Por Carolina Arenes / Desconfianza
Rossana Reguillo, autora de un libro clave como Estrategias del desencanto: Emergencias de culturas juveniles (Norma), estudió la Encuesta Nacional de Juventud que se hizo en México hace 4 años y observó que los jóvenes adhieren más a causas que a organizaciones. Sospechar de los partidos y de las burocracias, comprobó, parece ser una tendencia global, como también el estar dispuestos, por lo menos algunos sectores, a adherir a causas ecológicas, indígenas o movimientos urbanos, aunque sea de manera transitoria. Cuando las causas se burocratizan, cuando adquieren formas más institucionales, se vuelven desconfiables.
No por nada, por otra parte, la masiva apropiación que hicieron los jóvenes de Internet ha sido leída también en clave contestataria: proyectos como wikipedia (suerte de enciclopedia colectiva cuyo objetivo es la construcción de un saber global) y distintas comunidades on-line y weblogs, van dándole forma a la máxima promesa de la utopía tecnológica: democratización del saber, ausencia de jerarquías preestablecidas y de mediadores. De hecho, la red ha canalizado buena parte de las expresiones contraculturales de los jóvenes y ha servido de inmejorable plataforma de convocatoria incluso para actividades políticas y solidarias siempre ajenas a las grandes corporaciones.
Cuando los adultos impugnan a los jóvenes por la tan mentada falta de compromiso parecen hacerlos responsables a ellos de la caída de un sistema de valores -la comunidad, lo público, el bien común- jaqueado por la emergencia de una nueva ética que, aunque no es reconocida públicamente como meritoria, domina la experiencia de nuestra época. Y en esa nueva ética está, sin duda, el culto al individualismo. La anomia y la apatía, suelen decir los especialistas, no son más que una estrategia para enfrentar la incertidumbre.
Y ahí sí, los jóvenes muestran su diferencia respecto de los adultos. Porque con la apropiación de las nuevas tecnologías ingresan en un mundo desterritorializado, sin anclajes de identidad tan apegados a lo local como se dio en generaciones anteriores. Lúcido y sensible analista de nuestro tiempo, Jesús Martín Barbero lo pone en estos términos: frente a las culturas letradas -ligadas estructuralmente al territorio y a la lengua-, las culturas audiovisuales se congregan en comunidades virtuales que responden a nuevas maneras de sentir y expresar la identidad, incluida la identidad nacional. No es que los jóvenes vivan aislados o desconectados, dirá también Néstor García Canclini en Diferentes, desiguales y desconectados, sino que eligen a qué conectarse: "Para los jóvenes, estar desconectados es desconectarse del mundo de los adultos y construir su propio espacio generacional a través de otras conexiones."
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Cuaderno de amor a Haití / La Naranja / Cuando la metáfora es un laberinto / Michele Martínez: Candadita a Alcaldesa de Santa Ana /
Rossana Reguillo, autora de un libro clave como Estrategias del desencanto: Emergencias de culturas juveniles (Norma), estudió la Encuesta Nacional de Juventud que se hizo en México hace 4 años y observó que los jóvenes adhieren más a causas que a organizaciones. Sospechar de los partidos y de las burocracias, comprobó, parece ser una tendencia global, como también el estar dispuestos, por lo menos algunos sectores, a adherir a causas ecológicas, indígenas o movimientos urbanos, aunque sea de manera transitoria. Cuando las causas se burocratizan, cuando adquieren formas más institucionales, se vuelven desconfiables.
No por nada, por otra parte, la masiva apropiación que hicieron los jóvenes de Internet ha sido leída también en clave contestataria: proyectos como wikipedia (suerte de enciclopedia colectiva cuyo objetivo es la construcción de un saber global) y distintas comunidades on-line y weblogs, van dándole forma a la máxima promesa de la utopía tecnológica: democratización del saber, ausencia de jerarquías preestablecidas y de mediadores. De hecho, la red ha canalizado buena parte de las expresiones contraculturales de los jóvenes y ha servido de inmejorable plataforma de convocatoria incluso para actividades políticas y solidarias siempre ajenas a las grandes corporaciones.
Cuando los adultos impugnan a los jóvenes por la tan mentada falta de compromiso parecen hacerlos responsables a ellos de la caída de un sistema de valores -la comunidad, lo público, el bien común- jaqueado por la emergencia de una nueva ética que, aunque no es reconocida públicamente como meritoria, domina la experiencia de nuestra época. Y en esa nueva ética está, sin duda, el culto al individualismo. La anomia y la apatía, suelen decir los especialistas, no son más que una estrategia para enfrentar la incertidumbre.
Y ahí sí, los jóvenes muestran su diferencia respecto de los adultos. Porque con la apropiación de las nuevas tecnologías ingresan en un mundo desterritorializado, sin anclajes de identidad tan apegados a lo local como se dio en generaciones anteriores. Lúcido y sensible analista de nuestro tiempo, Jesús Martín Barbero lo pone en estos términos: frente a las culturas letradas -ligadas estructuralmente al territorio y a la lengua-, las culturas audiovisuales se congregan en comunidades virtuales que responden a nuevas maneras de sentir y expresar la identidad, incluida la identidad nacional. No es que los jóvenes vivan aislados o desconectados, dirá también Néstor García Canclini en Diferentes, desiguales y desconectados, sino que eligen a qué conectarse: "Para los jóvenes, estar desconectados es desconectarse del mundo de los adultos y construir su propio espacio generacional a través de otras conexiones."
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Cuaderno de amor a Haití / La Naranja / Cuando la metáfora es un laberinto / Michele Martínez: Candadita a Alcaldesa de Santa Ana /
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