Por Arturo Cardona Mattei
¡Qué cosa tan denigrante para nuestro pueblo! Seguimos en el mismo camino. Seguimos con las mismas incertidumbres. Seguimos tirando palos a ciegas. Seguimos con nuestra manía de nadar en medio del desierto. Hoy, luego de ciento trece años de historia bajo la soberanía de los Estados Unidos de América, nos encontramos hablando las mismas pamplinas políticas. Los sueños imposibles no se van de nuestras cabezas. Continuamos dándole tiempo y dinero a una causa política que no tiene razón de ser. Queremos puertorriqueñizar una idea que no fue concebida para nuestra tierra. Dejemos las fábulas para los soñadores de Disney World.
La tan moteada y suspirada estadidad nunca ha ganado un concurso plebiscitario. Nunca ha contado con una mayoría del pueblo. Y nunca ha enfrentado al Congreso norteamericano con un reclamo firme, claro y honroso. Saben muy bien que no tienen las simpatías del pueblo puertorriqueño y tampoco tienen un ambiente amigable en Washington, D.C. Han querido arrastrar la estadidad por medio de un gasto monetario monstruoso. Ese camino no es válido. Ningún territorio de la Unión lo ha utilizado.
Eso sí, nuestros políticos anexionistas han sido muy versátiles a la hora de venderle la idea a los norteamericanos, y al propio pueblo puertorriqueño. ¿Se acuerdan del pocket book que escribió el ex-gobernador Carlos Romero Barceló, titulado La estadidad es para los pobres? Pues, que se vayan a Misisipí a tomar cátedra con los pobres de ese estado. El derroche de energías y dinero gastado en ese embeleco político es un fastidio pesado y vergonzoso.
Don Luis A. Ferré, el anexionista que ha gozado de más simpatías en el Congreso, también tuvo su aportación a ese espantapájaros político fatuo con su 'estadidad jíbara'. En el camino tortuoso que ha recorrido ese ideal se vio que dicha idea no era compatible con el marco constitucional de la nación norteamericana. Una y otra vez el Congreso le ha dicho, franca o tímidamente, al pueblo puertorriqueño que en su templo político no pueden coexistir dos banderas ni dos himnos ni dos idiomas ni dos Miss Universe ni dos comités olímpicos ni dos lealtades ni dos patrias ni dos naciones. La dualidad de este género no es posible dentro de la Unión de estados. Solamente hay una cama y una sábana. La “estadidad jíbara” ha quedado sembrada en el bello cementerio del Viejo San Juan. Allí la visitan las olas y los vientos del océano Atlántico. Ese espantajo político también se derritió.
La versatilidad política del anexionismo sigue escribiendo nuevas fábulas. Ahora se asoman por la ventana ancha que va tomando forma con el crecimiento poblacional de los pueblos latinoamericanos en Estados Unidos. Ya suman unos cincuenta millones, y su futuro crecimiento es imparable. También toman con buen augurio la llegada del primer presidente negro de los Estados Unidos. Como si esos dos hechos históricos fueran a borrar los inmensos prejuicios raciales que viven en la sociedad norteamericana. El bosque no les deja ver los árboles. En ese tren quieren montar sus últimas aspiraciones. Veremos muchas lunas y muchos soles cruzando de este a oeste por nuestro cielo borincano, y el tan anhelado ideal estadista no llegará a concretarse. Los escollos son muchos e insalvables. Sueñan alborotosamente con ser el primer estado hispano de la Unión. Los sueños ingratos pueden llevar a la locura.
La estadidad es una aspiración que está desmoronada, se ahoga irremediablemente entre molinos de viento, es un amor no correspondido. Es algo así como la teoría de la evolución: por ningún lado aparece el eslabón perdido que nos pueda atar a esa federación de estados. No pasamos la reválida que nos ordenan desde el Congreso. El rancho de la estadidad arde en fuego consumidor. Morirá, y de esa muerte segura no tendrá resurrección política alguna. Su lápida leerá: «Perdón por los muchos infortunios que ocasioné». Amén.
La estadidad es un campo minado por el cual nuestro pueblo no quiere transitar. ¿Y quién es el atrevido que ha llenado ese campo con tantos artificios explosivos? Sépalo usted…¡los mismos políticos americanos! En ciento trece años de lucha por el anexionismo puertorriqueño tratando de atragantarle la idea de la estadidad al Congreso norteamericano no han podido lograrlo. Ese veneno no se lo tragan los americanos ni en mil años más.
Ahora voy comprendiendo por qué somos tan asiduos fanáticos de visitar los predios fantásticos de Disney World. Nos quieren convertir a todos en un gracioso Mickey Mouse. Esto es mucho mejor que aquel largo viaje que nos llegaba desde México con su preciado regalo: el Situado Mexicano. Pues ya usted ve, hemos vivido artificialmente a lo largo de unos 427 años.
Y después nos quejamos malamente de los muchos pordioseros que tenemos en todos nuestros setenta y ochos municipios. Sin olvidar, claro está, nuestro más insigne pordiosero: nuestro flamante Comisionado Residente en Washington. ¡Este sí que pide largo y tendío!
Caguas, Puerto Rico / 7 de mayo de 2011
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