Sunday, October 26, 2008

Un gran placebo


Por Arturo Cardona Mattei / poeta y escritor puertorriqueño


Placebo: Sustancia que, careciendo por sí misma de acción terapéutica, produce algún efecto curativo en el enfermo, si este lo recibe convencido de que esa sustancia posee realmente tal acción.


La Guerra Hispanoamericana de 1898, acabó con la soberanía de España en Puerto Rico, y nos llegó la soberanía de los Estados Unidos. Las fuerzas anexionistas del patio comenzaron a empujar la estadidad como una nueva opción política para Puerto Rico. El 2 de marzo de 1917, el Congreso norteamericano le impone al pueblo puertorriqueño la ciudadanía americana. La Primera Guerra Mundial estaba en todo su apogeo y la nación norteamericana necesitaba con urgencia el fortalecimiento de sus fuerzas armadas. Así fue como los puertorriqueños se enjergaron el uniforme kaki militar del nuevo Amo. Aquel gesto noble y desinteresado, aquel regalo no esperado –la imposición de la ciudadanía americana- había que facturarlo. Algo tan importante y significativo no se da a cambio de nada. Aquel placebo tenía metido en sus entrañas el sabor de la cicuta. Ese es el génesis de nuestra vida militar hasta el día de hoy donde nuestra juventud parte hacia tierras lejanas y extrañas como son Irak y Afganistán.

En nuestro viejo juego político siempre se ha discutido si esa ciudadanía fue una concesión, o una imposición. Para traer algo de luz a esa controversia me remito a una deposición que hiciera don Luis Muñoz Rivera ante el Congreso norteamericano. «Como representante de Puerto Rico yo os propongo que convoquéis al pueblo de la Isla a manifestarse en amplio plebiscito sobre la cuestión de la ciudadanía y que dejéis al pueblo de Puerto Rico resolver por sus votos si quiere la ciudadanía de Estados Unidos o si prefiere su propia y natural ciudadanía. Sería extraño que habiéndose negado a concederla mientras la pidió la mayoría del pueblo os decidáis a imponerla ahora que la mayoría del pueblo la rechaza».

Aquel magnánimo regalo estuvo atado a las circunstancia bélicas que se daban por razón de la Primera Guerra Mundial. Eso está claro. Negarlo sería como negar que no se ven los árboles del bosque. El fanatismo político nos aturde y niebla la conciencia. Ya llevamos 91 años amarrados a esa ciudadanía. Desde esa fecha hemos tenido logros y dolores. Unos 23 años más tarde se nos viene encima la Segunda Guerra Mundial. Esta fue más inhumana que la anterior. Nos esperaban las guerras de Korea, Vietnam, Irak y Afganistán. Esos han sido algunos de los dolores que hemos acumulado por encomienda de la imposición de la ciudadanía americana .

También nos llegó con la nueva soberanía una gran parte de la cristiandad, un protestantismo de ultranza. El catolicismo empezaría a perder terreno y privilegios. Aquella soberanía traía nuevas costumbres y leyes que más tarde se usarían para ultrajar y usurpar ideas y propiedades que eran patrimonio del pueblo puertorriqueño. Puerto Rico, poco a poco, se iba convirtiendo en una plaza militar de suma importancia. Culebra y Vieques son la mejor muestra histórica de ese desenvolvimiento militar agresivo. El reclutamiento de nuestra juventud iba en ascenso. Un desempleo crónico y perverso empujaba a esa juventud a refugiarse en el uniforme kaki. Así conseguían algo de seguridad en sus vidas.

Al anexionismo puertorriqueño continúa tocando a las puertas del Congreso para ver cómo se le puede admitir en ese Club de los 50. Veo dos grandes esperanzas para lograr ese propósito. Una, la comunidad latina cuando llegue a convertirse en la minoría más grande de Estados Unidos tal vez le de paso a un estado hispano. Así se conseguiría la tan barnizada Estadidad Jíbara. Dos, cuando el Sol se detenga en su órbita natural que por tantos siglos ha seguido fielmente. Así es. Inmediatamente que se detenga en su infinito caminar, entonces vendrá milagrosamente ese otro magnánimo regalo del Congreso. ¿Qué eso no es posible? El libro de Josué nos da el siguiente relato: «Y el Sol se quedó parado en medio de los cielos y no se apresuró a ponerse por más o menos un día entero. Y ningún día ha resultado ser como aquel, ni antes de él ni después de él, por el hecho de que Jehová escuchó la voz de un hombre, porque Jehová mismo estaba peleando por Israel».

Ahora bien, si estas dos opciones no fueran posibles, todavía le quedaría un tercer turno al bate a los anexionistas: un masivo intercambio poblacional. Puertorriqueños en movimiento hacia allá, y norteamericanos hacia acá. Entonces nos llegaría el verdadero bilingüismo y en un plebiscito ultraligero –antes que se revierta el intercambio- pediríamos y conseguiríamos, sin duda alguna, tan enhelado sueño. La zaga política puertorriqueña llegaría a su fin. No más placebos.

Caguas, Puerto Rico

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