Por Arturo Cardona Mattei / Escritor y poeta puertorriqueño
Toda época pasada nos parece mejor. Tendemos a ser románticos con los tiempos ya ídos. Buscamos calma y consuelo en un pasado que no vivimos. Idealizamos lo que ya es historia consumada. Pero la ley del vino -mientras más viejo mejor- no es aplicable a la historia humana. Toda época tiene sus terrones de azúcar y sus gotas de hiel. No hay tal cosa como una época perfecta. Tampoco se puede hablar de una época en total desgracia. El hombre siempre ha sabido barajar las buenas y las malas en las cuales le ha tocado vivir. Ha sabido despertar su agudeza mental en los tiempos más aciagos. Y en los tiempos más prósperos se ha dormido en sus laureles. Y es que el deseo por la vida supera enormemente cualquier circunstancia que parezca aplastar ese sentimiento natural. La vida es movimiento. El estancamiento es muerte.
En el 1898, el general Nelson Miles coló su ejército por la bahía de Guánica. Aquel general, con su ejército y su pecosa bandera, llegaron a nuestra isla con grandes promesas de libertad y progreso económico. La soberanía anterior -la española- había dejado una estela de pobreza en todos sus niveles. La nueva soberanía -la norteamericana- traía el hilo y la tela con la cual nos harían un nuevo traje social, político y económico. El nuevo Amo cogió las cosas con calma y su recetario no resultó ser tan mágico como se vociferaba. Puerto Rico estaba en los niveles de una pobreza paupérrima. Pero el resto del mundo -desde México hasta la Argentina- no estaba en condiciones de ser codiciado. La pobreza siempre ha estado acompañando a la humanidad.
En el 1929 nace Lamento Borincano, de Rafael Hernández. El norteño nuevo Amo llevaba ya treinta y un años ondeando su bandera y sus promesas sobre su nuevo pedestal colonial. Es a través de su Lamento Borincano donde Rafael Hernández plasma en toda su crudeza la realidad social y económica que vivía su gente. Es poesía musicalizada que describe el lloro, el quejido aspero y amargo de todo un pueblo que se desenvolvía entre penurias. Eran los tiempos del jíbaro blanco que vivía en un mundo de estrecheces. Ese era el signo cotidiano. La casa era pequeña. La ropa no llenaba un gran espacio. El alimento monótono. No había una pirámide alimenticia que le enseñara a la gente qué cosas comer y beber. La lucha era ardua por conseguir lo necesario. El dolor se veía y sentía en el espejo.
«Si yo vendo la carga, mi Dios querido, un traje a mi viejita voy a comprar». No había mucho que vender, y casi nadie podía comprar. En esa encerrona amarga vivía el jibarito que tan elocuentemente lleva al pentagrama el aguadillano Rafael Hernández. Ese pasado histórico no se puede olvidar. Tampoco pretendemos, como sociedad, pasar por tiempos similares donde cada ser humano vea y sienta su vida estrujada por la más abyecta pobreza. Hasta aquí un pequeño terroncito de los lamentos de antaño.
Hoy es otro Puerto Rico. Del bohío del jibarito hemos llegado a la mansión de los muchos miles de dólares. Necesitamos una percha en cada cuarto para guindar el exceso de ropa. Y cuando no podemos aguantar todo el empuje de la nueva vida, entonces somos nosotros los que nos guindamos de la ley de quiebras; o del árbol más cercano y confiable. La comida la desperdiciamos. Tenemos lujos por montones. Hoy contamos con una pirámide alimenticia que nos hace más saludables. El caballo de antaño hoy tiene su nueva versión: un formidable Mustang que se traga la brea con sus más de doscientos caballos. Todos quisiéramos disfrutar de esos nuevos bienes de consumo. Se nos adoctrina para que consumamos todo lo que vemos y tocamos.
Sin que lo sepamos, en el vientre de todo este dulce progreso va la semilla de todos los lamentos de hogaño. La vida buena que llevamos tiene la compañía de muchos males sociales. La droga, la delincuencia juvenil, la corrupción de los mayores, una salud mental deficiente, una educación precaria, el alcoholismo, el divorcio, la inmoralidad rampante en todos los medios de comunicación. Este río es de aguas turbulentas. Los lamentos nunca nos abandonarán. Nuestro moderno Puerto Rico está viciadamente crucificado. El gobierno republicano de Luis Fortuño tiene urgencia de venderlo todo. La vergüenza y el recato políticos son cosa del pasado. Todo se le quiere entregar a los grandes capitales –nativos y foráneos- para que hagan con Puerto Rico lo que ellos estimen correcto. Al son que vamos muy bien pudieramos pasar a manos de los consorcios de Disney World y Bush Gardens. Un poco más y Puerto Rico podría convertirse en el manicomio de las antillas. Sólo un pueblo en pie de lucha constante podrá llevarnos a través de este cuatrienio tan alocado y desajustado. Nuestra sociedad está en crisis permanente. Los lobos y hienas tampoco duermen.
Caguas, Puerto Rico
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Indice: El ladrón bajo el abrigo / El sujeto fementido y el ladrón / Las zonas del carácter
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