicción, en primer lugar, entre el discurso colonial republicano y la realidad colonial. A la igualdad de principio corresponde la desigualdad de estructura: políticamente, los colonos no votan en los mismos colegios que los nativos; jurídicamente, no dependen de las mismas instancias; económicamente, los colonos dominan toda la economía monetarizada.
Las reformas decisivas iniciadas por De Gaulle en 1958 -sufragio universal, ayuda económica masiva a los nativos, etc.- llegaron muy tarde, mucho después de las aplicadas, por ejemplo, en el África negra francesa, considerada sin embargo mucho más 'atrasada' que Argelia.
El discurso republicano colonial se quedó enredado, en Argelia más que en cualquier otra parte, en el ilusionismo, la deformación y la mentira. Precisamente porque se trataba de la colonia modelo, de «la joya del Imperio», esas contradicciones fueron las más devastadoras. Colonia modelo precisamente porque no es una colonia, sino un departamento francés. En ese aspecto, el jacobinismo centralista se ejercerá con tanta más visibilidad, dado que contribuye -en contra de todos los principios republicanos- a mantener el poder de la metrópoli y la dominación de los colonos.
Roto el sueño republicano: Luego, contrariamente a lo que podría hacer suponer una visión simplista, el análisis de la propaganda oficial difundida en la metrópoli -la que contribuirá de manera determinante a mantener la ilusión colonial- muestra que hay que invertir el mensaje de la extensión del modelo francés a Argelia (desarrollo económico, higiene, etc.). Los franceses contemplan en las imágenes de propaganda una visión de lo que debería ser Francia: desarrollo económico equilibrado, papel central y protector del Estado y, sobre todo, relaciones sociales e intercomunitarias armoniosas, cooperación de todas las clases y de todas las razas al bien común. Un discurso que niega las profundas fracturas sociales y la profunda división entre colonos y colonizados.
Ese espejo argelino de una Francia republicana míticamente igualitaria, de una Francia sin conflictos, se lleva consigo al romperse una parte del sueño republicano. En Francia se reconstituyen entonces algunos fragmentos (las conmemoraciones del centenario de 1930, el fracaso del proyecto Blum-Viollette en 1936-1938, el 8 de mayo de 1945, la tortura, el 17 de octubre de 1961, etc.) impresionantes por su violencia, que luego haremos desaparecer. Francia no supo recomponer todos los fragmentos del espejo, lo que permitiría comprender que componía un sistema, que constituía una parte importante de su imaginario colectivo. Argelia fue el símbolo mismo de la máscara colocada sobre la realidad, y constituye aún un poderoso revelador de la amnesia de la gesta colonial republicana.
BIBLIOGRAFIA:
Nicolas Bancel y Pascal Blanchard, Le colonialisme, un anneau dans le nez de la République, Hommes et Migrations, París, Nº1228, nov-dic 2000.
Para entender mejor los bloqueos inherentes al sistema colonial y al origen del conflicto franco-argelino, ver el libro de Annie Rey-Goldzeiguer, Aux origines de la guerre d´Algérie, La Découverte, París, 2001.
Para tener una visión sintética, ver Alain-Gérard Slama, La guerre d´Algérie. Histoire d´une déchirure, Gallimard, coll. «Découvertes», París, 1996.
Charles-André Julien y Charles-Robert Ageron, Histoire de l"Algérie contemporaine, PUF, París, 1969.
Nicolas Bancel, Pascal Blanchard y Stéphane Blanchoin, L"opposition au projet Blum-Viollette, Plein Sud, París, invierno bóreal de 1994.
Boucif Mekhaled, Chroniques d´un massacre. 8 Mai 1945. Sétif, Guelma, Kherrata, Syros, coll. Au nom de la mémoire, París, 1995; Yves Benot, Massacres coloniaux, La Découverte, coll. Textes à l´appui, París, 1994, y Annie Rey-Goldzeiguer, op. cit.
Publicado en Cono Sur / Número 24 - Junio 2001
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Carlos Lopez Dzur / Video / Dzur / Canto al hermetismo / De Tantralia / Poemas de CLD / Las hienas / Bitácora de un sociólogo fracasado / Revista Literaria Con Voz Propia / Inventiva social / Crónica urbana
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