Por Rachell López / Escritora puertorriqueña
«La poesía es vida, imaginación, libertad y sentido estético de la existencia. Es palabra encarnada. Se nutre de la hermandad de los hombres y las mujeres de este continente, rico en recursos de toda índole, en el que, no obstante, millones de sus habitantes padecen la injusticia, el hambre y la enfermedad. La poesía abomina la muerte, las flores segadas y los campos arrasados. Descree del lenguaje de las armas y no confía en las políticas económicas, sociales y culturales de las instituciones transnacionales. Rechaza la imposición de conductas y costumbres que realiza el fuerte y poderoso sobre los más débiles».
Este extracto de la Carta de los poetas por la paz y el desarrollo a los presidentes del continente americano - Mar del Plata, noviembre 2005- me parecen las palabras más exactas para describir el punto donde se conjugan el arte y el compromiso.
En 2005, el profesor José Manuel Maldonado Beltrán, catedrático de Filosofía y Humanidades en la Universidad de Puerto Rico, recinto de Aguadilla, originó el Proyecto ético Solidaridad con los niños de Haití, cuya función primordial es el contribuir a minimizar las consecuencias nefastas de exclusión, discrimen y violación de derechos civiles que atraviesa la población dominicana de ascendencia haitiana. Como es de conocimiento general, existen más de 500 bateyes a través de República Dominicana, área rural dentro de plantaciones de azúcar donde viven los trabajadores. Comunidades donde residen haitianos, dominico-haitianos y dominicanos pobres. Es generalmente un área muy limitada que acomoda a una gran cantidad de obreros y familias no provistos de las infraestructuras básicas esenciales: agua potable, electricidad, servicios sanitarios, servicios de salud y recogido de basura. Un espacio de dos metros cuadrados puede acomodar a una familia de seis personas. Comunidad excluida a la que el Estado Dominicano niega el derecho al nombre y a la nacionalidad, a pesar de que la Corte Interamericana de Derechos Humanos ordenó bajo sentencia vinculante, dictada el 8 de octubre de 2005, que les reconociera ese derecho.
Las vías por las que se transporta la caña de azúcar recogida en los bateyes hacia los almacenes que controlan su peso marcan el límite fronterizo entre República Dominicana y Haití, donde viven los más necesitados. En estos asentamientos de las plantaciones de caña, el índice de pobreza llega a un 70 porciento mientras que, en República Dominicana, es del 40 porciento. En ellos, la población haitiana está sometida a terribles condiciones laborales. Su sueldo no cubre ni siquiera la alimentación de la familia.
El proyecto auspicia la Escuela Anaísa, ubicada en el Batey Palmarejo, provincia de Santiago Rodríguez en República Dominicana. Gracias a la aportación del profesor Maldonado en colaboración de la Facultad de Humanidades, particularmente de su grupo de estudiantes que realiza las actividades de recaudación de fondos que luego se canalizan a través de la organización Movimiento de Mujeres Dominico Haitianas (MUDHA), los niños de esta comunidad alcanzan el cuarto grado en condiciones más aceptables.
«El hecho de que esta población se localice en las zonas más deprimentes de República Dominicana hace que aquellos niños y niñas que logran acceder a la escuela lo hagan en centros educativos con terribles carencias: deficientes infraestructuras, sin equipo ni materiales, con maestros voluntarios cuya formación, a su vez, es mínima. Y son niños y niñas cuya alimentación, muchas veces, es precaria y que no cuentan ni con zapatos para ir a la escuela. La ayuda se canaliza a través de MUDHA, ya que dicha escuela es un proyecto de autogestión de esta organización. Coordinamos con la señora Hilda Guerrero, activista, además del Grupo de los Excluídos, pues pretendemos que la colaboración llegue de la forma menos paternalista posible, como un acto de repudio a esta insensibilidad y como un paso de avance en la lucha por erradicar estas condiciones», nos comenta.
Robándole la frase al poeta cubano Alex Pausides, decimos: «para eso sirve la poesía, para unir geografías, lenguas, culturas y religiones». Y es que el trabajo de nuestro entrevistado nace de la sensibilidad del poeta y de la conciencia del humanista. Como ensayista y poeta siempre se le intuye una expresión de amor, disfrazada de denuncia social o como romántico verso: «Para que muera la guerra», «El aliento de la sangre”, «El seis de agosto no vimos el sol», «A Susan Sontag», «El evidente secreto de tus palabras”, «Otra biografía que escribir contigo» y «Obsesión de ti», son sólo unos ejemplos de estas pasiones que fluyen por una misma vena y que han sido recogidos en sus poemarios De Mares y de Sombras (2007), Este difícil Oficio de amarte (2008) y diversas revistas literarias de corte internacional. En su haber literario figuran las fundaciones de las revistas literarias El Cuervo y Luciérnaga que dirige actualmente.
Volviendo al tema que nos ocupa, Proyecto ético Solidaridad con los niños de Haití, nos plantemos lo que en esencia estipula la Declaración de los Derechos del Niño, (ONU, 1959): «Todo niño y niña tiene derecho a un nombre y una nacionalidad».
«El mayor problema es ser una comunidad legalmente inexistente. Los inmigrantes haitianos salen de su país sin papeles y llegan al país vecino a engrosar el número de invisibles. No existen ni a un lado ni al otro de este muro caribeño. También hay invisibles que llevan decenas de años viviendo en República Dominicana. Sus familias han nacido allí y sus hijos no han conocido Haití. Viven bajo la amenaza de la deportación. Aproximadamente medio millón de haitianos viven como ciudadanos sin tierra».
No contar con un acta de nacimiento impide que la persona indocumentada disfrute de la protección del Estado donde vive. Con esta desprotección, tampoco puede beneficiarse de los servicios sociales como la atención médica, la seguridad social o recibir una pensión. Teme emprender los pasos jurídicos por miedo a perder su trabajo y tiene que hacer lo que la vida que le han creado le permite y no lo que él puede hacer. No puede explotar su potencial humano en el ámbito de la educación, del trabajo y del crecimiento en todos los sentidos. Eso acaba por mermar hasta la manera de pensar, de querer y de relacionarse.
Como señalé en alguna otra nota que alguna vez redacté, quizás no podamos decir que la exclusión, el discrimen o la corrupción han de desaparecer, pero sí podemos asegurar que se han de minimizar si la esperanza viene acompañada de nuestro esfuerzo y la solidaridad internacional mediante el señalamiento de los casos en los foros que corresponden.
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Biografía / Entrevista / Carlos López Dzur / Indice Actualizado / Zonas del carácter / Indice: Heideggerianas / Indice: El hombre extendido / Indice: Cuaderno de amor a Haití / La Naranja / Cuaderno de amor a Haití / Entrevista a Alicia Fontecilla / Una guía desorentadora sobre los padres fundadores / Libertad y tiranía / Unión Hispanoamericana de Escritores: Carlos López Dzur / Teth mi serpiente / El Pueblo en sombras / San Sebastián del Pepino / Comevacas y tiznaos / Epica de San Sebastián del Pepino / El libro de la amistad y el amor: Indice / Rebeldía con esperanza: Entrevista con Carlos López Dzur / Indice: Canto al hermetismo / Reseña sobre la Obra de Carlos López Dzur: David Páez / Meditación del Ser / Como una amazona / Datos / Bibliografía pepiniana / Ruego de niña / Lo que averigué / Indice Actualizado: Las zonas del carácter
En 2005, el profesor José Manuel Maldonado Beltrán, catedrático de Filosofía y Humanidades en la Universidad de Puerto Rico, recinto de Aguadilla, originó el Proyecto ético Solidaridad con los niños de Haití, cuya función primordial es el contribuir a minimizar las consecuencias nefastas de exclusión, discrimen y violación de derechos civiles que atraviesa la población dominicana de ascendencia haitiana. Como es de conocimiento general, existen más de 500 bateyes a través de República Dominicana, área rural dentro de plantaciones de azúcar donde viven los trabajadores. Comunidades donde residen haitianos, dominico-haitianos y dominicanos pobres. Es generalmente un área muy limitada que acomoda a una gran cantidad de obreros y familias no provistos de las infraestructuras básicas esenciales: agua potable, electricidad, servicios sanitarios, servicios de salud y recogido de basura. Un espacio de dos metros cuadrados puede acomodar a una familia de seis personas. Comunidad excluida a la que el Estado Dominicano niega el derecho al nombre y a la nacionalidad, a pesar de que la Corte Interamericana de Derechos Humanos ordenó bajo sentencia vinculante, dictada el 8 de octubre de 2005, que les reconociera ese derecho.
Las vías por las que se transporta la caña de azúcar recogida en los bateyes hacia los almacenes que controlan su peso marcan el límite fronterizo entre República Dominicana y Haití, donde viven los más necesitados. En estos asentamientos de las plantaciones de caña, el índice de pobreza llega a un 70 porciento mientras que, en República Dominicana, es del 40 porciento. En ellos, la población haitiana está sometida a terribles condiciones laborales. Su sueldo no cubre ni siquiera la alimentación de la familia.
El proyecto auspicia la Escuela Anaísa, ubicada en el Batey Palmarejo, provincia de Santiago Rodríguez en República Dominicana. Gracias a la aportación del profesor Maldonado en colaboración de la Facultad de Humanidades, particularmente de su grupo de estudiantes que realiza las actividades de recaudación de fondos que luego se canalizan a través de la organización Movimiento de Mujeres Dominico Haitianas (MUDHA), los niños de esta comunidad alcanzan el cuarto grado en condiciones más aceptables.
«El hecho de que esta población se localice en las zonas más deprimentes de República Dominicana hace que aquellos niños y niñas que logran acceder a la escuela lo hagan en centros educativos con terribles carencias: deficientes infraestructuras, sin equipo ni materiales, con maestros voluntarios cuya formación, a su vez, es mínima. Y son niños y niñas cuya alimentación, muchas veces, es precaria y que no cuentan ni con zapatos para ir a la escuela. La ayuda se canaliza a través de MUDHA, ya que dicha escuela es un proyecto de autogestión de esta organización. Coordinamos con la señora Hilda Guerrero, activista, además del Grupo de los Excluídos, pues pretendemos que la colaboración llegue de la forma menos paternalista posible, como un acto de repudio a esta insensibilidad y como un paso de avance en la lucha por erradicar estas condiciones», nos comenta.
Robándole la frase al poeta cubano Alex Pausides, decimos: «para eso sirve la poesía, para unir geografías, lenguas, culturas y religiones». Y es que el trabajo de nuestro entrevistado nace de la sensibilidad del poeta y de la conciencia del humanista. Como ensayista y poeta siempre se le intuye una expresión de amor, disfrazada de denuncia social o como romántico verso: «Para que muera la guerra», «El aliento de la sangre”, «El seis de agosto no vimos el sol», «A Susan Sontag», «El evidente secreto de tus palabras”, «Otra biografía que escribir contigo» y «Obsesión de ti», son sólo unos ejemplos de estas pasiones que fluyen por una misma vena y que han sido recogidos en sus poemarios De Mares y de Sombras (2007), Este difícil Oficio de amarte (2008) y diversas revistas literarias de corte internacional. En su haber literario figuran las fundaciones de las revistas literarias El Cuervo y Luciérnaga que dirige actualmente.
Volviendo al tema que nos ocupa, Proyecto ético Solidaridad con los niños de Haití, nos plantemos lo que en esencia estipula la Declaración de los Derechos del Niño, (ONU, 1959): «Todo niño y niña tiene derecho a un nombre y una nacionalidad».
«El mayor problema es ser una comunidad legalmente inexistente. Los inmigrantes haitianos salen de su país sin papeles y llegan al país vecino a engrosar el número de invisibles. No existen ni a un lado ni al otro de este muro caribeño. También hay invisibles que llevan decenas de años viviendo en República Dominicana. Sus familias han nacido allí y sus hijos no han conocido Haití. Viven bajo la amenaza de la deportación. Aproximadamente medio millón de haitianos viven como ciudadanos sin tierra».
No contar con un acta de nacimiento impide que la persona indocumentada disfrute de la protección del Estado donde vive. Con esta desprotección, tampoco puede beneficiarse de los servicios sociales como la atención médica, la seguridad social o recibir una pensión. Teme emprender los pasos jurídicos por miedo a perder su trabajo y tiene que hacer lo que la vida que le han creado le permite y no lo que él puede hacer. No puede explotar su potencial humano en el ámbito de la educación, del trabajo y del crecimiento en todos los sentidos. Eso acaba por mermar hasta la manera de pensar, de querer y de relacionarse.
Como señalé en alguna otra nota que alguna vez redacté, quizás no podamos decir que la exclusión, el discrimen o la corrupción han de desaparecer, pero sí podemos asegurar que se han de minimizar si la esperanza viene acompañada de nuestro esfuerzo y la solidaridad internacional mediante el señalamiento de los casos en los foros que corresponden.
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