Thursday, May 19, 2011

Domingo sangriento: «Demencia moral» de Israel ensangrenta Palestina


Por Pepe Escobar
Traducido del inglés por Germán Leyens

Fue un Sunday, bloody Sunday [Domingo sangriento], sin un edificante himno de U2 para «celebrarlo». En Palestina, Siria y el Líbano, decenas de miles de palestinos marcharon hacia las fronteras con Israel para marcar el aniversario de la Nakba de 1948 -el éxodo que provocado por la creación de Israel-.

La reacción israelí, de «máxima moderación»: matar a 10 personas en el Líbano, ocho en Siria, dos en Gaza y una en Cisjordania e hiriendo a más de 200. El consorcio anglo-francés-estadounidense que libra la guerra contra Libia porque el coronel Muamar Gadafi supuestamente mata a su pueblo, guarda un silencio atronador.

Las Naciones Unidas instaron a la moderación (compárese con la máxima moderación israelí). El periódico israelí Ha'aretz, haciendo caso omiso de la ironía, publicó un titular: «La Revolución Árabe golpea a la puerta de Israel». Sí, mi amor, así es, y por eso estáis enloqueciendo.

Siempre en la mira... Israel –el maestro de los que practican asesinatos selectivos– siempre se puede salir con la suya cuando mata árabes en masa, porque no teme ninguna resolución del Consejo de Seguridad: EE.UU. siempre las bloquea. Incluso si hubiera alguna, el gobierno estadounidense del ejecutor-en-jefe Barack Obama no instruiría, por ejemplo, a su embajadora en la ONU, Susan Rice, para que se abstuviera ante una condena de la ONU. Es el tipo de abstención que también ayudaría a la ONU, por ejemplo, a obligar a Israel a aceptar una solución de dos Estados en Palestina.

Olvidad la posibilidad de que el Consejo de Seguridad de la ONU – tan ansioso de enviar a la OTAN a realizar ataques desenfrenados junto a un montón sospechoso de “rebeldes” libios, poniéndose de parte de uno de los lados en una guerra civil– siquiera llegue a considerar que se trate a Israel como trata a Irán, imponiéndole sanciones económicas hasta que comience a ajustarse al derecho internacional.

Olvidad la posibilidad de que el gobierno de Obama apoye al Consejo de Seguridad de la ONU para que dé a Palestina un escaño formal como nación Estado en la ONU; más de 100 naciones, incluyendo recientemente a Brasil, Argentina y Noruega, ya reconocen la legitimidad de Palestina. Si algo semejante llegara a ocurrir, la nación podría sacarle el diablo a Israel con demandas ante los tribunales internacionales por el robo sistemático de territorio palestino.

¿Perdería algo el Premio Nobel de la Paz Obama si lo hiciera? No. El poderoso lobby de Israel en Washington –encabezado por AIPAC– ya hace campaña contra él para 2012. En todo caso, no lo hará, y para colmo, se dirigirá a la próxima reunión anual de AIPAC en Washington. Si hay un consenso de Washington, es su complicidad con el régimen israelí.

Israel subvenciona a más de 100 asentamientos ilegales en Cisjordania, aparte de otros 100 más que se consideran puestos avanzados ilegales incluso según la ley israelí. EE.UU. los apoya todos a través de una compleja red de obras benéficas judías y cristianas ultraderechistas. Visa, Mastercard y PayPal posibilitan todas donaciones para financiar asentamientos ilegales.

Y sin embargo ese régimen enfrenta serios problemas. El primer ministro Benjamin Netanyahu –a pesar de todas sus fanfarronadas– está muerto de miedo. Necesita terriblemente a los rusos seculares de Yisrael Beitenu ("Israel es nuestra casa") y a los judíos fundamentalistas ultraortodoxos de Shas para permanecer en el poder. El ex portero moldavo convertido en ministro de Exteriores Avigdor Lieberman, líder de Yisrael Beitenu, se come a Bibi para desayunar y lo humilla rutinariamente (y luego Bibi recupera su propio respeto humillando a Obama). Todo lo que hay que saber es que Lieberman es el mandamás político en Israel.

Para colmo, el demógrafo de la Universidad Hebrea Sergio Della Pergola, dijo recientemente al Jerusalem Post que los judíos ya son menos de un 50% de la población en Israel, Cisjordania y Gaza en conjunto. En una instructiva comparación con el ultra-represivo Bahréin, donde una minoría suní gobierna a una mayoría chií, una minoría judía gobierna a 1,4 millones de ciudadanos palestinos de Israel; a 2,5 millones de palestinos ocupados en Cisjordania; y a 1.5 millones sitiados en ese gulag conocido como Gaza.

Hasta Human Rights Watch (HRW) se ha visto obligado a reconocer que «los palestinos enfrentan una discriminación sistemática solo por su raza, etnia y origen nacional, privándolos de electricidad, agua, escuelas y acceso a las carreteras, mientras los colonos judíos cercanos gozan de todos esos servicios suministrados por el Estado».

El camino es el Estado palestino independiente: Considerando el trágico paisaje, los palestinos llegaron a la conclusión que hay solo tres posibilidades sobre la mesa: o el apartheid continúa eternamente; con la improbable posibilidad de una solución de un Estado, el apartheid continuaría durante mucho tiempo hasta que muchos israelíes, frente a un boicot global, decidieran emigrar o votar por la ciudadanía para los palestinos; o Palestina podría imponer su reconocimiento internacional como Estado independiente.

Al terminar por ponerse las pilas e intentar la unidad de Fatah y Hamás, los palestinos aceptaron el hecho de que es imposible que haya negociaciones significativas con un gobierno dividido de extrema derecha controlado esencialmente por un montón de ocupantes ilegales (es decir colonos).

Por lo tanto, la nueva estrategia es: una Palestina relativamente unificada que buscará decididamente el reconocimiento generalizado, durante la próxima Asamblea General de la ONU en septiembre, de un Estado palestino basado en Cisjordania y Gaza según las fronteras de 1967. No cabe duda de que ganarán la votación.

El próximo paso tendría que ser una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que obligue a Israel a participar en negociaciones serias –si EE.UU. no la bloquea- Si Tel Aviv sigue diciendo que no, pronto la mayor parte del mundo comenzaría a aplicar sanciones económicas y diplomáticas a Israel similares a las aplicadas a la Sudáfrica del apartheid.

Israel perdió dos guerras en menos de tres años. Lo que no mató a sus enemigos –Hizbulá y Hamás– los hizo más fuertes. Y luego un nuevo eje Ankara-Teherán-Damasco llegó al vecindario. Después su “valioso aliado” Hosni Mubarak fue sacado a patadas del poder en Egipto (significativamente Israel y Arabia Saudí, contra la voluntad del pueblo egipcio, apoyaron al dictador hasta el último minuto, e incluso más allá).

La solución instintiva israelí en tiempos de problemas es lanzar otra guerra; hasta hace poco era simultáneamente contra el Líbano y contra Gaza, como lo revelaron antes en este año los cables de WikiLeaks publicados por el periódico noruego Aftenpost (en la práctica será una guerra total contra civiles, ya que «Israel no puede aceptar ninguna restricción de la guerra en áreas urbanas». Todo “daño colateral» sería, claro está, no intencionado. Fue un caso impactante de un anuncio anticipado por los militares israelíes de sus planes de cometer un crimen de guerra.

Por lo tanto la pregunta que todo el mundo se hace es inevitable: ¿qué le pasa a esa gente?

Librarse de esos árabes: Cada vez que enfrentan problemas geopolíticos, las elites israelíes no pueden hacer otra cosa que reaccionar con un sentimiento de que están siendo victimizadas; el caso de Mubarak es ejemplar ya que seguía convenientemente las órdenes de Washington y de Tel Aviv y obedecía como es debido los acuerdos de Camp David, repudiados por la abrumadora mayoría de los egipcios.

Con el paso de los años, esta actitud israelí ha generado una paranoia generalizada –como en repetidos intentos de desenmascarar una posible Quinta Columna interior-. Se ha mezclado con una insensibilización virtualmente total respecto a la tragedia diaria de Gaza; el robo de las tierras cisjordanas; y la jactancia arrogante cada vez más descarada de los colonos radicales. Eso, aparte de asimilar cualquier crítica al gobierno israelí con el deseo de la «destrucción de Israel».

Sin embargo, todo esto palidece en comparación con el creciente consenso entre los israelíes de que está bien “transferir” –palabra de código para expulsar– a ciudadanos árabes israelíes a un futuro Estado palestino formado por una posible colección de bantustanes o, mejor todavía, Jordania y Egipto (después de la Plaza Tahrir, olvidad el gambito egipcio).

Ya a principios de 2009, según la Asociación Israelí por Derechos Civiles, un 55% de los judíos israelíes decía que el Estado debería alentar la emigración; un 78% se oponía a que hubiera partidos árabes en el gobierno; y un 56% estaba seguro de que «los árabes no pueden lograr el nivel judío de desarrollo cultural».

Otra tendencia paralela también ha sido visible durante los últimos dos años. Judíos que muestran afecto por Israel, pero son demasiado críticos con los planes del gobierno son efectivamente excomulgados. Algunos de ellos han hablado con Asia Times Online.

El doctor Oren Ben-Dor, nacido en Haifa y profesor de filosofía política en la Universidad de Southampton, ha analizado en detalle esta patología israelí de tratar de provocar un estado permanente de violencia contra sí mismo. Tiene que ver con un inmenso elemento de autosatisfacción, que condiciona ese impulso autodestructivo de que los odien –de hecho globalmente– a cualquier precio.

Ben-Dor encontró la respuesta en la “incapacidad de los israelíes de cuestionar el fundamento discriminatorio de su propio Estado”. Solo un cuestionamiento serio del apartheid israelí, ese famoso “derecho de Israel a existir con seguridad como Estado judío” podría terminar el ciclo de violencia; de otra manera la «retórica de la autodefensa” se revelará como una “crónica de un suicidio anunciado».

No existe evidencia de que la retórica de autodefensa lleve a otra parte –no si un 2,4% de la población israelí secuestra lo que llaman proceso de paz al seguir construyendo asentamientos en tierra robada. Y ni siquiera es la religión lo que los impulsa, sino un buen negocio. El coste de vivir en los asentamientos es infinitamente menor que el de las grandes ciudades de Israel.
El plan maestro de Netanyahu es básicamente decir “No”, una táctica que aprendió de su mentor Yitzhak Shamir. En estas circunstancias incluso el gobierno de Obama tuvo que admitir que a Washington no le queda otra alternativa que engatusar y rogar. Decir No siempre significa un excelente negocio –para Israel, no para EE.UU-.

Uno de los ejemplos más recientes: para una congelación mínima, una sola vez, de 90 días, de la expansión de asentamientos ilegales en Cisjordania (excluyendo Jerusalén Este), Israel obtuvo 20 cazabombarderos stealth por un valor de 3.000 millones de dólares, además de muchas otras chucherías. La secretaria de Estado de EE.UU., Hillary Clinton, tuvo que pasar al menos ocho horas engatusando a Bibi Netanyahu para que aceptara el soborno. Aceptó solo para someterlo a su gabinete de seguridad. Y después dijo No.
El gobierno de Obama también sabe que la negativa de Israel a negociar con Palestina es el punto crucial de la incesante denuncia de Tel Aviv que califica a Irán de “amenaza existencial”. En cuanto haya un genuino acuerdo de paz entre Israel y Palestina, Irán dejará de ser una “amenaza existencial”.
No, no, no
Tal como están las cosas, cada casa adicional construida en cualquier asentamiento en Cisjordania significa solo una cosa: No. No a la paz. No a las negociaciones. No a los derechos palestinos. El escritor y activista por la paz Uri Avnery define esta conducta como demencia moral.

Como de costumbre, es todavía peor. Israel nunca definió sus fronteras. Cuando se creó los sionistas soñaban con un Eretz Israel desde el Nilo al Éufrates. Como el Éufrates no está disponible, ¿por qué no darse por satisfecho con toda la Palestina del antiguo mandato? Es el sentido del gambito Bibi según el cual los palestinos deben reconocer a Israel como Estado judío. El gobierno de Obama nunca se ha quejado.

Si algún día llegara a ocurrir el reconocimiento de un Estado judío, a 1.5 millones de palestinos –que ya son infraciudadanos en Israel– se les desnacionalizaría de inmediato y se les condenaría a la expulsión en masa al bantustán palestino configurado como solución del problema demográfico como lo ven los sionistas, un problema creado por la simple existencia de los palestinos.

Por lo tanto, en la narrativa israelí las Fuerzas de Defensa [ejército] israelíes podrían haber reducido a polvo a Gaza, pero no lo hicieron, porque respetan la vida humana. Después de todo haber destruido “solo” un 15% de los edificios de Gaza y haber asesinado “solo” a 300 de sus niños a finales de 2008 y comienzos de 2009, podría presentarse –y aceptarse– por los israelíes como un acto humanitario. En cuanto a Jerusalén Este, podría depurarse. Nada de esto, evidentemente, consigue provocar la ira del Consejo de Seguridad de la ONU.

El mundo sabe que Israel no fue castigado por la muerte y la tortura de decenas de miles de palestinos durante los últimos 63 años gracias al apoyo incondicional de Washington. Tal vez la próxima Asamblea General de la ONU en septiembre cambie las reglas del juego. Un nuevo gobierno egipcio realmente representativo, realmente soberano, definitivamente podrá hacer cambiar el juego, porque –para gran espanto de Tel Aviv– será exactamente lo contrario de Mubarak.

Sin embargo ya es seguro que mientras el apartheid consagrado en el corazón mismo de Israel no sea cuestionado por los propios israelíes, no hay evidencia de que la demencia moral del Estado patológico esté disminuyendo.

Pepe Escobar es autor de Globalistan: How the Globalized World is Dissolving into Liquid War (Nimble Books, 2007) y Red Zone Blues: a snapshot of Baghdad during the surge. Su último libro es Obama does Globalistan (Nimble Books, 2009). Puede contactarse con él en: pepeasia@yahoo.com

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