Por Michael Clemens y David McKenzie
El movimiento de trabajadores cualificados desde los países pobres a los ricos no es algo que haya que temer. A largo plazo, beneficiará a ambos.
«Es robar capital humano a los países pobres»
No. Muchos de los mismos países a los que Estados Unidos corteja mediante acuerdos comerciales y de ayudas se quejan amargamente de la fuga de cerebros, de la marcha de sus médicos, científicos e ingenieros hacia éste y otros países ricos. Si llevaran razón, estas quejas significarían que las actuales políticas de inmigración responden a una política exterior que resulta contraproducente. Afortunadamente, sin embargo, el flujo de emigrantes cualificados puede beneficiar a ambas partes.
Esta extendida idea de que la emigración cualificada equivale a robar conlleva un estrafalario conjunto de supuestos sobre los países en desarrollo. En primer lugar, exige asumir que este tipo de países poseen un stock finito de trabajadores cualificados, que se ve mermado con cada persona que se marcha. En realidad la gente responde a los incentivos creados por la emigración: enormes cantidades de trabajadores cualificados de países en desarrollo han sido inducidos a adquirir esa formación por la oportunidad de conseguir grandes ingresos en el extranjero.
Ésa es la razón de que Filipinas, que envía al extranjero más enfermeras que ningún otro país en desarrollo, todavía cuente con más enfermeras per capita en el propio país de las que tiene Gran Bretaña. Recientes investigaciones muestran también que un gran aumento repentino de la emigración cualificada desde un país en desarrollo a un destino que favorezca unas habilidades determinadas puede provocar el correspondiente aumento repentino en la adquisición de esa formación en la nación de origen.
En segundo lugar, creer que la emigración cualificada equivale a robar a los países con menos recursos implica asumir que los propios trabajadores cualificados no son pobres. En Zambia, una enfermera tiene que vivir con menos de 1.500 dólares al año —medidos a precios estadounidenses, no de este país africano— y un médico debe arreglárselas con menos de 5.500 dólares al año, de nuevo a precios de EE UU. Si estos fueran los sueldos anuales de usted, y tuviera que enfrentarse a los precios estadounidenses o europeos, con toda probabilidad se consideraría a sí mismo un indigente. En tercer lugar, creer que la decisión de emigrar de una persona constituye robar conlleva una serie de supuestos problemáticos sobre los derechos de esa persona. La Declaración Universal de los Derechos Humanos de Naciones Unidas afirma que todas las personas tienen un derecho incondicional a abandonar cualquier país. Los emigrantes cualificados no son propiedad de sus países de origen, y deberían tener los mismos derechos a la libertad de movimiento que los profesionales del Primer Mundo.
«Es un desperdicio de dinero formar a gente que sólo planea emigrar»
En realidad no. La creencia de que los emigrantes cualificados tienen que causar pérdidas de fondos públicos en la misma medida de lo que cuesta su formación está basada en una serie de estereotipos. En primer lugar, hay grandes cantidades de emigrantes cualificados que se financian su propia formación o lo hacen con becas extranjeras. Una encuesta realizada a miembros de la Asociación Médica Americana nacidos en África reveló que cerca de la mitad había adquirido su formación fuera de su país de nacimiento. En segundo lugar, muchos trabajan en los lugares de los que proceden durante largos periodos antes de su marcha. El mismo estudio descubrió que los doctores africanos en Estados Unidos y Canadá que se formaron en su país de nacimiento pasaron, de media, más de cinco años trabajando en ese país antes de emigrar. Esto constituye unos retornos sustanciales de todas las inversiones en su educación.
En tercer lugar, existe el estereotipo de que los emigrantes cualificados envían poco dinero a sus naciones de origen, ya que suelen provenir de familias pertenecientes a las élites y a llevarse a sus familiares inmediatos con ellos cuando parten. Pero nuevas investigaciones demuestran que esto es simplemente infundado. Los emigrantes cualificados tienden además a ganar mucho más que los no cualificados y, teniendo en cuenta todos los factores, esto significa que alguien con educación universitaria proveniente de una nación en desarrollo envía más dinero a casa que uno, por lo demás idéntico, con menos formación. La encuesta realizada a médicos africanos mencionada anteriormente reveló que por lo general envían a su país mucho más remesas que lo que cuesta formarlos, especialmente a los Estados más pobres. Esto significa que para un típico país africano en su conjunto, incluso si el 100% de la formación de un médico se hubiera financiado con fondos públicos, la emigración de ese médico todavía ofrecería beneficios netos.
En cuarto lugar, simplemente no es verdad que toda la educación superior en los países de bajos ingresos se produzca gracias a masivas subvenciones estatales. Cuando la educación superior subvencionada por los organismos públicos es la única manera para que alguien que todavía no es rico adquiera esa formación, la emigración de esa persona necesariamente significa que el subsidio emigra también. Pero incluso en los países de muy bajos ingresos, existen medios alternativos de financiar la formación superior. Uno es crear maneras de que los estudiantes paguen por adelantado su propia educación, como ha hecho la Universidad Makerere en Uganda, pero que muchos centros no hacen. Otro es que el gobierno proporcione créditos para que los estudiantes puedan pagar por su educación después de finalizarla, lo que Kenia ha hecho, pero que muchos gobiernos africanos no hacen. Ambos sistemas rompen el vínculo necesario entre la partida de un trabajador y la partida de la subvención pública.
En Filipinas, la formación de la amplia mayoría de las enfermeras que abandonan el país está financiada por las propias estudiantes, los contratadores o los empresarios extranjeros, no por la población; no existe ninguna razón por la que no se pudieran establecer escuelas profesionales similares por toda África.
«Los emigrantes cualificados que se marchan a un país rico nunca regresan»
Falso. Un sorprendente ejemplo lo encontramos en una investigacion reciente en el Pacífico, cuyos índices de emigración cualificada están entre los más altos del mundo. Fijémonos en Tonga, una pequeña isla-nación con una población de sólo 100.000 habitantes, en la que el estereotipo haría pensar que los trabajadores tienen pocos alicientes para regresar. Incluso en este caso, a la edad de 35 años, un poco más de un tercio de los estudiantes más brillantes del país que se habían marchado al extranjero tras el instituto estaban ya de vuelta y trabajando en Tonga. Y en Papua Nueva Guinea, la mitad de los emigrantes mejor formados académicamente habían regresado al país antes de los treinta y pocos.
En Estados Unidos, más de un 20% de los estudiantes extranjeros que reciben el doctorado tienen firmes compromisos para regresar a sus países de origen en el momento de la graduación, y es muy probable que muchos más regresen durante los años siguientes. Lógicamente, existe una gran variación según los países: es mucho más probable que los emigrantes regresen a economías prósperas y con buenas perspectivas de empleo, como se puede ver en los flujos de trabajadores indios del sector tecnológico que han vuelto a su país en la última década. Pero incluso en casos en los que son pocos los emigrantes que regresan, los que lo hacen pueden estar especialmente motivados por un deseo de ayudar a su país de origen y pueden volver para desempeñar puestos clave de liderazgo. Cálculos recientes revelan que desde 1950, 165 ex jefes de gobierno y 46 actuales recibieron su educación superior en Estados Unidos.
«La fuga de médicos mata gente en África»
Para nada. Permitir o fomentar que los médicos abandonen África con destino a los países ricos puede reducir el número de médicos en sus países de origen, aunque ni siquiera esto está claro si más gente emprende una formación médica con la esperanza de emigrar. No obstante, el nivel de la asistencia sanitaria que proporcionan los doctores en África depende de una enorme variedad de factores que tienen poco o nada que ver con el movimiento internacional, como los escasos sueldos en los servicios públicos de sanidad, los exiguos o inexistentes incentivos al servicio rural, los pocos incentivos de cualquier otra clase para el buen rendimiento, la ausencia de suministros médicos y farmacéuticos adecuados, la falta de adecuación de la formación a los problemas sanitarios de los más pobres, la endeble infraestructura de trasporte, o los pésimos sistemas sanitarios.
Para ilustrar sólo uno de estos ejemplos —la falta de incentivos en los servicios rurales—, las políticas que limitan las posibilidades del movimiento internacional per se no modifican los fuertes alicientes que tienen los médicos africanos para concentrarse en áreas urbanas lejos de la población con menos acceso a los servicios sanitarios. Nairobi alberga sólo al 8% de la población de Kenia, pero al 66 por ciento de sus médicos. En Mozambique, viven más médicos en la capital, Maputo (un 51%), que en todo el resto del país, aunque esta ciudad reúne sólo al 8% de la población nacional. Aproximadamente la mitad de los doctores etíopes trabajan en la capital, Addis Abeba, donde sólo vive uno de cada 20 habitantes.
Éstas y las otras muchas barreras a la efectividad de los médicos en su propio país pueden explicar porqué, a lo largo de 53 países Estados, no existe absolutamente ninguna relación entre la partida de los médicos o enfermeras y las malas estadísticas sanitarias medidas por indicadores como la mortalidad infantil o el porcentaje de partos atendidos por profesionales de la sanidad modernos. Si acaso, la relación sería positiva: los países africanos con el mayor número de médicos residiendo en el extranjero en países ricos son habitualmente los que registran la menor mortalidad infantil, y viceversa. Esto indica que, sea lo que sea lo que está determinando si los niños del Continente viven o mueren, otros factores al margen de la emigración internacional de los médicos son mucho más importantes. Enredar con la inmigración o las políticas de contratación de los países de destino no hace nada para abordar esos problemas subyacentes.
«Los emigrantes cualificados crean vínculos para el comercio y la inversión»
No siempre. Al igual que normalmente se exageran los temores sobre los posibles efectos negativos de la fuga de cerebros, otro tanto sucede con el bombo que se da a la capacidad que tienen los países de aprovechar su diáspora para establecer oportunidades de comercio e inversión. El bien conocido caso de los emigrantes de Silicon Valley que han facilitado el crecimiento de las industrias de tecnologías de la información de Taiwan, China e India es un importante ejemplo que demuestra que la presencia de trabajadores altamente cualificados en el extranjero puede tener un efecto de transformación sobre la industria del país de origen. Pero desgraciadamente, ésta es más la excepción que la regla.
En particular, no es probable que los emigrantes cualificados de las pequeñas islas y del África subsahariana, donde las tasas de emigrantes muy cualificados son las más altas, se embarquen en tratos comerciales o inversiones. Nuevos estudios muestran que menos del 5% de los emigrantes cualificados de Tonga, Micronesia y Ghana no suelen contribuir a que su país de origen firme un acuerdo comercial, y cuando lo han hecho, el importe de esos tratos ha sido modesto. Pocos emigrantes de estos países habían realizado inversiones en sus países —como mucho habían enviado cantidades de unos 2.000-3.000 dólares para financiar pequeños proyectos.
Sin embargo, los trabajadores cualificados sí siguen implicándose con sus países de origen de muchos otros modos aparte de las remesas. Pueden ser una importante fuente de turismo; más de 500.000 personas que visitan la República Dominicana cada año son dominicanos que viven en el extranjero. Son además promotores de más turismo: del 60 al 80 por ciento de los emigrantes cualificados de cuatro países del Pacífico y Ghana aconsejan a otros sobre viajes a sus lugares de origen. Indirectamente estimulan el comercio, a través de la consumición de productos provenientes de su país, y transfieren conocimientos sobre las opciones de estudio y trabajo en el extranjero. La falta de implicación en actividades de comercio e inversión refleja en buena medida, por tanto, la ausencia de oportunidades productivas en los Estados de procedencia, no la falta de interés por parte de los emigrantes de ayudar a sus países.
La teoría generalmente aceptada solía sostener que la riqueza de un país decrecía cuando éste importaba bienes del extranjero, puesto que, obviamente, el dinero era riqueza y, obviamente, comprar productos fuera de las fronteras enviaba dinero al extranjero. Adam Smith sostenía que el desarrollo económico —o la riqueza de las naciones— depende no de las reservas de efectivo de un país sino de cambios estructurales que el intercambio internacional podría promover. En la actual era de la información, se ha asentado la creencia de que el capital humano domina ahora la riqueza de las naciones, y que su marcha en cualquiera que sea la circunstancia daña al desarrollo de un país. Pero éste es mucho más complejo.
No obstante, gracias a nuevas investigaciones, ahora sabemos que la circulación internacional de personas con formación cambia los incentivos para adquirir una educación, envía enormes cantidades de dinero a través de las fronteras, conlleva movimientos de ida y vuelta, y puede contribuir a la difusión del comercio, la inversión, la tecnología y las ideas. Todo esto encaja difícilmente con un concepto como el de fuga de cerebros, una caricatura que haríamos bien en descartar en favor de una visión más compleja de los vínculos entre el movimiento humano y el desarrollo.
Tomado de FP en Español
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El movimiento de trabajadores cualificados desde los países pobres a los ricos no es algo que haya que temer. A largo plazo, beneficiará a ambos.
«Es robar capital humano a los países pobres»
No. Muchos de los mismos países a los que Estados Unidos corteja mediante acuerdos comerciales y de ayudas se quejan amargamente de la fuga de cerebros, de la marcha de sus médicos, científicos e ingenieros hacia éste y otros países ricos. Si llevaran razón, estas quejas significarían que las actuales políticas de inmigración responden a una política exterior que resulta contraproducente. Afortunadamente, sin embargo, el flujo de emigrantes cualificados puede beneficiar a ambas partes.
Esta extendida idea de que la emigración cualificada equivale a robar conlleva un estrafalario conjunto de supuestos sobre los países en desarrollo. En primer lugar, exige asumir que este tipo de países poseen un stock finito de trabajadores cualificados, que se ve mermado con cada persona que se marcha. En realidad la gente responde a los incentivos creados por la emigración: enormes cantidades de trabajadores cualificados de países en desarrollo han sido inducidos a adquirir esa formación por la oportunidad de conseguir grandes ingresos en el extranjero.
Ésa es la razón de que Filipinas, que envía al extranjero más enfermeras que ningún otro país en desarrollo, todavía cuente con más enfermeras per capita en el propio país de las que tiene Gran Bretaña. Recientes investigaciones muestran también que un gran aumento repentino de la emigración cualificada desde un país en desarrollo a un destino que favorezca unas habilidades determinadas puede provocar el correspondiente aumento repentino en la adquisición de esa formación en la nación de origen.
En segundo lugar, creer que la emigración cualificada equivale a robar a los países con menos recursos implica asumir que los propios trabajadores cualificados no son pobres. En Zambia, una enfermera tiene que vivir con menos de 1.500 dólares al año —medidos a precios estadounidenses, no de este país africano— y un médico debe arreglárselas con menos de 5.500 dólares al año, de nuevo a precios de EE UU. Si estos fueran los sueldos anuales de usted, y tuviera que enfrentarse a los precios estadounidenses o europeos, con toda probabilidad se consideraría a sí mismo un indigente. En tercer lugar, creer que la decisión de emigrar de una persona constituye robar conlleva una serie de supuestos problemáticos sobre los derechos de esa persona. La Declaración Universal de los Derechos Humanos de Naciones Unidas afirma que todas las personas tienen un derecho incondicional a abandonar cualquier país. Los emigrantes cualificados no son propiedad de sus países de origen, y deberían tener los mismos derechos a la libertad de movimiento que los profesionales del Primer Mundo.
«Es un desperdicio de dinero formar a gente que sólo planea emigrar»
En realidad no. La creencia de que los emigrantes cualificados tienen que causar pérdidas de fondos públicos en la misma medida de lo que cuesta su formación está basada en una serie de estereotipos. En primer lugar, hay grandes cantidades de emigrantes cualificados que se financian su propia formación o lo hacen con becas extranjeras. Una encuesta realizada a miembros de la Asociación Médica Americana nacidos en África reveló que cerca de la mitad había adquirido su formación fuera de su país de nacimiento. En segundo lugar, muchos trabajan en los lugares de los que proceden durante largos periodos antes de su marcha. El mismo estudio descubrió que los doctores africanos en Estados Unidos y Canadá que se formaron en su país de nacimiento pasaron, de media, más de cinco años trabajando en ese país antes de emigrar. Esto constituye unos retornos sustanciales de todas las inversiones en su educación.
En tercer lugar, existe el estereotipo de que los emigrantes cualificados envían poco dinero a sus naciones de origen, ya que suelen provenir de familias pertenecientes a las élites y a llevarse a sus familiares inmediatos con ellos cuando parten. Pero nuevas investigaciones demuestran que esto es simplemente infundado. Los emigrantes cualificados tienden además a ganar mucho más que los no cualificados y, teniendo en cuenta todos los factores, esto significa que alguien con educación universitaria proveniente de una nación en desarrollo envía más dinero a casa que uno, por lo demás idéntico, con menos formación. La encuesta realizada a médicos africanos mencionada anteriormente reveló que por lo general envían a su país mucho más remesas que lo que cuesta formarlos, especialmente a los Estados más pobres. Esto significa que para un típico país africano en su conjunto, incluso si el 100% de la formación de un médico se hubiera financiado con fondos públicos, la emigración de ese médico todavía ofrecería beneficios netos.
En cuarto lugar, simplemente no es verdad que toda la educación superior en los países de bajos ingresos se produzca gracias a masivas subvenciones estatales. Cuando la educación superior subvencionada por los organismos públicos es la única manera para que alguien que todavía no es rico adquiera esa formación, la emigración de esa persona necesariamente significa que el subsidio emigra también. Pero incluso en los países de muy bajos ingresos, existen medios alternativos de financiar la formación superior. Uno es crear maneras de que los estudiantes paguen por adelantado su propia educación, como ha hecho la Universidad Makerere en Uganda, pero que muchos centros no hacen. Otro es que el gobierno proporcione créditos para que los estudiantes puedan pagar por su educación después de finalizarla, lo que Kenia ha hecho, pero que muchos gobiernos africanos no hacen. Ambos sistemas rompen el vínculo necesario entre la partida de un trabajador y la partida de la subvención pública.
En Filipinas, la formación de la amplia mayoría de las enfermeras que abandonan el país está financiada por las propias estudiantes, los contratadores o los empresarios extranjeros, no por la población; no existe ninguna razón por la que no se pudieran establecer escuelas profesionales similares por toda África.
«Los emigrantes cualificados que se marchan a un país rico nunca regresan»
Falso. Un sorprendente ejemplo lo encontramos en una investigacion reciente en el Pacífico, cuyos índices de emigración cualificada están entre los más altos del mundo. Fijémonos en Tonga, una pequeña isla-nación con una población de sólo 100.000 habitantes, en la que el estereotipo haría pensar que los trabajadores tienen pocos alicientes para regresar. Incluso en este caso, a la edad de 35 años, un poco más de un tercio de los estudiantes más brillantes del país que se habían marchado al extranjero tras el instituto estaban ya de vuelta y trabajando en Tonga. Y en Papua Nueva Guinea, la mitad de los emigrantes mejor formados académicamente habían regresado al país antes de los treinta y pocos.
En Estados Unidos, más de un 20% de los estudiantes extranjeros que reciben el doctorado tienen firmes compromisos para regresar a sus países de origen en el momento de la graduación, y es muy probable que muchos más regresen durante los años siguientes. Lógicamente, existe una gran variación según los países: es mucho más probable que los emigrantes regresen a economías prósperas y con buenas perspectivas de empleo, como se puede ver en los flujos de trabajadores indios del sector tecnológico que han vuelto a su país en la última década. Pero incluso en casos en los que son pocos los emigrantes que regresan, los que lo hacen pueden estar especialmente motivados por un deseo de ayudar a su país de origen y pueden volver para desempeñar puestos clave de liderazgo. Cálculos recientes revelan que desde 1950, 165 ex jefes de gobierno y 46 actuales recibieron su educación superior en Estados Unidos.
«La fuga de médicos mata gente en África»
Para nada. Permitir o fomentar que los médicos abandonen África con destino a los países ricos puede reducir el número de médicos en sus países de origen, aunque ni siquiera esto está claro si más gente emprende una formación médica con la esperanza de emigrar. No obstante, el nivel de la asistencia sanitaria que proporcionan los doctores en África depende de una enorme variedad de factores que tienen poco o nada que ver con el movimiento internacional, como los escasos sueldos en los servicios públicos de sanidad, los exiguos o inexistentes incentivos al servicio rural, los pocos incentivos de cualquier otra clase para el buen rendimiento, la ausencia de suministros médicos y farmacéuticos adecuados, la falta de adecuación de la formación a los problemas sanitarios de los más pobres, la endeble infraestructura de trasporte, o los pésimos sistemas sanitarios.
Para ilustrar sólo uno de estos ejemplos —la falta de incentivos en los servicios rurales—, las políticas que limitan las posibilidades del movimiento internacional per se no modifican los fuertes alicientes que tienen los médicos africanos para concentrarse en áreas urbanas lejos de la población con menos acceso a los servicios sanitarios. Nairobi alberga sólo al 8% de la población de Kenia, pero al 66 por ciento de sus médicos. En Mozambique, viven más médicos en la capital, Maputo (un 51%), que en todo el resto del país, aunque esta ciudad reúne sólo al 8% de la población nacional. Aproximadamente la mitad de los doctores etíopes trabajan en la capital, Addis Abeba, donde sólo vive uno de cada 20 habitantes.
Éstas y las otras muchas barreras a la efectividad de los médicos en su propio país pueden explicar porqué, a lo largo de 53 países Estados, no existe absolutamente ninguna relación entre la partida de los médicos o enfermeras y las malas estadísticas sanitarias medidas por indicadores como la mortalidad infantil o el porcentaje de partos atendidos por profesionales de la sanidad modernos. Si acaso, la relación sería positiva: los países africanos con el mayor número de médicos residiendo en el extranjero en países ricos son habitualmente los que registran la menor mortalidad infantil, y viceversa. Esto indica que, sea lo que sea lo que está determinando si los niños del Continente viven o mueren, otros factores al margen de la emigración internacional de los médicos son mucho más importantes. Enredar con la inmigración o las políticas de contratación de los países de destino no hace nada para abordar esos problemas subyacentes.
«Los emigrantes cualificados crean vínculos para el comercio y la inversión»
No siempre. Al igual que normalmente se exageran los temores sobre los posibles efectos negativos de la fuga de cerebros, otro tanto sucede con el bombo que se da a la capacidad que tienen los países de aprovechar su diáspora para establecer oportunidades de comercio e inversión. El bien conocido caso de los emigrantes de Silicon Valley que han facilitado el crecimiento de las industrias de tecnologías de la información de Taiwan, China e India es un importante ejemplo que demuestra que la presencia de trabajadores altamente cualificados en el extranjero puede tener un efecto de transformación sobre la industria del país de origen. Pero desgraciadamente, ésta es más la excepción que la regla.
En particular, no es probable que los emigrantes cualificados de las pequeñas islas y del África subsahariana, donde las tasas de emigrantes muy cualificados son las más altas, se embarquen en tratos comerciales o inversiones. Nuevos estudios muestran que menos del 5% de los emigrantes cualificados de Tonga, Micronesia y Ghana no suelen contribuir a que su país de origen firme un acuerdo comercial, y cuando lo han hecho, el importe de esos tratos ha sido modesto. Pocos emigrantes de estos países habían realizado inversiones en sus países —como mucho habían enviado cantidades de unos 2.000-3.000 dólares para financiar pequeños proyectos.
Sin embargo, los trabajadores cualificados sí siguen implicándose con sus países de origen de muchos otros modos aparte de las remesas. Pueden ser una importante fuente de turismo; más de 500.000 personas que visitan la República Dominicana cada año son dominicanos que viven en el extranjero. Son además promotores de más turismo: del 60 al 80 por ciento de los emigrantes cualificados de cuatro países del Pacífico y Ghana aconsejan a otros sobre viajes a sus lugares de origen. Indirectamente estimulan el comercio, a través de la consumición de productos provenientes de su país, y transfieren conocimientos sobre las opciones de estudio y trabajo en el extranjero. La falta de implicación en actividades de comercio e inversión refleja en buena medida, por tanto, la ausencia de oportunidades productivas en los Estados de procedencia, no la falta de interés por parte de los emigrantes de ayudar a sus países.
La teoría generalmente aceptada solía sostener que la riqueza de un país decrecía cuando éste importaba bienes del extranjero, puesto que, obviamente, el dinero era riqueza y, obviamente, comprar productos fuera de las fronteras enviaba dinero al extranjero. Adam Smith sostenía que el desarrollo económico —o la riqueza de las naciones— depende no de las reservas de efectivo de un país sino de cambios estructurales que el intercambio internacional podría promover. En la actual era de la información, se ha asentado la creencia de que el capital humano domina ahora la riqueza de las naciones, y que su marcha en cualquiera que sea la circunstancia daña al desarrollo de un país. Pero éste es mucho más complejo.
No obstante, gracias a nuevas investigaciones, ahora sabemos que la circulación internacional de personas con formación cambia los incentivos para adquirir una educación, envía enormes cantidades de dinero a través de las fronteras, conlleva movimientos de ida y vuelta, y puede contribuir a la difusión del comercio, la inversión, la tecnología y las ideas. Todo esto encaja difícilmente con un concepto como el de fuga de cerebros, una caricatura que haríamos bien en descartar en favor de una visión más compleja de los vínculos entre el movimiento humano y el desarrollo.
Tomado de FP en Español
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