Por Papasquiaro / escritor, residente en Tijuana / LiteraLengua
En un libro Marshall Berman hace énfasis en que la modernidad, como experiencia vital, es un peligro.[1] Además de constituir el terreno donde conviven nuestras emociones, nuestras aventuras, alegrías, desencantos y tribulaciones, la modernidad es el espacio donde se genera la destrucción. Esta negatividad, entendida como proceso dialéctico, será el punto de partida de nuestras hipótesis para abordar el problema del arte. Parte de esta negatividad dialéctica es la frontera por antonomasia; lo moderno.
En uno de los poemas en prosa de Baudelaire, La pérdida de una aureola, encontramos el primer síntoma del modernismo en el arte. El poema reproduce el encuentro ente un poeta y un hombre corriente en un lugar de mala reputación, posiblemente una taberna o un lupanar. Ahí el poeta es reconocido por el hombre corriente quien lo interpela a su modo, asombrado y atónito, por encontrar a un artista en un lugar de esos. El artista trata de explicar su situación advirtiendo que, ahora que ha perdido su aureola, puede confundirse entre la gente común y entregarse a una vida disipada y menos solemne [se livrer à la crapule]. El primer punto que señala Berman es el significado que posee la aureola, qué representa este objeto. No es otra cosa que el alto estima en el que se tiene al arte, sobre todo si tenemos en consideración que posa sobre la cabeza de un poeta modernista y “está ahí para satirizar y criticar la creencia en la sacralidad del arte” (Berman, 156). Además la pérdida de la aureola tiene lugar en un punto en que convergen el mundo del arte y el mundo corriente, apunta Berman. Es decir, un mundo que no es sólo espiritual, sino material, físico también. Esta convergencia histórica entre modernismo (como proceso artístico) y modernización (como proceso histórico) da como resultado la desvalorización de la obra de arte.
Walter Benjamin entendió, mucho más que el propio Marx, este proceso de reproducción del arte.[2] Mientras las superestructuras (bases materiales de un sistema económico) homogeneizantes y polarizadas sigan siendo las que obedecen el dominio del capital y los medios de producción, las infraestructuras (derecho, literatura, filosofía, religión) seguirán actuando en el interés de preservar las condiciones desvitalizantes del status quo. El orden social seguirá siendo determinado por estas superestructuras cuyo único fin es y seguirá siendo acrecentar cada vez con más fuerza la alienación del individuo. Así entendemos que un hombre alienado es aquél que se reduce a su mínima exponencia y deja de reconocerse como tal, perdiendo por completo su bidimensionalidad, deviniendo en un ser uniforme, unidimensional para utilizar el concepto de Marcuse Herbert.[3]
Ahora bien, este proceso que desarticula al ser humano es fácilmente trasladable al terreno del arte, toda vez que ésta es causa y efecto primario de aquélla; si entendemos el arte como un producto cultural, en consecuencia humano. Adorno, en su obra inacaba Teoría Estética, ya se planteaba este problema, en las primeras líneas no podría plantearnos un panorama más desolador: “Ha llegado a ser obvio que ya no es obvio nada que tenga que ver con el arte, ni en él mismo, ni su relación con el todo, ni siquiera su derecho a la vida” (Adorno, 2004). A pesar de este esbozo fenomenológico, parece que Adorno no pudo dejar en claro cómo ocurría este proceso. Quizá por falta de tiempo o simplemente por no apreciar correctamente el fenómeno, de ningún modo por indiferencia. Pongamos el caso de la fotografía y su reproducción mecánica. La fotografía al reproducir una parcialidad real o ficticia, vuelve al estatismo reproductor de lo natural.
A ese estado inconsciente y automático en el que el artesano sólo funge como operador de una maquinaria, de tal modo sistematizado, que no hace otra cosa que tomar el papel de mercancía, de objeto convertido en medio, de instrumento y ya no un fin en sí mismo. Así el artista no es artista, sino instrumento y la obra no es arte, sino mero artificio. En la fotografía el momento solitario y único de la creación pasa casi desapercibido, se resume a un simple clic insustancial. Lo que nos hace sentir en una fotografía, puesto que no negamos el poder de transmisión, es la evocación de un sentimiento que nos identifica, pero de ningún modo la fotografía en sí. No es el fotógrafo. Es nuestra experiencia. En la fotografía el espectador es el que le da fuerza a la imagen. No al revés. Prueba de ello es que hasta por un error o un descuido se puede captar una imagen que de ninguna manera se tenía la intención de crear o reproducir y ser exhibida en una exposición. De ahí que la intencionalidad se desvanezca, mejor dicho, ni siquiera exista. Aquí la unicidad de la obra carece de asidero. El momento irrepetible de la creación se difumina para dar paso a un convencionalismo técnico. Una vacuidad acorde al proceso moderno de transformación.
Al medio sociológico que nos impone su vorágine velocidad y desaparición de las esencias dejando a su paso una simple estela de imágenes borrosas y fragmentarias. La razón humana es sustituida por una razón técnica. Así ocurre la fragmentación de la realidad. El individuo escindido por sí mismo, por el proceso histórico y por su creación a la que ingenuamente llama arte.
Hablar de arte en la actualidad conlleva el grave peligro de eludir este aspecto totalizador de los medios de producción. El arte se ha reducido a una mercancía patrocinada por la industria cultural, a su vez manipulada por una clase dominante. Si bien es cierto, que el aspecto espiritual no se encuentra desahuciado por completo, es menesteroso aceptar que la realidad artística está anclada en un manglar de fantasmas melancólicos y hediondos. Por ello que el arte moderno ya no genere, como dice Canclini, [4] nuevas tendencias, vanguardias o líneas estéticas innovadoras que provoquen en el espectador el alumbramiento para despertarlo de la ensoñación en la que vive. El arte obedece las mismas leyes de la oferta y la demanda; en ella intervienen los mismos medios: promotores, editoriales transnacionales, museos, marketing, consumo.
De hecho se puede hablar hasta de fines profesionales. Existe la concepción del escritor antes que la de la obra misma. Por sobre la obra se persigue la profesionalización del individuo. En la frontera la profesionalización ha arribado como uno de los grandes ocasos del arte. Hay escritores que pretenden vivir para sostener a sus obras, en lugar de que estas perduren en el tiempo por sus propias fuerzas.
Bibliografía Consultada
Adorno, Th. W. Teoría Estética. Obras Completas, 7. Trad Jorge Navarro Pérez. Ed. Akal. España. 2004.
Bartra, Roger. La jaula de la melancolía. CONACULTA. México. D.F. 2002.
Berman, Marshall. Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad. Siglo xxi editores. España. 2004.
Berumen, Humberto Félix. De cierto modo. La literatura de Baja California. UABC. Mexicali. 1998.
García Canclini, Néstor. Culturas Híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad. Grijalbo. México, D.F. 2004
Valenzuela, José M. Por las fronteras del Norte. Una aproximación cultural a la frontera México- Estados Unidos. FCE. México, D.F. 2003
[1] Marshall BERMAN, Todo lo sólido se desvanece en el aire. España. 1988, pp 2-27
[2] Ver Walter, BENJAMIN, El arte en la era de su reproducción mecánica. Madrid. Edit. Taurus. 1973.
[3] Para entender mejor este proceso dentro de la frontera leer el ensayo de José Manuel Valenzuela Arce, Metáforas y debates teóricos sobre la frontera Mx- Eu, en su apartado “Procesos socioculturales de la frontera”. Ver bibliografía.
[4] Cfr. Culturas Híbridas. Néstor García Canclini. México, D.F. 2004 pp 62 ss.
__
Web Bloggers Directory / Cuaderno de amor a Haití / Index: Generación del '70 / Cartas / Rosa Báez: Bitácora / Festival de Poesía Internacional / Raquel E. López / Heideggerianas: Antología / Red Mundial de Escritores /Entrevista a CLD / Tantralia / Devoción / Prajnaparamita / Etica / Teth / La gente que me gusta /
* *
*
En un libro Marshall Berman hace énfasis en que la modernidad, como experiencia vital, es un peligro.[1] Además de constituir el terreno donde conviven nuestras emociones, nuestras aventuras, alegrías, desencantos y tribulaciones, la modernidad es el espacio donde se genera la destrucción. Esta negatividad, entendida como proceso dialéctico, será el punto de partida de nuestras hipótesis para abordar el problema del arte. Parte de esta negatividad dialéctica es la frontera por antonomasia; lo moderno.
En uno de los poemas en prosa de Baudelaire, La pérdida de una aureola, encontramos el primer síntoma del modernismo en el arte. El poema reproduce el encuentro ente un poeta y un hombre corriente en un lugar de mala reputación, posiblemente una taberna o un lupanar. Ahí el poeta es reconocido por el hombre corriente quien lo interpela a su modo, asombrado y atónito, por encontrar a un artista en un lugar de esos. El artista trata de explicar su situación advirtiendo que, ahora que ha perdido su aureola, puede confundirse entre la gente común y entregarse a una vida disipada y menos solemne [se livrer à la crapule]. El primer punto que señala Berman es el significado que posee la aureola, qué representa este objeto. No es otra cosa que el alto estima en el que se tiene al arte, sobre todo si tenemos en consideración que posa sobre la cabeza de un poeta modernista y “está ahí para satirizar y criticar la creencia en la sacralidad del arte” (Berman, 156). Además la pérdida de la aureola tiene lugar en un punto en que convergen el mundo del arte y el mundo corriente, apunta Berman. Es decir, un mundo que no es sólo espiritual, sino material, físico también. Esta convergencia histórica entre modernismo (como proceso artístico) y modernización (como proceso histórico) da como resultado la desvalorización de la obra de arte.
Walter Benjamin entendió, mucho más que el propio Marx, este proceso de reproducción del arte.[2] Mientras las superestructuras (bases materiales de un sistema económico) homogeneizantes y polarizadas sigan siendo las que obedecen el dominio del capital y los medios de producción, las infraestructuras (derecho, literatura, filosofía, religión) seguirán actuando en el interés de preservar las condiciones desvitalizantes del status quo. El orden social seguirá siendo determinado por estas superestructuras cuyo único fin es y seguirá siendo acrecentar cada vez con más fuerza la alienación del individuo. Así entendemos que un hombre alienado es aquél que se reduce a su mínima exponencia y deja de reconocerse como tal, perdiendo por completo su bidimensionalidad, deviniendo en un ser uniforme, unidimensional para utilizar el concepto de Marcuse Herbert.[3]
Ahora bien, este proceso que desarticula al ser humano es fácilmente trasladable al terreno del arte, toda vez que ésta es causa y efecto primario de aquélla; si entendemos el arte como un producto cultural, en consecuencia humano. Adorno, en su obra inacaba Teoría Estética, ya se planteaba este problema, en las primeras líneas no podría plantearnos un panorama más desolador: “Ha llegado a ser obvio que ya no es obvio nada que tenga que ver con el arte, ni en él mismo, ni su relación con el todo, ni siquiera su derecho a la vida” (Adorno, 2004). A pesar de este esbozo fenomenológico, parece que Adorno no pudo dejar en claro cómo ocurría este proceso. Quizá por falta de tiempo o simplemente por no apreciar correctamente el fenómeno, de ningún modo por indiferencia. Pongamos el caso de la fotografía y su reproducción mecánica. La fotografía al reproducir una parcialidad real o ficticia, vuelve al estatismo reproductor de lo natural.
A ese estado inconsciente y automático en el que el artesano sólo funge como operador de una maquinaria, de tal modo sistematizado, que no hace otra cosa que tomar el papel de mercancía, de objeto convertido en medio, de instrumento y ya no un fin en sí mismo. Así el artista no es artista, sino instrumento y la obra no es arte, sino mero artificio. En la fotografía el momento solitario y único de la creación pasa casi desapercibido, se resume a un simple clic insustancial. Lo que nos hace sentir en una fotografía, puesto que no negamos el poder de transmisión, es la evocación de un sentimiento que nos identifica, pero de ningún modo la fotografía en sí. No es el fotógrafo. Es nuestra experiencia. En la fotografía el espectador es el que le da fuerza a la imagen. No al revés. Prueba de ello es que hasta por un error o un descuido se puede captar una imagen que de ninguna manera se tenía la intención de crear o reproducir y ser exhibida en una exposición. De ahí que la intencionalidad se desvanezca, mejor dicho, ni siquiera exista. Aquí la unicidad de la obra carece de asidero. El momento irrepetible de la creación se difumina para dar paso a un convencionalismo técnico. Una vacuidad acorde al proceso moderno de transformación.
Al medio sociológico que nos impone su vorágine velocidad y desaparición de las esencias dejando a su paso una simple estela de imágenes borrosas y fragmentarias. La razón humana es sustituida por una razón técnica. Así ocurre la fragmentación de la realidad. El individuo escindido por sí mismo, por el proceso histórico y por su creación a la que ingenuamente llama arte.
Hablar de arte en la actualidad conlleva el grave peligro de eludir este aspecto totalizador de los medios de producción. El arte se ha reducido a una mercancía patrocinada por la industria cultural, a su vez manipulada por una clase dominante. Si bien es cierto, que el aspecto espiritual no se encuentra desahuciado por completo, es menesteroso aceptar que la realidad artística está anclada en un manglar de fantasmas melancólicos y hediondos. Por ello que el arte moderno ya no genere, como dice Canclini, [4] nuevas tendencias, vanguardias o líneas estéticas innovadoras que provoquen en el espectador el alumbramiento para despertarlo de la ensoñación en la que vive. El arte obedece las mismas leyes de la oferta y la demanda; en ella intervienen los mismos medios: promotores, editoriales transnacionales, museos, marketing, consumo.
De hecho se puede hablar hasta de fines profesionales. Existe la concepción del escritor antes que la de la obra misma. Por sobre la obra se persigue la profesionalización del individuo. En la frontera la profesionalización ha arribado como uno de los grandes ocasos del arte. Hay escritores que pretenden vivir para sostener a sus obras, en lugar de que estas perduren en el tiempo por sus propias fuerzas.
Bibliografía Consultada
Adorno, Th. W. Teoría Estética. Obras Completas, 7. Trad Jorge Navarro Pérez. Ed. Akal. España. 2004.
Bartra, Roger. La jaula de la melancolía. CONACULTA. México. D.F. 2002.
Berman, Marshall. Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad. Siglo xxi editores. España. 2004.
Berumen, Humberto Félix. De cierto modo. La literatura de Baja California. UABC. Mexicali. 1998.
García Canclini, Néstor. Culturas Híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad. Grijalbo. México, D.F. 2004
Valenzuela, José M. Por las fronteras del Norte. Una aproximación cultural a la frontera México- Estados Unidos. FCE. México, D.F. 2003
[1] Marshall BERMAN, Todo lo sólido se desvanece en el aire. España. 1988, pp 2-27
[2] Ver Walter, BENJAMIN, El arte en la era de su reproducción mecánica. Madrid. Edit. Taurus. 1973.
[3] Para entender mejor este proceso dentro de la frontera leer el ensayo de José Manuel Valenzuela Arce, Metáforas y debates teóricos sobre la frontera Mx- Eu, en su apartado “Procesos socioculturales de la frontera”. Ver bibliografía.
[4] Cfr. Culturas Híbridas. Néstor García Canclini. México, D.F. 2004 pp 62 ss.
__
Web Bloggers Directory / Cuaderno de amor a Haití / Index: Generación del '70 / Cartas / Rosa Báez: Bitácora / Festival de Poesía Internacional / Raquel E. López / Heideggerianas: Antología / Red Mundial de Escritores /Entrevista a CLD / Tantralia / Devoción / Prajnaparamita / Etica / Teth / La gente que me gusta /
* *
*
No comments:
Post a Comment