Por Arturo Cardona Mattei / Escritor puertorriqueño
El artículo escrito por el señor Gazir Sued –Religión, moral y pena de muerte- es sumamente interesante. A la misma vez está muy prejuiciado, pues solo muestra un lado de la moneda. Para entender a Jehová Dios y sus propósitos hay que tener otros conocimientos bíblicos para poder juzgar toda su obra y su pensamiento. No podemos entender porqué la chiringa vuela si no sabemos que la misma está atada a un rabo y un cordel. No podemos extraer porciones bíblicas para hacer anuncios a favor o en contra de su contenido. Claro, entiendo que el hombre está limitado en sus funciones de cómo ve e interpreta las cosas y realidades de este mundo. Dios es un ser absolutamente superior al hombre. Sus muchos pensamientos y manifestaciones nos son arduos para digerirlos y comprenderlos.
Entiendo que no hay ser humano sobre la Tierra que pueda tener todas las contestaciones para las cosas que provienen de ese Ser Divino, sempiterno y omnisciente. Pero algo está altamente claro en la Biblia: Dios siempre actúa a favor de su creación. Siempre vela por el bienestar físico, moral y espiritual de sus criaturas. El hombre, con su recurso de libre albedrío hace sus decisiones. Dios no obliga a nadie a seguir sus normas y reglamentos. Suya es su decisión y sus consecuencias. Hasta el día de hoy ha sido así, y por eso el mundo sigue un derrotero torcido. El desastre que el hombre le ha ocasionado a este mundo está frente a nuestros propios ojos. Siempre estamos tropezando con la misma piedra. Siempre un hoyo profundo espera por nuestros pies. Pecamos de la misma ignorancia. No aprendemos de las experiencias del pasado. Vamos de mal en peor.
Al hombre, desde el mismo principio, se le enseñó que tenía que escoger entre la vida y la muerte. Aquella primera pareja hizo una decisión equivocada y escogieron el camino de la desobediencia, el mal y la mentira. Allí mismo empezó la ley hereditaria: heredamos el pecado y la muerte. Luego de unos seis mil años –cronología bíblica- los resultados siguen siendo los mismos.
Para comprender la mente de Dios no podemos acudir a la ciencia, ni tampoco a toda la sabiduría acumulada por los genios de este mundo. Ni la ciencia, ni la inteligencia humana, ni los ricos, ni los famosos, ni los poderosos tienen la solución a todos los problemas que gravitan sobre nuestras vidas. Sólo ese Ser Supremo tiene la capacidad y la voluntad para reparar aquello que se dañó en Génesis. El tiene un Plan Supremo de cómo y cuándo va a solucionar el desastre que ha hecho el hombre sobre la Tierra. Así está expuesto en su Palabra.
Cierto es que lo viejo no se puede descartar simplemente porque sea viejo. Tampoco lo moderno lleva en su seno las soluciones de la vida actual. El hombre se ha embarcado en innumerables fuentes del saber, sin embargo no ha podido traer a este mundo la paz, ni la justicia, ni la hermandad entre todas las naciones. Guerras, hambrunas y vicios de toda índole son los frutos que el hombre ha cosechado usando sus teorías y enseñanzas más avanzadas. Usando su propio libre albedrío se ha metido en un hoyo negro de profundidades no conocidas. Estamos perdidos en una gran maraña de problemas y no sabemos cómo solucionar ninguno de los males que aguijonean a la humanidad.
El señor Gazir Sued, cómoda y superficialmente pinta un Dios bárbaro que pasea toda su barbaridad por todo el Viejo Testamento. Yo comprendo y entiendo porqué la Biblia ha sido el libro más criticado, perseguido y prohibido a lo largo de tantos siglos. Es que la sabiduría de este mundo y la sabiduría de Dios son dos fuerzas que pujan por imponerse una sobre la otra. La mentira y la verdad acompañan al hombre día y noche. Así como la luz y la oscuridad rigen nuestras vidas. En tiempos modernos esta situación tomó visos insospechados con la maniática teoría de la evolución. O somos monos, o somos seres creados. Lo que la ciencia no ha podido contestar es el porqué esa evolución no ha mostrado pruebas sustanciales de esa transición de animal a hombre. Todo es mera especulación de una ciencia ficción. Cuando yo vea y oiga a un mono tocando a piano una composición musical de Mozart, entonces los cimientos de mis creencias empezarán a temblar como tembló la tierra en Haití.
El hombre es algo muy complejo que está diseñado hermosamente para vivir como lo ha hecho a lo largo de tantos siglos. Hay un mundo de inteligencia en cada cuerpo humano. Imposible que todo esto nos haya llegado de un animal inferior. Todo un catálogo de principios morales, éticos y espirituales rigen nuestras vidas. Todas estas verdades contradicen a la susodicha teoría de la evolución. ¿Dónde está la prueba fósil que nos ate a los monos? Como buenos cuentistas los científicos se van por la tangente y hablan de un eslabón perdido. “Unjú”, dijo el jíbaro.
El hombre en su arrogancia intelectual no percibe la existencia de un Ser Supremo. Por eso toda su creación es vilipendiada y negada. Tal vez al mirarse en el espejo ven características animales y no atributos divinos, que provienen de ese Creador. Es precisamente de esa fuente Divina que nos llegan esos atributos morales, éticos y espirituales. De lo contrario haríamos el amor como lo hacen los monos en su hábitat natural.
La santidad de Dios es algo incomprensible para el hombre que le da la espalda. Y entre sus atributos más sobresalientes están: el amor, la justicia, la sabiduría y el poder. Todos ellos manifestándose en un balance increíblemente perfectos. Es cierto, en el libro de Deuteronomio encontramos mandatos de Dios que nos parecen bárbaros, pero también se encuentran innumerables situaciones donde Dios muestra sus mejores atributos y deseos para aquel pueblo que fue formando poco a poco. En el relato del Diluvio encontramos que sólo ocho personas tuvieron la gracia de salvarse de aquella catástrofe. ¿Por qué?
También contamos con el relato de las ciudades de Sodoma y Gomora. Y en el año 70 E.C., cuando el ejército romano atacó Jerusalén, solo se salvaron aquellos que entendieron las palabras proféticas de Jesús. En todos esos casos los ajusticiados habían llegado a tal estado de maldad que Dios tuvo que usar su justicia y poder para terminar aquella prole tan bárbara, inmoral y pervertida. Hoy, la maldad del hombre ha alcanzado límites destructivos e intolerantes. Seguimos aquellos mismos pasos y nos deleitamos en los mismos vicios.
Nuestras instituciones religiosas, políticas y económicas son más perversas que nunca antes. Por eso están condenadas a desaparecer. En Apocalipsis encontramos esta verdad y la solución que tiene Dios para todos los problemas de la humanidad. Una nueva humanidad heredará esa nueva tierra prometida. Entonces la paz, la verdad, la justicia y la seguridad llenarán el planeta como las aguas llenan los océanos. Y los privilegiados que lleguen a vivir en ese nuevo mundo no malgastarán su saliva despotricando contra Jehová Dios y su Hijo Jesucristo.
Si toda esta perorata mía está saturada de mitos y cuentos de hadas, entonces no me queda otra cosa que hacer que volver a mis antepasados: los monos.
Caguas, Puerto Rico
___
La prensa vendida y anestesiaad / Liliana Varela: Entrevista / Cuaderno de amor a Haití / El perro que enamoraba las hormigas / San Sebastiám del Pepino / Meiker del Mapoe / Cartas de los lectores a la Página sobre Historia Pepiniana
No comments:
Post a Comment