Tuesday, October 14, 2008

El plan de rescate de Bush: otro gran negocio



Por Jorge Gómez Barata / Tomado de Claridad

En 1791 Alexander Hamilton, secretario del Tesoro autorizó la creación del primer Banco Nacional de los Estados Unidos, en el cual el gobierno adquirió el 20% de las acciones. Thomas Jefferson, tercer presidente de los Estados Unidos, afirmó: “La autoridad para emitir dinero debe retirarse de las manos de los bancos y devolverse al Congreso y al pueblo.... Un banco autorizado para emitir dinero es un peligro mayor para la libertad que un ejército...”

En 1836 se creó el segundo Banco Nacional de los Estados Unidos; fue cerrado por el presidente Andrew Jackson que, curiosamente, fue el primer mandatario norteamericano baleado. Durante los próximos 77 años en ese país no hubo ninguna institución semejante.

Durante la Guerra Civil, apremiado por la necesidad de dinero y ante los altos intereses cobrados por los bancos, Lincoln ordenó al Departamento del Tesoro imprimir papel moneda, cosa que no fue aceptada por la banca privada que años más tarde obligó a revocar la medida. Lincoln fue el primer presidente muerto en un atentado.

En la Navidad de 1913, en vísperas de la Primera Guerra Mundial, asesorado por un grupo de banqueros privados, en circunstancias en las que probablemente el gobierno necesitaba más dinero del que podía respaldar con sus reservas, el presidente Woodrow Wilson dio luz verde a la creación de la Reserva Federal, despojando al Congreso de la facultad para crear el dinero y privatizando esa gestión, algo que en 137 años ningún Congreso y ningún presidente habían aceptado.

En medio de duras críticas y debates que llevaron incluso a pronunciamientos del Tribunal Supremo, el sistema de la Reserva Federal funcionó sin que sus efectos se hicieran notar, sobre todo por la prosperidad enconómica que acompañó a los periodos asociados a las dos guerras mundiales y a las decisiones de posguerra que convirtieron al dólar en la divisa por excelencia.

En la década de los sesenta, en medio de los intentos por reformar la sociedad norteamericana, el presidente John F. Kennedy chocó con el sistema de la Reserva Federal al que consideró repugnante. El 4 de junio de 1963, ordenó al Departamento del Tesoro crear el dinero del país. De ese modo nacieron los Billetes Kennedy emitidos por el Tesoro y se firmó la sentencia de muerte de la Reserva Federal. Según algunos, esa decisión le costó la vida.

Lo cierto es que, hasta donde se sabe, en los Estados Unidos, el país donde más bancos funcionan en el mundo, alrededor de 10,000, ninguno es estatal. De esa enorme cantidad, una docena de los más grandes se asocian para formar la Reserva Federal, que es, en todos los sentidos, una entidad privada a la cual, en 1913, se concedió la atribución para “crear” el dinero de la nación.

Dado que la Constitución norteamericana, en su Sección 8 establece que: “El Congreso tendrá facultades... para acuñar moneda, reglamentar el valor de ésta y de la moneda extranjera y fijar normas de pesas y medidas...”, nunca ha dejado de existir el debate acerca de la inconstitucionalidad de la existencia de la Reserva Federal.


Al margen de esa discusión, sería bueno precisar algunas contradicciones e inconsecuenicas presentes en el actual debate acerca de la crisis del sistema financiero de los Estados Unidos.

Es probable que para deshacer el enorme entuerto creado, haya que retroceder tanto que resulte inviable. En realidad, ningún gobierno tuvo nunca facultades para “desregular” el sector financiero debido a que la mencionada Sección 8 de la Constitución afirma todo lo contrario: “El Congreso tendrá facultades... para acuñar moneda, reglamentar el valor de ésta y de la moneda extranjera...”

Por otra parte, cuando la Reserva Federal (que es corporación privada) acude al rescate financiero de AIG por 85,000 millones de dólares, lo que se produce no es una nacionalización, sino la adquisición de una entidad privada por otra formada por 12 bancos. Los bancos integrantes de la Reserva Federal, y no el pueblo, son ahora los propietarios de AIG.

Otra cosa muy distinta es que sea el pueblo de los Estados Unidos quien paga por la operación. No todos los norteamericanos saben que el gobierno abona intereses a la Reserva Federal por crear dinero, algunos ignoran cómo lo hace y en qué cuantía.

El sistema funciona así:

En 1913 se creó la Reserva Federal a la cual se transfirió la facultad de crear el dinero de los Estados Unidos. Ese mismo año, como parte del mismo proceso de reordenamiento financiero, se adoptó la 16 Enmienda a la Constitución que autorizó al gobierno a “imponer y recaudar impuestos sobre el ingreso...”, esa recaudación se destina exclusivamente a pagar los intereses que cobra la Reserva Federal por emitir y prestar dinero al gobierno.

De modo, que los 700,000 millones de dólares que pide Bush para la operación de salvamento del sistema financiero serán aportados por los bancos de la Reserva Federal. Por cada uno de esos billetes, tales bancos percibirán un interés que será pagado por el impuesto sobre los ingresos.

El trato es así: Una vez que el Congreso autorice el egreso de los 700,000 millones, la Reserva Federal encargará a la Tesorería la impresión del dinero y pagará por ello, aproximadamente unos siete centavos por billete. Como quiera que lo que se paga es la impresión, la Reserva Federal abona lo mismo por un billete de un dólar que por otro de cien, pues en tanto que papel impreso, el costo de producción no varía.

Para los bancos, el negocio comienza cuando, al facilitar el dinero al gobierno, la Reserva Federal cobra los intereses de acuerdo al estado de las tasas de interés en el momento de la operación. Para hacer más enigmática y, probablemente fraudulenta la operación, es la propia Reserva Federal y no el Congreso quien fija las tasas de interés.

Ignoro si la operación financiera propuesta por Bush puede ser un paliativo o no. Lo único seguro es que se trata de un negocio en el que los bancos privados ganan y el pueblo pierde. La crisis actual no es exclusivamente financiera, es estructural, es sistemática y tal vez no se trate de una coyuntura. Vivir para ver.

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